sábado, 18 de diciembre de 2010

OTRO TIEMPO

Me niego a entender la lectura sólo como un medio para alcanzar conocimiento o como disfrute o divertimiento. Quizá tanto tiempo en contacto con libros de todo tipo y especie, me ha hecho exagerar la importancia, lo fundamental que para mi vida y pienso que para toda la humanidad (¡ya estoy exagerando!) representa la lectura; hasta el punto de que el ser humano no se entiende sin ella y de que es una, la más evidente, de las características que nos distingue de los animales. Yo puedo contar mi intrahistoria particular por los libros que he leído, cómo a través de ellos he ido experimentando emociones y sentimientos, de la misma manera que puedo recorrer mi vida a través de esas mismas emociones y sentimientos que familia, amigos, compañeros o simples conocidos han despertado en mí. Mis primeros libros (“La busca” de Baroja, “Sonata de otoño” de Valle-Inclán); los libros que me han hecho llorar (“El Quijote”, “84, Charing Cross Road” de Helene Hanff); los que me han hecho reír (“El Quijote”, “La conjura de los necios”, “No hay ladrón que por bien no venga” de Darío Fo); los libros que me han estremecido (“En el punto de mira” de Arthur Miller; “Macbeth”; “Apartamento en Atenas” de Glenway Wescott; “La fiesta del chivo”); o esos libros que como viejos amigos te acompañan toda la vida (“Bomarzo”; “Momentos estelares de la Humanidad”; “El Quijote”; “Macbeth”;  La Celestina; etc.). Sin olvidar aquellos en los que he trabajado e investigado, cuyos frutos son otros libros que, como hijos, conservo cerca de mí. Libros, lecturas, escritores que ahora se me agolpan en la memoria y cuyos títulos y nombres no cabrían en las líneas de este artículo y que tienen sin duda un lugar en mi corazón. Y sin embargo tengo la sensación de que la imagen de lector que estoy proyectando pertenece ya a un tiempo pasado que poco tiene que ver con la actualidad, más preocupada por las nuevas tecnologías, el consumismo y la cultura audiovisual. La verdad es que no me importa lo más mínimo. Los que no han tenido ni tienen la fortuna de leer, nunca llegarán a experimentar esas impagables sensaciones y emociones que un lector siente con un libro, con su simple tacto, con el paso de sus páginas, con sus versos y sus historias que son nuestra vida. José López Romero.    

