sábado, 28 de enero de 2017

LA POLÉMICA TORRE DE MATRERA

Subí a la Torre Pajarete en marzo de 1986 con un compañero de estudios para documentar nuestro trabajo de Arqueología Medieval, asignatura que impartía en la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz don Luis de Mora Figueroa Dingwall Williams, el inolvidable “barón”. Pocos llamaban entonces Castillo de Matrera a aquel empinado cerro, y si salvamos su dificultoso ascenso indemnes fue sin duda con la inestimable colaboración de los generosos caldos del cercano pueblo de Prado del Rey, que tanto a Juan Carlos como a mí nos proporcionaron las energías suficientes para alcanzar la cima por su lado sur, el más accesible de la fortificación. Al llegar, y cumplido el rito de la fotografía de rigor, el panorama resulta algo desolador. Quedaba poco en pie, y costaba mucho imaginar que aquello había sido uno de los baluartes del rebelde Umar ibn Hafsum, que en pleno siglo IX mantuvo en jaque al emir cordobés desde su plaza fuerte en Bobastro. De hecho, para Hernández Parrales (1960), eligió el emplazamiento por estar situado en un lugar estratégico entre sus posesiones y las de su oponente. Un recinto más o menos rectangular con una cerca perimetral de más de quinientos metros de muralla, que en algunos tramos no es más que un simple escalón, y dos puertas flanqueadas, custodian un patio de armas con más de ciento ochenta y cinco metros de lado a lado. En la cara norte, la parte más inaccesible del cerro, la Torre del Homenaje, una mole de dos plantas y muros de tres metros de espesor, el último refugio defensivo cuando el enemigo ya había asaltado el poblado fortificado. Aparicio Guitart (1961) encuadraba  Matrera dentro  de  los “castillejos de finalidad puramente militar”. Lo cierto es que salvo algunos trabajos publicados en revistas especializadas, varios estudios locales y de algún que otro aficionado de esos que se autotitulan “historiadores”, la Torre Pajarete pasó desapercibida hasta marzo del pasado año, cuando otorgaron el prestigioso “Archivizer A+” en la categoría de preservación a la obra de su restauración, dirigida por el estudio gaditano de Carlos Quevedo y costeada por el dueño de la finca. Y empezó la polémica. Tanto la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía como los arqueólogos del lugar han dado su visto bueno, en base a que se distingue claramente la parte original de la restaurada, extremo que exige la Ley. No está tan contento Carlos Morenés, vicepresidente de “Hispania Nostra”, una asociación para la defensa del Patrimonio, que ha llegado a compararla con la que hizo Cecilia Giménez con el “Ecce Homo” de Borja en 2012. Somos historiadores, no arqueólogos ni urbanistas, y podrá gustarnos más o menos “esa enorme cosa blanca”, tal como Morenés define la obra, pero por fin alguien se ha acordado de aquel risco asilvestrado entre los pintorescos pueblos de Villamartín y Prado del Rey, recordándonos de paso la palpitante historia de los territorios que nos circundan. De algo ha servido la polémica.  NATALIO BENÍTEZ RAGEL

PAREJAS

“Father, father –mi hija con una noticia calentita-. En “first dates” un muchacho le acaba de confesar a su pareja que habrá leído como mucho un libro en su vida; a lo que la muchacha le ha respondido que ella en cambio sí ha leído ‘Cuarenta sombras de Gray’ y ‘Crepúsculo’”. De inmediato conecté con este programa para ver a dos prototipos de lo que podríamos llamar “bultos humanos”: el macho que entre los méritos que lo adornan se encuentra la alergia a la lectura, lo que esgrime como arma de seducción, y la hembra, por el contrario, que tiene en su casa la envidia de la biblioteca de Alejandría. La pinta de ambos, por supuesto, acorde era con su talla intelectual. Lo dicho: perfectos ejemplares de lo que es hoy la llamada de la selva, reconvertida en un plató de televisión en el que, en un alarde de inconsciente sinceridad, a sus participantes no les importa poner sus vergüenzas a la pública exposición. Y lo grave de esta desgracia es que estos especímenes son más numerosos de lo que queremos o nos engañamos en creer. La situación no será tan alarmante, nos decimos confiados en que se lee más de lo que las estadísticas desvelan, o pensando que la juventud (que ya empieza también a tener sus años) de nuestro país no puede verse reflejada en dos espontáneos que han acudido a un programa de televisión con el fin de ligar. Y sin embargo, las estadísticas no engañan y muchos jóvenes pueden perfectamente identificarse con esa pareja de “first dates”, en todos sus aspectos, hasta en los feromonales, quizá el único por el que destacarían y por el que participan en estos programas. En realidad, alguien debería abrirles los ojos y decirles que detrás de sus ignorancias se esconde la desesperada necesidad del otro, de un igual a ellos porque a no otra cosa pueden aspirar, si no es al fracaso que algunos ya han sufrido. Alguien debería decirles que un libro, que la lectura les devolverá la autoestima que hace tiempo seguro que perdieron. José López Romero.


