sábado, 29 de abril de 2017

HISTORIA Y PRENSA

Hay un periodo de nuestra historia reciente, el denominado primer franquismo, y que abarca desde la finalización de la guerra civil hasta la firma de los convenios de cooperación con los norteamericanos, que si bien desde hace algunos años es objeto de estudio por parte de muchos investigadores, aún está falto en muchas ciudades de una aproximación histórica. No existe  un trabajo que aporte luz suficiente sobre este periodo en Jerez, aunque es cierto que algunos historiadores han trabajado aspectos parciales de la vida en la ciudad. Una fuente antaño despreciada y hoy básica para recomponer la historia contemporánea, es necesariamente la prensa. El Ayer y el Diario de Jerez, en su primera época, son las cabeceras a las que se tienen que remitir cualquier interesado en estos años, independientemente de bucear en la documentación de archivos públicos y privados. El problema es que la prensa es frágil y son pocas las colecciones conservadas en nuestros archivos y bibliotecas que, acuciados por el peligro de deterioro irreversible de este material, elaboran y ejecutan –con dispar ritmo- trabajos de digitalización. Pero a poco que nos introduzcamos en las hoy quebradizas páginas de estos diarios empezará a desplegarse ante nosotros una imagen que nos impactará de Jerez. Jerez durante el primer franquismo fue una ciudad hambrienta y hacinada. En  estos años estadísticamente el delito más numeroso es  contra la propiedad. Sobre todo proliferan el asalto a depósitos, casas o haciendas, donde el botín son kilos de trigo, gallinas u otros animales de corral, etc. Está claro, pues, que la comida es la principal preocupación de los jerezanos de estos años, por lo que eran cotidianas las imágenes de estos haciendo cola a las puertas del Ayuntamiento esperando el reparto semanal de alimentos y ropas de abrigos (ver ilustración). La vivienda y el endémico hacinamiento en cambio se combatieron con mejor fortuna. Es más, se consideran los años cuarenta del pasado siglo como una época innovadora y casi revolucionaria, en cuanto al urbanismo en la ciudad. Y su protagonista fue sin duda el arquitecto Fernando de la Cuadra Irizar al que se deben los proyectos de barriadas como la de España o la Vid, inauguradas en estos años.  Alimento y vivienda, lo más básico en definitiva,  son los mantras de una población que ha salido de una terrible guerra, pero que también sigue sufriendo una dura represión –como en el resto del país-  que se seguirá ejerciendo más soterradamente pero con igual eficacia y dureza que en los años de la guerra. Y es en las pocas colecciones completas de prensa que aún se conservan - en soportes muy frágiles y en un proceso de deterioro irreversible que obliga a salvar sus contenidos mediante la digitalización- donde se oculta  una historia de la ciudad aún por descubrir en gran medida. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO 

UN PRÉSTAMO

El otro día acudí a una entidad bancaria a pedir un préstamo. Me gusta más esta palabra que “crédito” porque así no me olvido de que los bancos no son más que al fin y al cabo unos prestamistas. Y cuando llegó el siempre espinoso y desagradable asunto de las garantías, saqué de una maleta que llevaba unos cuantos libros, lo más granado y selecto de mi biblioteca: clásicos en ediciones rigurosas, primeras ediciones de poetas contemporáneos, y hasta alguna novela del siglo pasado ya agotada. Mientras los iba poniendo encima de la mesa, noté que el cliente de la mesa de al lado (es lo bueno que tienen ahora las sucursales, que al no disponer de despachos, la privacidad es más bien escasa, por lo que los clientes pueden consolarse y resignarse en su paupérrima situación financiera), me observaba con cierta expectación (seguro que ya estaba intentando recordar los libros que tenía en su casa). El empleado, aunque con la misma amabilidad que durante toda la conversación había mantenido, me preguntó por lo que estaba haciendo. “No saque, por favor, más libros, caballero”, me dijo en un tono tan cortés como sorprendido, aunque percibí un matiz de incomodidad. La verdad es que le estaba llenando la mesa. “¿Y esto?”, me preguntó cuando di por finalizado mi trabajo. “Desde el siglo XII, caballero –le expuse- los libros eran considerados objetos comerciales y los prestamistas los aceptaban como garantía subsidiaria, como así lo afirma el gran Alberto Manguel en ‘Una historia de la lectura’ y recuerda Jorge Carrión en su libro ‘Librerías’. Así pues, yo vengo a pedir un préstamo y le pongo encima de la mesa (literal) mis libros más valiosos. Fíjese en este ‘Quijote’ de Crítica, o en estas ediciones de la RAE de las obras cervantinas. Mire, mire esta bella edición de las poesías completas de Antonio Colinas…”. “Pare, pare usted, caballero. Usted mismo lo ha dicho, los libros valían algo en el siglo XII, pero me temo que poco o nada valen ahora”. Y tal como los saqué, los fui metiendo en la maleta (el cliente de al lado me echó una mirada triste pero solidaria, se notaba su decepción). Y salí de aquella casa de préstamos sin un euro pero aliviado y contento. José López Romero.