DESASTRES

Se conoce como Biblioclastia la especialidad, dentro de la Historia del libro, que se ocupa del estudio de los desastres y destrucciones que sobre ellos se han  producido,  y donde los fenómenos climatológicos, los insectos o la mano del hombre han compartido protagonismo y responsabilidades a partes iguales. Como ya escribiera Juan Díaz Maroto “si los libros pudieran hablar conoceríamos muchas y sorprendentes historias”, y qué duda cabe de que de algunas de ellas hemos tenido noticia circunscribiéndolas al ámbito local, como ya hemos dado cuenta en estas páginas en alguna que otra ocasión (sólo hace unas semanas nos referíamos  a la desaparición de la biblioteca del marqués de Villapanés). Hoy nos ocuparemos de otro suceso que pudo derivar en otra tragedia cultural para la ciudad, cosa que afortunadamente no llegó a suceder…  No fue 1963 un buen año para la ciudad sobre todo por unas desastrosas inundaciones que dejaron, durante el mes de marzo, aisladas poblaciones de su término municipal como El Portal o La Ina. En el casco urbano también se dejaron sentir y, aunque de manera menos dramática,  hubo un peligro cierto sobre las instalaciones de la biblioteca, Archivo y Museo. Lo cierto es que a Manuel Esteve, su director desde 1932, no se le olvidaría aquellos días donde unas inoportunas obras habían dejado sin cubierta parte de las dependencias de aquella institución cultural, con tan mala fortuna que a comienzos de marzo descargaron truenos, rayos y casi el diluvio universal sobre la zona donde se albergaba la documentación del archivo histórico. Afortunadamente Manuel Esteve fue más previsor que los que decidieron realizar aquella obras en plena estación invernal, y había retirado semanas antes la mayor parte del fondo documental, salvo algunas cajas con alguna documentación menor, que protegida con plásticos, logró resistir la inundación de la sala y ser puesta a salvo. No quedan imágenes de aquel traslado,  y la noticia de aquel carismático director ayudado por unos pocos funcionarios, trasladando bajo la lluvia parte de la historia de Jerez, quedó solapada por  otras más dramáticas de aquellas inundaciones. Finalmente aquellos días que pudieron ser trágicos para la historia cultural de la ciudad pasaron al olvido, incluso Esteve pudo recibir apenas un mes después de aquellos sucesos,  a los participantes del Primer Congreso Nacional de Archivos –que se celebraba en Sevilla- a cuyo frente venía el director General de Archivos y Bibliotecas, Miguel Bordonan.  Pero lo cierto es que Manuel Esteve no llegaría a olvidar  nunca aquellos aciagos días, como volvería a recordarnos años después, en 1974, cuando atendiendo la visita de su gran amigo y bibliófilo sevillano Fernando Bruner Prieto, le comentó: “espero que no llueva Fernandito. Sería una triste despedida”. Se refería a que se pudiera empañar su próxima jubilación con algún incidente inesperado, puesto que  por entonces la sede de la biblioteca, Archivo y Museo, nuevamente estaba en obras de ampliación, y como en 1963 en una época inapropiada. RAMON CLAVIJO PROVENCIO

sábado, 11 de diciembre de 2010

ACTUALIDAD

Detrás de la mayoría de los héroes literarios se esconde un personaje de carne y hueso. Unas veces ese anonimato permanece para siempre y, en otros casos, el personaje real emerge de las sombras cuando menos lo esperamos.  Soy de la opinión de que le sienta mejor al personaje de ficción, el que no se llegue a desvelar nunca la identidad de  su alter ego de la realidad, pero no es menos cierto que cuando ello ocurre se humaniza más la figura literaria, lo que no tiene por qué ser un inconveniente. Hace unos días nos enterábamos del fallecimiento de un conocido actor danés, Palle Huld, pero lo que muchos ignoraban es que tras este nombre se ocultaba un aventurero que en su juventud, con tan solo quince años, había dado una vuelta al mundo que finalmente inspiraría la creación de un personaje ya inmortal, Tintín. Palle había realizado su viaje financiado por la revista Politikenm en 1926, y emulaba a Phileas Fogg, el personaje de Verne, y su “Vuelta al mundo en ochenta días”, solo que el danés la haría en cuarenta y cuatro. Todo el viaje  luego se plasmaría en un libro de ventas millonarias, y  a la postre inspiraron a Hergé el perfil de su personaje de ficción más conocido, y del que por cierto Spielberg prepara un versión cinematográfica que no tardará mucho en llenar las salas de cine del planeta.  Y ya que hablamos de cine, ¿cómo no fijarnos en el éxito que está cosechando la película de Roman Polanski “El escritor”?  Volvemos así al viejo tema de cómo una mediocre novela, en este caso publicada por Robert Harris en 2008, puede convertirse, si no en una obra maestra, al menos en una magnífica película gracias al  talento del director polaco. Lo cierto es que dicha película basada en la novela “El poder en la sombra” del  mencionado y muy conocido autor de best sellers Robert Harris (“Patria”, “Imperio”)- y no de las mejores a decir de la crítica- está siendo todo un fenómeno mediático, y de camino arrastra en su éxito a la novela de Harris que empieza a reeditarse, después de pasar sin pena ni gloria por las librerías. RAMON CLAVIJO PROVENCIO

