viernes, 19 de abril de 2024

De la Cruz Vieja a la plaza del Banco pasando por La Moderna: un paseo en pos de la historia del libro (I)

Desde que Manuel Esteve Guerrero e Hipólito Sancho de Sopranis iniciaran esas visitas guiadas al Jerez patrimonial a comienzos de los años treinta del pasado siglo, estas forman parte del paisaje cultural de la ciudad gozando en la actualidad de un gran éxito de público. Pero entre las diversas propuestas de visitas que con el correr de los años se han venido y vienen realizando, poco protagonismo se le ha concedido al mundo de los libros y eso que está suficientemente documentado el papel relevante de la ciudad en señaladas etapas de la historia del libro en España. Esa relevancia ya la podemos comenzar a situar cronológicamente a finales del siglo XV con la aparición de imprentas e impresores ambulantes que recorrían la geografía europea y  que en Jerez, según Rodríguez Moñino, también podemos encontrar. En ese siglo y el siguiente hay testimonios de impresos e impresores como demuestran los estudios de Francisco José Morales Bernal, también de bibliotecas privadas como el investigador Juan Antonio Moreno Arana desvela en sus numerosos trabajos publicados (entre ellos  Un episodio cultural de Jerez en el siglo XVI: Los Libros del bachiller Diego de Aguilocho’).  Pero será a partir del siglo XVIII cuando la ciudad empieza a señalarse en la historia general del libro en nuestro país, y lo hace con esa biblioteca que el marqués de Villapanés reunió en su fastuoso palacio de la  Cruz Vieja en el barrio de S. Miguel (en la imagen parte trasera y en ruinas del palacio),  y de la que fuentes de la época dicen que llegó a tener 12.000 volúmenes. Una biblioteca sobre cuyo destino final circulan leyendas e hipótesis a cual más sugestiva. Será pues dicha plaza lugar de obligada visita en ese recorrido por las huellas de Jerez en la historia del libro, y que no le iría a la zaga en interés a otras que periódicamente se realizan en cuanto a anécdotas y datos históricos que comentar. En este paseo nos deberíamos dirigir ahora a otro punto relevante: la plaza del Arroyo, y en concreto al palacio Bertemati donde actualmente se encuentra el archivo diocesano y la antigua biblioteca de la Colegial hoy Catedral. Y es precisamente esta biblioteca la que contiene uno de las colecciones bibliográficas patrimoniales más relevantes de Jerez. Su principal fondo proviene de la que llegó a reunir el obispo de Sigüenza Juan Díaz de la Guerra, de cuyo contenido y valor ya  nos han dejado testimonio numerosos trabajos, entre ellos los de José Luis Repetto Betes en su historia de la Colegial o los de Javier Jimenez López de Eguileta (sobre el archivo histórico diocesano) o María José Toribio Ruiz y José García Cabrera sobre la mencionada Biblioteca en particular. Ramón Clavijo Provencio

IDEAS

El otro día en pleno ritual del café mañanero, que no en el fragor de las copas de amontillado, a un pequeño grupo de compañeros, que también de amigos, nos dio por recordar aquellas desesperadas iniciativas que algunos ayuntamientos pusieron en marcha con el fin de mantener activa la vida cultural y social de las ciudades del interior, entre las que Jerez no fue una excepción, ante la desbandada de su población a las localidades de costa. Nos acordábamos de toda clase de actos: ciclos de cine, conferencias, lecturas poéticas, paseos por el casco histórico de la ciudad, que incluso en nuestros días se siguen haciendo… Actividades que contaban con las buenas intenciones y disposición de los responsables de dinamizar una ciudad que en los meses de verano más que languidecer, se sumía en una profunda hibernación veraniega. Alguno recordaba haber asistido a una conferencia en la que estuvo presente el mismísimo don José Mª Pemán, y otro a una lectura poética del no menos mismísimo don Rafael Alberti (pongo uno y otro ejemplo para compensar y no levantar suspicacias). En estos últimos años celebrar la Feria del Libro en junio (aunque también pospuesta a octubre) o La Noche Azul y Blanca en octubre no deja de ser un modo de cierre de un curso y apertura del siguiente, con ese intervalo estival irremediablemente perdido para cualquier actividad humana (entiéndase cultural). Y al calor de los recuerdos, el grupito se fue calentando y lo que empezó como una lluvia de ideas para recuperar la vida veraniega, pronto derivó en un auténtico tsunami. Alguien se acordó de aquella procesión magna que convocó por las calles de nuestra ciudad a más de treinta pasos un Sábado Santo. ¿Y por qué no podía celebrarse una Magna en julio, con la lógica reducción del itinerario por los calores, aunque bien podrían procesionar de madrugada? Y ya que estábamos en pleno fragor de propuestas ¿por qué no hacer una magna zambomba con helados de pestiño y granizadas de polvorón? O mejor, un zambombódromo, como en los carnavales de Río de Janeiro, por el estadio Chapín. Alguien, que sin duda, le había echado algo al café, gritó: “yo ya lo estoy viendo”. ¡Todo un visionario! José López Romero.