viernes, 21 de abril de 2017

FÁBULAS


Aunque sus raíces se hunden en el mundo clásico, con el griego Esopo y el latino Fedro a la cabeza, quizá la consideración general de la fábula es la de ser un género menor dentro de la historia de la literatura, que disfrutará de un espléndido renacer en el siglo XVIII con Félix María Samaniego y Tomás Iriarte en nuestro país, herederos de una amplia tradición que tiene como referencia al mundo clásico, a la literatura didáctico-moral de la Edad Media (‘Libro del Conde Lucanor’ o el ‘Libro de buen amor’), a la literatura paremiológica y de emblemas renacentista y al francés Jean de la Fontaine. Porque las fábulas no son nada más y nada menos que, como define el diccionario de la RAE: “breve relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica o crítica frecuentemente manifestada en una moraleja final, y en el que pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados”. Pero lo que ya no sabe tanta gente es que el género, lejos de desaparecer con los ilustrados dieciochescos, alcanzó un esplendor inusitado a lo largo de la centuria siguiente, el siglo XIX, con colecciones dirigidas especialmente al mundo infantil para su formación académica y, sobre todo, moral, con lo que la intención didáctica, consustancial al género, no solo se mantenía sino que incluso se intensificaba. Y como paradigma de esta literatura para niños y niñas puede citarse ‘El libro de los niños’ (título elocuente), obra de la que se publicaron más de setenta ediciones, de Francisco Martínez de la Rosa, el famoso dramaturgo romántico (‘La conjuración de Venecia’). Todo un éxito de ventas. Y ya que el género estaba de moda, otros escritores lo aprovecharon para adoctrinar moral y religiosamente al público adulto, mucho más necesitado de estos mensajes o sermones que la tierna infancia; y así nos encontramos con los ‘Solaces poéticos’ de la marquesa de Pardo Figueroa, hermana del célebre asidonense Doctor Thebussem, cuyos versos hacía imprimir para recaudar fondos destinados a obras benéficas. Pero también las fábulas decimonónicas sirvieron para criticar y exponer a la pública vergüenza vicios y malas costumbres de la época que son, al fin y al cabo, los mismos en todos los tiempos, y los nuestros no son en este sentido y por desgracia una excepción. Pongamos un ejemplo tomado de la ‘Historia de la Literatura Española. Siglo XIX’ (tomo II, Espasa, coordinada por Leonardo Romero Tobar). El escritor Fernández Baeza critica en su fábula del perro y el gato cómo los gobernantes no cumplen las promesas hechas en las elecciones y  se enriquecen a costa del erario público, y tanto la oposición como la prensa, que tienen a su cargo denunciar los abusos, dejan de hacerlo cuando les conviene: “A cuantos como el perro he conocido / que lanzando al Gobierno ataques rudos / un trozo de turrón los dejó mudos”. Intemporal. José López Romero.


PISANDO CHARCOS

Cuando la política se mezcla con la literatura o la historia, malo,  me dice con rotundidad un conocido, que me permitirán mantenga en el anonimato. Estoy de acuerdo. Salvo contadas excepciones, demasiadas veces las polémicas que se suscitan en torno a determinados escritores son  interesadas y persiguen fines muy distintos a valorar  una obra literaria más o menos digna de estudio. De la misma manera las opiniones de algunos políticos sobre hechos relevantes de nuestra historia más cercana, nos dejan muchas veces escandalizados y preguntándonos si tales o cuales declaraciones son producto de la ignorancia  o de un desliz que nos descubre la cara más siniestra del personaje que las hace. ¿Se pueden admitir declaraciones como las de Marine le Pen, sobre el papel de la Francia de Vichy durante la ocupación alemana durante la segunda G.M.? Según ella no hubo colaboracionismo. Si esto no es manipulación de la verdad  histórica se le parece mucho. Afortunadamente, aparte de que la memoria no es tan frágil  son numerosísimos los estudios históricos avalados por una incontestable documentación que la desmienten. Sin ir más lejos dos libros de muy reciente publicación que recogen sendas biografías de dos escritores –la del arribista  y oscuro González Ruano y, por otro lado,  el brillante Patrick Modiano - describen con pasional nitidez los años de la ocupación alemana en Francia, especialmente en la capital París. ¿Y qué decir, por otro lado, de las declaraciones de todo un secretario de Prensa de la Casa Blanca, en las que al criticar el uso de armas químicas en la guerra de Siria, afirmaba que ello no lo había hecho ni alguien tan perverso como Hitler? Volvamos al principio, es decir la guerra entre escritores que se fomenta por cuestiones políticas que no literarias, y de la que hemos tenido un episodio curioso  en nuestra ciudad materializado  en  al cambio de nombre de un colegio público. Se llamaba dicho colegio José María Pemán. Ahora se ha rebautizado con el de mi admirada Gloria Fuertes. Pero es que hace algunas décadas se inauguraba bajo el nombre de otro grande de la literatura, Blasco Ibáñez. En fin, que cuando la política se mezcla con la literatura o la historia, malo. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