viernes, 10 de diciembre de 2010

M. HOUELLEBECQ

Premios hay repartidos por toda la geografía universal, pero por España menudean, que no se le concede al que más méritos atesora, sino al que más necesidades tiene. Que si una hipoteca por allí, o la universidad de los niños, o un pequeño aprieto económico… Así, algunos y algunas han llegado a hacer fortuna y hoy disfrutan hasta de segunda vivienda en la costa. Y esto sucede porque los amigos que tiene el premiado saben que ganan voluntades y que, en un momento dado, se actuará a la recíproca. La prueba: las colonias de escritores ya asentadas las unas y repantingados los otros en litorales no muy lejanos. Por no hablar de esos premios en los que ha metido la mano y sobre todo la pata la autoridad incompetente que nos desgobierna. Ahora bien, un premio cuya dotación económica alcanza la cifra de 10 euros prestigia al galardonado, porque ¡vaya faena darle un premio a un amigo con esa cantidad, que no tiene ni para invitar a cañas!; así, nadie puede pensar que otros intereses que no sean los méritos ensucian el veredicto. A Michel Houellebecq se le acaba de conceder el prestigioso premio Goncourt, el máximo galardón de las letras francesas, cuya dotación es la cantidad antes señalada: 10 euros. Pero es que Houellebecq es de los pocos escritores franceses que no necesitan presentación alguna, porque sus obras, desde aquellas “Partículas elementales” han gozado si no del favor de todos los lectores, sí al menos de la curiosidad, y hoy disfruta de una bien ganada legión de seguidores que ven en este novelista un agitador de conciencias, un cronista despiadado de los vicios de una sociedad, la actual, llena de egoísmo y falta de los más mínimos principios morales. Un amigo, que se cuenta entre esa legión de lectores impenitentes de Houellebecq, describía su estilo como el bisturí que va cortando con la pericia y exactitud de cirujano la carne podrida de una sociedad a la que, estoy seguro, un elemento como Houellebecq siempre le parecerá cuando menos molesto. Debo confesar que yo también me cuento entre sus seguidores; desde “Plataforma”, pasando por “Las partículas elementales”,  “Ampliación del campo de batalla” y su breve pero también ácida “Lanzarote” mi interés por este escritor ha ido en aumento, y esperándome en la estantería de “lecturas pendientes” tengo “Enemigos públicos”, colección de correos electrónicos que se intercambió el novelista francés con el filósofo Bernard-Henry Lévy. Es cierto que su discurso puede resultar por momentos provocador (las escenas de sexo, el tratamiento de las enfermedades, la soledad, la depresión son aspectos en los que el escritor se recrea), pero en todas estas novelas he notado la misma sensación: los protagonistas de Houellebecq no quieren otra cosa que encontrar su lugar en el mundo, la felicidad posible, la solidaridad del ser humano, la comprensión, en definitiva, todo lo que nos hace ser personas, tan débiles como indefensas ante una realidad poco acogedora. ¿Es eso tan molesto? José López Romero.

sábado, 4 de diciembre de 2010

RARO

Aby Warburg es uno de estos personajes extraños que nos encontramos al hilo de lecturas que empezamos con la misma expectación como satisfacción nos producen a su término. Su historia me la cuenta Alberto Manguel en su magnífico trabajo “La biblioteca de noche”, libro al que seguro volveré en esta página. Nacido en Hamburgo en 1866 e hijo de banqueros judíos, Warbugg cedió su primogenitura a favor de su hermano menor con la única condición de que éste le comprara todos los libros que él durante su vida le pidiera. Así, fue formando una de las mayores, mejores y más originales bibliotecas de Europa. Por la renuncia al negocio familiar ya podemos deducir que estamos ante una persona con una sensibilidad especial, alguien cuando menos extraña a un mundo que no entiende, ni entendía en la época de Warburg, de “rarezas”. De genio desasosegado y melancólico, aquellos años de entre siglos no fueron los más apropiados para un bibliófilo que intentó resguardarse de un mundo cada vez más hostil en su enorme biblioteca. La primera gran guerra fue uno de los acontecimientos que sumió a Warburg en la angustia hasta el punto de ser internado en una clínica suiza. Pero Aby Warburg también sabía que las grandes guerras no son sólo los peligros a los que estamos expuestos, hay otras guerras tan destructivas o con efectos más deletéreos que aquellas que se hacen con bombas y misiles. Son esas pequeñas guerras de todos los días, en los que uno se ve envuelto sin posibilidad alguna de evitarlas. Son las guerras contra el vecino, contra las ventanillas, contra el tráfico; esas “pequeñas” batallas diarias contra una sociedad en las que nos miramos unos a otros como enemigos e intentamos cada día marcar nuestro territorio, como si fueran trozos de barricadas en las que protegernos y proteger a los nuestros. Aby Warburg dejó tomos y tomos de breves reflexiones fruto de su mente sensible; entre ellas ésta que deberíamos poner en la puerta de nuestras casas como antes poníamos el corazón de Jesús: “vive y no me hagas daño”.José López Romero

