sábado, 9 de febrero de 2019

LA UTILIDAD DE LO INÚTIL


Los que hemos dedicado toda nuestra vida académica, a mucha honra y satisfacción, a explicar los saberes inútiles, hemos tenido que aguantar durante años la preguntita de marras que tarde o temprano se le ocurría a uno de esos escolares entre cuyas virtudes no se encontraban la brillantez y el entendimiento despierto: “¿y esto para qué sirve?”. Una pregunta cuya sorna se hacía más frecuente y virulenta, y por ello más hiriente, en asignaturas como el latín y el griego, lenguas que además sufrían el apelativo de “muertas”. De este vilipendio saben mucho mis queridos amigos Juan Cienfuegos y Paco Antonio García Romero, excelentes profesores de ambas disciplinas y hombres cuya dedicación a ellas es digna de todo encomio. Incluso en alguna que otra ocasión, otro de esos alumnos aventajados en el arte de la ignorancia y la vacuidad intelectual, me ha llegado a insinuar que la Literatura es una materia más propia del género femenino, por lo que no la aprobaba no fuera a ser que se viera menoscabada su masculinidad, que aquel mastuerzo solo localizaba en su entrepierna, sin entender siquiera que ser hombre es mucho más que nacer con unos atributos. Pues bien, y como todos necesitamos a veces un cañonazo de autoestima, no he encontrado en los últimos tiempos mejor medicina, respuesta más acertada a la preguntita antes citada que el libro titulado “La utilidad de lo inútil” del profesor Nuccio Ordine (editorial Acantilado), al que subtitula “manifiesto” porque no deja de ser una excelente defensa de los estudios a los que se han dedicado los humanistas que a lo largo de los siglos desde que el hombre tiene conciencia de su capacidad intelectual, y que han ocupado su vida en el desarrollo de las artes, en todos esos conocimientos que no tienen al dinero o a la utilidad práctica como único objetivo y propósito. Saberes que han engrandecido al ser humano porque una pintura, una escultura o un poema,  por poner solo tres ejemplos, no pueden cifrarse en dinero porque su valor es incalculable. Muchos de ellos, de los que Ordine va repasando sus opiniones, sus pensamientos sobre este asunto, desprecian el dinero por corromper lo que más acerca al hombre a Dios: su poder de crear la belleza. No falta tampoco la crítica, bastante dura, a la universidad convertida esta en una empresa, los estudiantes en clientes y los profesores en simples burócratas. Termina Ordine su libro con la reimpresión del artículo titulado “la utilidad de los conocimientos inútiles” que publicara en 1939 el profesor Abraham Flexner, en el que se da cuenta de cómo la inutilidad de investigar por investigar ha llevado al hombre a descubrir e inventar cosas tan útiles que ahora seríamos incapaces de vivir sin ellas. Reproduzco un fragmento del dramaturgo Ionesco recogido en el libro: “Mirad las personas que corren afanosas por las calles. No miran ni a derecha ni a izquierda, con gesto preocupado, los ojos fijos en el suelo como los perros. Se lanzan hacia adelante, sin mirar ante sí, pues recorren maquinalmente el trayecto, conocido de antemano. En todas las grandes ciudades del mundo es lo mismo. El hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio.” Pregunta contestada. José López Romero.


KONDO


La que muchos consideran gurú del orden, la nipona Marie Kondo, levantaba ampollas recientemente en el mundo de la cultura con su  rotunda afirmación de que en una casa no debe haber más de treinta libros. Por supuesto no se hizo esperar la reacción de miles de personas que en los medios de comunicación convencionales, pero también y sobre todo en las redes sociales opinaban sobre el tema. Lo cierto es que tras la rotunda afirmación de la Kondo se esconde una tendencia actual que es la de ir barriendo visualmente al libro físico del espacio doméstico, condenándolos al exterminio o como mucho al último rincón de la casa. Si hasta hace relativamente poco era algo lógico, además de estar bien visto, dejar espacio en nuestros domicilios para los libros, ahora con el creciente protagonismo de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, parece ir imponiéndose la idea contraria: si todo lo podemos tener al alcance de un click o almacenar en un artilugio electrónico ¿para qué entonces destinar en nuestros cada vez más exiguos domicilios, espacios  para almacenar libros? Y en esta dicotomía nada novedosa se ha colado el oportunismo de Marie Kondo, disfrazándolo de lógica, orden y pulcritud. Escribía Francisco Bejarano que “toda la literatura universal que nadie debería dejar de leer cabe en una covacha. Y sin embargo, aquí está uno revisando su biblioteca, quitando polvo y telarañas, estornudando con la casa patas arriba y encima sufriendo cuando se encuentra un ejemplar herido.” (‘Manual del lector y escritor modernos’. Renacimiento,1999). Y es que pese a que sean muy pocos los libros esenciales al igual que pocos también los que al cabo del año recordamos con agrado haber leído, los que disfrutamos y sufrimos con esa pasión que es la lectura –y no les digo ya los que se confiesan  bibliófilos, bibliómanos o coleccionistas-  seguiremos conservando físicamente esos libros con los que hemos topado en algún momento y nos han dejado una huella –literaria o emocional, ¿qué más da?-  en nuestras vidas. Y esto es imposible que lo puedan eliminar ni  nuevas tecnologías, modas o los oportunismos de gurús efímeros. Ramón Clavijo Provencio