sábado, 21 de enero de 2017

MUJERES

Si poco sentido, por no decir ninguno, tiene ya abrir la polémica de si existe una literatura femenina, menos aún lo tiene creer que para acercarse a la condición femenina habría que leer novelas escritas por mujeres. Grandes personajes como Emma Bovary o Ana Ozores, la regenta, por poner dos ilustres casos de heroínas decimonónicas creadas por hombres, desmontan cualquier teoría al respecto. Y para confirmar lo que estamos defendiendo, incluso para atrevernos a afirmar, yendo más lejos, que no hay mejor lectura sobre mujeres que la escrita por hombres, pongamos de ejemplo a Ángel Vázquez y las tres novelas que escribió. A Ángel Vázquez (Tánger, 1929 – Madrid, 1980) ya lo hemos traído a esta página en varias ocasiones porque es un escritor que, en nuestra opinión, merece urgentemente una reivindicación y un reconocimiento que aún, pese a sus publicaciones, no se le ha dado de forma unánime. Las tres novelas que escribió y publicó: ‘Se enciende y se apaga la luz’ (1962); ‘Fiesta para una mujer sola’ (1964) y ‘La vida perra de Juanita Narboni’ (1976), tienen como denominador común que sus protagonistas son mujeres, y como peculiaridad que por el mismo orden cronológico asistimos en la primera a una exultante joven Cristina; en la segunda, a una madura y espléndida Paula; y en la tercera, a una ya ajada y solitaria Juanita. De tal manera que podemos hacer un muy recomendable ejercicio lector sobre la condición femenina si leyésemos por ese orden las tres novelas citadas. Los titubeos y desorientación sufridos por Cristina, consecuencia de la educación recibida de su madre Isabel (otro magnífico carácter femenino de Vázquez), se convierten en seguridad, coqueteo con el peligro y cierto hastío en la madura Paula, para desembocar en la terrible soledad, en una decrepitud que nos anuncia una desolada vejez de Juanita. Con Tánger (ciudad natal del escritor) como fondo o incluso como un personaje más que imprime el carácter de sus habitantes (ciudad internacional, intercultural pero al mismo tiempo provinciana, con una separación muy clara de razas y clases sociales), las tres mujeres toman una postura distinta acorde con sus edades: más rebelde en Cristina, que empieza a cuestionarse el clasismo tan acentuado en su madre; actitud esta de Isabel que comparte Paula, que de ningún modo estaría dispuesta a renunciar a los privilegios de que disfruta por su posición social; mientras que en Juanita estamos ante un personaje en la decadencia plena: física, mental y, por desgracia, también social. Estos tres grandes caracteres femeninos dejan a los protagonistas masculinos en un segundo plano, como si fueran los complementos que utiliza Vázquez para redondear a sus heroínas: Julio, el padre de Cristina; Damián, el amante de Paula; o el padre de Juanita… La lectura de sus cuentos (‘El cuarto de los niños y otros cuentos’, ed. Pre-Textos) vendría a completar este repaso y el homenaje a la obra de Ángel Vázquez y sus personajes femeninos. Se lo debemos. José López Romero.