¿NAUFRAGIO?

Uno de los hechos más curiosos de la historia cultural de nuestra ciudad, fue el traslado de la muy apreciada biblioteca del marqués de Villapanés a Génova. Corría el año 1828, y el fallecimiento de José María de Panés y Pabón  haría descubrir a sus allegados pero también a los círculos culturales, religiosos y políticos  de la ciudad que una de las disposiciones de su testamento establecía que dicha biblioteca se trasladara a Génova. Las razones que llevaron a tal decisión las ignoramos, pues  nada dejó  escrito sobre sus motivaciones. El problema,  y de ahí  lo de truculento del caso, es que finalmente aquella decisión se convirtió, aparentemente,  en una de las más desastrosas que para la cultura del libro en general, y local en particular, hayamos conocido, si realmente dicha biblioteca finalmente se hundió con el barco que la transportaba camino de Génova.  Sobre este misterio más de una vez me he sentido inclinado a hurgar. Y es que salvo la decisión de trasladar dicha biblioteca, recordemos que de las más numerosa  -casi 11 000 volúmenes- e importantes del reino, nada más hemos podido hallar. Ni en los manuscritos de Trillo o Riquelme -contemporáneos del marqués- hay referencias a dicha decisión y traslado, algo que  sorprende mucho cuando los autores de ambos manuscritos (no olvidemos que son una relación pormenorizada de los sucesos de la ciudad entre 1784/1837),     sí hay numerosas referencias al mundo de la cultura del libro. ¿Cómo se pudo obviar  un traslado de tal magnitud? Los miles de libros tuvieron que ser embalados y trasladados en numerosas carretas, previamente preparadas y custodiadas, a alguna ciudad vecina. ¿Sanlúcar? ¿Sevilla¿ ¿quizás Cádiz? ¿Por qué una actividad que tuvo que ser la comidilla de la ciudad durante un tiempo  no dejó ningún comentario escrito de nadie, cuando tantas referencias antes y después de la muerte del marqués encontramos sobre su gran biblioteca? Hace unos años, con motivo del encargo que me hizo la Real Academia de la Historia para preparar una síntesis de la vida del marqués, volví a interesarme sobre el asunto. En aquella ocasión llegaron a mis oídos que un historiador de la provincia había dado con un documento en el que se contestaba a algunas de las interrogantes que planean sobre este suceso. Aquel historiador y cronista oficial de la población que le vio nacer - ya fallecido, por lo que me van a permitir no dar su nombre-  me confirmó que había consultado un documento (no me desveló dónde, ni yo se lo pregunté, cosa que lamento ahora), en el que se daban datos de la población desde donde debía salir la biblioteca una vez embarcada, las recomendaciones para el traslado, y el catálogo de libros que se pretendía embarcar. Lo curioso es que tal documento  era posterior a la fecha del posible naufragio, lo que llevaba al historiador mencionado a sugerir la hipótesis de si realmente se produjo dicho traslado, o lo que es lo mismo ¿pudo ser el destino de la biblioteca otro? No me negarán que todo parece el argumento de una novela de misterio. Ramón Clavijo Provencio