viernes, 1 de febrero de 2019

EFÍMERA


Hubo una época donde la información contenida en la  prensa diaria apenas trascendía más allá de la fecha del calendario en la que se publicaba. Por ello era común hasta bien avanzada la mitad del siglo pasado, que los ejemplares una vez leídos y perdida aparentemente su utilidad, se destruyeran. Ello explicaría que no hayan llegado a nuestros días muchas y valiosas colecciones de periódicos y revistas, pese a que junto a la actualidad del día incluyeran artículos, relatos, o abundante material gráfico. Es decir todo un valioso material hoy día para la investigación, y que ha obligado a los centros bibliotecarios y de documentación  que conservan algunas de estas colecciones, a custodiarlas celosamente no solo por su fragilidad sino también por su rareza, siendo una de sus prioridades proceder a su digitalización (cuando los siempre escasos presupuestos lo permiten). Al igual que la prensa diaria, durante el siglo XIX y gran parte del siguiente se publicaban folletos y revistas efímeras por muy diversos motivos, en la mayoría de las ocasiones ligados a las fiestas locales. En Jerez destacarían “Solera Jerezana”, “Guión”, “Gran Feria de Jerez”, entre un listado interminable. En ellas junto a la información de ese calendario festivo, y si somos curiosos, encontraremos firmas destacadas de literatos, historiadores, publicistas, poetas, bibliófilos, como Pemán, Pérez Solero, Hipólito Sancho, Fernando Bruner Prieto entre otros muchos. A mí siempre me ha atraído hurgar en estas colecciones, pues no es raro encontrarse en ellas algún poema de sorprendente calidad o alguna narración corta que, como diría mi amigo Atanasio,  “se deja leer”. Hace poco hurgando en una colección de folletos encontré un curioso texto bajo el título de “Anécdotas y Chismorreos”, donde el autor escondido bajo las siglas J.M. dejaba, entre otras anécdotas, unas pinceladas gruesas sobre D. Gabriel de Soto y Lavaggi (cuñado de D. Manuel María González Ángel): “D. Gabriel era un solterón muy mujeriego, con queridas y constantes trajines en los diversos puntos donde vivía o por los que viajaba. El motivo de su muerte fue una enfermedad en el pene que le originó grandes dolores, por lo que fue operado en Jerez por el doctor D. Francisco Revueltas  Carrillo y Montel. Se dice que en la operación estuvo presente D. P.N.G., y cuenta este que estaba tan nervioso y preocupado  el paciente en los momentos previos a la operación, por su futuro  sin ese importante miembro de su anatomía,  que el doctor le intentó tranquilizar con estas palabras “No se preocupe Ud., que le dejaré útil para un blanqueo”. En otra ocasión  daré cuenta de otra historia impagable, la de “Perico rata”,  que era el fijador municipal de edictos y avisos, y que nos dejó para la posteridad otro nombre olvidado: A. Rodriguez-Pascual y Vega. Ramón Clavijo Provencio

TARDE


El pasado verano experimenté una sensación nueva (¡ya a mis años!) con respecto a la lectura (¡no se den tan pronto a la imaginación!). Cuando acabé tres novelas, las tres excepcionales, “El azar y viceversa” de Felipe Benítez Reyes, “Galíndez”, de Manuel Vázquez Montalbán, y “El día del juicio”, de Salvatore Satta, noté que quizá había llegado tarde a estas tres obras. De inmediato me consolé con el socorrido refrán: “más vale tarde que nunca”. Y ya más en frío me fui dando cuenta de que con otros libros y autores quizá había llegado demasiado temprano. Un ejemplo, “El Mercurio” de José María Guelbenzu fue una novela que leí demasiado pronto para mis capacidades lectoras; no entendí nada. Mucho más tarde, me reconcilié con el autor, aunque de forma más liviana, con la lectura de la segunda entrega que tiene como protagonista a la jueza De Marco, “La muerte viene de lejos”. No soy lector de novedades, a menos que haya una recomendación muy viva y fiable por medio, e incluso en este caso suelo enfriar la primera excitación por unos meses, para que el libro se oxigene un poco, y al final lo que suele pasar: se terminan por meter otros libros hasta llegar a olvidar los recomendados. La verdad es que de “El azar y viceversa” apenas han pasado dos años desde su primera edición (2016), unos ocho desde la publicación por Anagrama de “El día del juicio” (2010), pero la de “Galíndez” data de ¡1990! Y hasta hace unos meses no he podido disfrutar de sus lecturas. Y lo peor de toda esta reflexión no es el darte cuenta de la tardanza con que he llegado a estas novelas, sino de la cantidad de libros a los que ya empiezo a llegar también tarde, y más agobiante aún, a los que no podré ya leer. Parafraseando a Borges en un poema muy a propósito de lo que estoy escribiendo, diría: “este otoño he cumplido sesenta y dos años, la muerte me desgasta incesante”.  Menos mal que, según información digna de todo crédito, por ahí arriba (o por abajo), hay una biblioteca que regenta un tal Jorge de Burgos ¡Y no se rían!. José López Romero.