sábado, 8 de abril de 2017

A VUELTAS CON LUIS COLOMA

“¿Y qué pasa con él hoy?” Con esta pregunta finalizaba el, por otro lado, excelente artículo de Arantxa Cala – Coloma subliminal y Universal- sobre el recientemente premiado trabajo de investigación del profesor José Antonio Salido sobre dicho escritor. En ese artículo aparte de centrarse especialmente en el mencionado trabajo, se volvía a señalar el poco interés y atención que la figura del jerezano  ha despertado históricamente en su propia ciudad, y de ahí la pregunta con la que finalizaba el mismo. Mucho de verdad hay en ello, sin embargo también es cierto que desde hace unos años se han realizado algunos intentos de recuperar la figura de Luis Coloma desde el ámbito local, más allá de la difusión entre el público infantil, de su cuento ‘El Ratoncito Pérez’. Hagamos un breve repaso de algunas de estas iniciativas,  que de alguna manera parecen haber cambiado esa tendencia histórica en Jerez de haber dado la espalda a su escritor históricamente más relevante.  La primera de estas iniciativas fue la reedición del libro ‘Juan Miseria’ que publicado en 1873 se reedita en 1888 por el escritor no satisfecho de la primera versión. En 2002 los profesores José López Romero y Victor Cantero realizan un estudio sobre dicho libro (Diputación Provincial de Cádiz) confrontando las diferencias entre las dos ediciones publicadas en vida del autor. Siete años después, en 2009, se inaugura en la Sala Compañía una exposición, que  bajo el titulo Redescubrimiento de Luis Coloma, contaría con la colaboración de la familia García-Pelayo Coloma, que cede parte de los fondos de su biblioteca para la misma, a los  que se unirían otros procedentes de la Biblioteca Municipal de Jerez. De esta exposición se publicó un magnífico catálogo bajo el mismo título, y donde se recogía entre otras piezas, las ediciones facsímiles de la correspondencia de Coloma con otros escritores de la época (Emilia Pardo Bazán, Pereda, Juan Valera, Marcelino Menéndez y Pelayo, entre otros.). Consideramos relevante mencionar también la exposición Luis Coloma, 100 años después, heredera de la anteriormente mencionada,  y que con motivo del centenario del fallecimiento del escritor, se inauguraba en 2014 en la galería de exposiciones de la Biblioteca Municipal. En esta, también con la colaboración de José Manuel García Pelayo Coloma, heredero del legado del escritor, y del profesor José López Romero (con su conferencia sobre los cuentos infantiles) se hacía una inmersión sobre todo en la etapa juvenil del escritor. ¿El futuro? Uno de los proyectos pendientes y de gran interés para la investigación, sería acometer la catalogación del corpus documental y bibliográfico que conforma la biblioteca del escritor, proyecto que ya apuntaba en mi escrito ‘Geografía del patrimonio bibliográfico’ (2009): Empecé a calibrar la importancia de un fondo documental y bibliográfico, y a convencerme de que el mismo merecía ser dado a conocer cuanto antes.”. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO  

EL COCINERO ERA MESSI

En una reciente entrevista, Messi confesaba que el único libro que leía era el que compartía por las noches con su hijo. Nada que reprochar, muy al contrario. ¡Cómo reprocharle al mejor jugador del mundo (soy madridista, pero la verdad es la verdad, aunque duela) que lea con su hijo, si precisamente hace varias semanas a propósito de una anécdota de Gorki, a quien el cocinero del remolcador donde trabajaba le insistía en que leyese, defendía la lectura en familia! En más de una ocasión he comentado que no habría mejor campaña de animación a la lectura que Cristiano Ronaldo o/y Messi leyendo un libro, aunque por lo difícil de imaginar, lo mismo no tendría el éxito esperado. Pero la enternecedora escena de los dos mejores futbolistas del momento leyendo con sus respectivos retoños sería sin duda un excelente reclamo publicitario y dispararía al menos las ventas de libros. Aún recuerdo cuando Alfonso Guerra, al preguntarle un periodista por sus lecturas, puso de moda ‘La Regenta’ y no digamos la ola de ¿lectores? que alcanzaron las poesías de Antonio Machado porque era el poeta preferido del que fuera todopoderoso vicepresidente del gobierno socialista. O más recientemente aunque ya lejos, la resurrección de ‘El señor de Bembibre’, novela histórica del XIX de Enrique Gil y Carrasco, que fue el regalo que le hiciera doña Letizia al entonces príncipe don Felipe con motivo de su compromiso de boda. Desconozco cuántos de los que compraron o fueron obsequiados con un ejemplar de ‘La Regenta’, o de las poesías de Machado,  o incluso con ‘El señor de Bembibre’ terminaron por ser sus lectores; en cualquier caso, habría que agradecerles a Guerra y a doña Letizia si por su prestigio, fama o celebridad se logró aumentar el número de lectores de este país. Por eso, solo nos falta que Messi nos diga el título de ese libro que lee con su hijo, éxito de ventas seguro. José López Romero.