viernes, 5 de abril de 2024

HISTORIA Y LITERATURA

Nadie puede negar que la Literatura y la Historia siempre han estado estrechamente unidas. Dos disciplinas que no se entienden la una sin la otra. Hasta el punto de que en muchas ocasiones al leer una novela aprendes más historia que en cualquier manual al uso. En unas aprendemos una página de un acontecimiento histórico, el caso, por ejemplo, de ‘La verdad sobre el caso Savolta’, en la que Eduardo Mendoza recrea las complejas relaciones de patrones y obreros en la Barcelona de principios del siglo XX; otras, nos enseñan todo un capítulo, centrado en un personaje, como ‘El hijo de César’ del magnífico escritor John Williams (el autor de la excepcional ‘Stoner’), que recrea la figura de Augusto y especialmente la relación de este con su hija Julia, o ‘La fiesta del chivo’, de Vargas Llosa, para conocer los entresijos de un personaje infame: el tirano Rafael Leónidas Trujillo; en otras, en cambio, nos adentramos tan profundamente en toda una época que terminamos por rendirnos al saber y dominio del escritor. Son los casos, por poner dos ejemplos célebres, de ‘Bomarzo’, obra en la que Manuel Mujica Láinez recrea como muy pocos han conseguido todo el Renacimiento italiano a través de la figura de Pier Francesco Orsini, y de ‘Sinuhé el egipcio’, de Mika Waltari, por cuya narración podemos conocer la época de los faraones. Pero aquí quiero destacar dos novelas que en los últimos tiempos han caído en mis manos y que son perfectos ejemplos también de esa unión indisoluble entre ficción e historia, en la que las fronteras de una y otra terminan por difuminarse. Ambas tienen como referente histórico a otro personaje infame: el tirano Augusto Pinochet. La primera, incluso por orden cronológico de los acontecimientos que narran, es la obra de Pedro Lemebel titulada ‘Tengo miedo torero’, y la segunda, ‘Los días del arcoíris’ de Antonio Skármeta (reseñada también en esta página). La lectura de la dos nos da una visión muy acabada de lo que fueron los últimos años de aquella terrible dictadura impuesta “a sangre y muertos”. La novela de Lemebel nos narra los preparativos del fallido atentado que sufrió Pinochet en 1986, con un protagonista al fondo: “la loca del frente”, un gay ya maduro que acoge en su casa, sin saber a qué se dedican, a los miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez que están preparando el atentado. Una novela que mezcla el sentimiento con la rabia, las emociones con los rencores en una narración conmovedora. Mientras que en ‘Los días del arcoíris’ Skármeta nos ubica en los días previos a la celebración del famoso plebiscito que el propio Pinochet, en un alarde de confianza, convocó en 1988 para permanecer por ocho años más en el poder. El humor, pero también la cruda y terrible realidad de los que apresaba o mataba la policía política, se mezcla en esta narración que nos hace reír al tiempo que emocionarnos con su protagonista, el joven Nico, perdidamente enamorado de Patricia Bettini. Dos novelas para aprender, para reflexionar, para emocionarnos. Dos novelas imprescindibles. José López Romero.

 

EN BUSCA DE AVENTURAS

Como es sabido, aquel Grand Tour que comenzaron a realizar muchos nobles y burgueses por la Europa de la segunda mitad del siglo XVIII, no incluía a España en su itinerario. Aquellos herederos de las clases dirigentes europeas, imbuidos del espíritu ilustrado preferían los templados veranos en Baden Baden, las excursiones a los cantones suizos o la búsqueda de las ruinas clásicas de Italia y Grecia. Pero todo cambió con la progresiva implantación de la mentalidad romántica que puso a España en el mapa de aquellos afortunados viajeros – y algunas viajeras- que aparte de la imagen edénica y orientalizante que proyectaba nuestro país, por entonces tan desconocido como cercano, se mostraba como una invitación a la aventura. Mucha literatura se había publicado sobre España y los peligros que implicaba recorrerla, así como de  la dureza de sus caminos y alojamientos, cuando Grace Illingwortk pasaba el control fronterizo en Algeciras aquel verano de 1925. Sin duda pensaría en la infinidad de incidentes que otros viajeros habían tenido antaño realizando el mismo tramite, como Henry David Inglis o su compatriota MacKenzie, aunque ella se llevaría una pequeña decepción al pasar al otro lado sin ningún contratiempo. Luego se alojaría en el hotel Reina Cristina pero esas primeras horas en nuestro país no pudieron ser más frustrantes para alguien que solo buscaba aventuras: “Es este un confortable hotel. Demasiado confortable para lo que esperaba.” Al caer la noche a la buena de Grace le llegó una nueva decepción, pues al esperar disfrutar de platos típicamente españoles se topó con un chef  francés al igual que su menú. Para colmo empezó a descargar una lluvia torrencial que le hicieron preguntarse: “¿Estoy en Algeciras, España, o todavía no he salido de Inglaterra? En el delicioso libro ‘A month in Andalusia’ en el que Grace luego describiría su periplo andaluz no encontró grandes aventuras – aunque sí muchos inconvenientes para una mujer que viajaba sola en aquellos tiempos- ni sorteó situaciones de peligro con los románticos bandoleros -hacía más de cincuenta años que no se había reportado ningún encuentro de este tipo con algún viajero-,  pero le costó volver al brumoso Londres cuando llegó semanas después el momento del regreso. Ramón Clavijo Provencio.