HISTORIAS DE LA LECTURA

Hace ahora un mes (16 de diciembre) se celebraba el Día de la Lectura en Andalucía, una efemérides que suele pasar desapercibida incluso entre los lectores empedernidos. Y sin embargo, si tenemos curiosidad y echamos la vista atrás, comprobaremos con sorpresa cómo algo que nos parece hoy básico como el acceso a la información, formación y  ocio -contenido tradicionalmente en el libro en papel y que hoy  coexiste en difícil equilibrio con  los formatos y plataformas digitales- , no fue algo generalizado, sino privilegio de algunos hasta hace bien poco. Realmente hasta finales del siglo XVIII, pero sobre todo ya avanzada la centuria siguiente, no empieza a visualizarse claramente lo que se denominó “lectura pública” y que tuvo como principal vehículo propagador otra institución milenaria, las bibliotecas, en este caso las llamadas “bibliotecas populares”. En estas últimas empezó a generalizarse el acceso al libro entre aquellas clases sociales  que durante la mayor parte de la historia habían estado marginadas en el acceso a la educación y a la cultura. En este camino que, como decimos, se inicia en nuestro país bien avanzado el siglo XIX, tendrá un papel relevante y poco conocido la ciudad de Jerez. Un ejemplo: entre el primer centenar de bibliotecas populares que se crean en España en el periodo 1868/1874 por el Ministerio de Fomento, bajo los ministros Ruiz Zorrilla y Echegaray, para el fomento de la lectura y el acceso generalizado al libro por parte de las clases populares, estaría la fundada en Jerez un 23 de abril de 1873. Esta biblioteca, denominada hoy Municipal, es  la única de aquellas bibliotecas pioneras que lograron llegar hasta nuestros días, pasando hoy día por ser la biblioteca municipal más antigua de España.  Otra iniciativa singular, esta de principios del siglo XX, en el fomento de la lectura en nuestro país fue la expansión de las llamadas “bibliotecas de jardines”, en realidad kioscos con libros que se disponían en alamedas y parques para ofrecer libros a los paseantes que así lo demandaran. En Jerez, pionera también en esta iniciativa, se abrieron tres kioscos bibliotecas lamentablemente desaparecidas durante la posguerra, aunque hoy se conservan sus libros en los fondos patrimoniales de la Municipal. Ramón Clavijo Provencio.


domingo, 15 de enero de 2017

RECOMENDACIONES

Botas de lluvia suecas
Henning Mankel. Tusquets, 2016
El malogrado autor sueco fallecido hace un año, rescata en este libro el personaje protagonista  de aquel otro de grato recuerdo titulado ‘Zapatos italianos’. La historia se sitúa diez años después de los hechos narrados en el libro mencionado, y nos adentra en una historia crepuscular donde Fredrik Welin, ya como médico jubilado,  vive en una pequeña isla de un archipiélago de la geografía sueca. La vieja casa familiar en la que habita, una noche es pasto de las llamas con él dentro. Escapa del suceso milagrosamente, pero a partir de ese momento se ve envuelto en el opresivo ambiente provocado por la investigación iniciada para esclarecer los hechos, y cuyas primeras conclusiones apuntan hacia él como sospechoso principal. Es este un libro de Mankel combina con gran maestría el misterio y la tensión propia del género negro, del que es maestro consumado, con una profunda y convincente inmersión en la decadencia física y mental de su protagonista. R.C.P.

El regreso de Titmuss

John Mortimer. Libros del Asteroide, 2014

Esta segunda entrega de la trilogía es tan buena como la primera, ‘Un paraíso inalcanzable’, que no es poco mérito porque ya se sabe: segundas partes… John Mortimer, polifacético escritor que ha obtenido grandes éxitos como guionista para la televisión, vuelve aquí sobre su protagonista, Leslie Titmuss, en la cima de toda su buena fortuna, es decir, ya convertido en ministro de Territorio, Urbanismo y Fomento, el que fuera en su juventud chico que cuidaba del jardín de los Simcox y meritorio aspirante a un cargo político en el partido conservador inglés que ya ha conseguido. Su segundo matrimonio con Jenny Sidonia y un problema urbanístico nos hacen profundizar en la psicología del siempre escandaloso Titmuss, así como en las vidas de los habitantes de Rapstone Fanner, con ese acerado humor y fina ironía de Mortimer. Una novela para divertirse. J.L.R.