viernes, 29 de septiembre de 2017

LAS COMPARACIONES...

Hace ya un tiempo escribí un artículo en el que comentaba cómo en la lectura simultánea de varios libros (soy de esos lectores múltiples), unos se agrandaban, se agigantaban, o tomaban exacta medida de su calidad, en comparación con otros, que se achicaban, menguaban o tomaban exacta medida de su mediocridad. No me acuerdo ahora cuáles fueron los libros o autores comparados en aquella ocasión, pero las lecturas que he ido haciendo desde entonces han confirmado esta teoría o impresión que tuve en aquel momento. Entre los que no resistirían ni una mínima comparación yo pondría sin duda la novela sentimentaloide de Siri Hustvedt titulada ‘Un verano sin hombres’, o ‘Zonas húmedas’ de Charlotte Roche, un delirante relato de una grosería totalmente gratuita. A estas dos obras y autoras, incorporaría una de mis últimas lecturas: ‘La gente feliz lee y toma café’ de Agnès Martin-Lugand (reseñado en esta página). ¿Tres mujeres? Tres autoras cuyas obras menguan hasta la vulgaridad, si las comparamos con otras tres mujeres, para que nadie demasiado suspicaz nos pueda acusar de nada. Cojo con una mano la novela de Hustvedt y en la otra ‘La señora Dalloway’ de Virginia Wolf y noto cómo la primera va menguando, mientras que la segunda aumenta su tamaño; y lo mismo pasa cuando tomo de la estantería ‘Zonas húmedas’ y en la otra mano sostengo ‘Nada se opone a la noche’ de Delphine de Vigan (que incluso gana altura en comparación con otra de sus novelas ‘Las horas subterráneas’). Ha dado la casualidad de que simultáneamente haya leído la obra de Martin-Lugand y los cuentos de Cristina Fernández Cubas. Quien haya pasado por mi misma experiencia lectora seguro que habrá exclamado “¡No hay color!”. En efecto. Y volviendo a mi teoría: ‘La gente feliz lee y toma café’ se va empequeñeciendo, encogiendo a medida que uno va leyendo los textos de Fernández Cubas, que se van agrandando, aumentando de tamaño; es decir, cada uno adquiere su exacta categoría literaria. La originalidad de los cuentos de Fdez. Cubas, la calidad del estilo, la estructura de los relatos, cómo lleva al lector por laberintos y pasadizos psicológicos de sus personajes, con ese punto inquietante que lo mantiene en un tenso vilo la convierten en uno de los mejores escritores, en mi opinión, del panorama actual español. Nada que envidiar a los mejores cuentos hispanoamericanos. En cambio, la novela de Martin-Lugand es un refrito de un puñado de situaciones tópicas o clichés cuyo argumento ya hemos visto hasta la saciedad en las películas romanticoides americanas. Y encima con ínfulas líricas del tipo “hundió sus ojos en los míos”, que repite varias veces. Un elenco de personajes que responden perfectamente a lo que se espera de ellos: los amables y acogedores caseros irlandeses, el tipo duro y sufridor, la perversa de su novia, el amigo gay que se tiraría hasta al tipo duro… Eso sí, fuman como carreteros; quizá por ello a la señorita de la portada le han cambiado el libro por el cigarrillo, por lo que no parece muy feliz. Lo mismo es porque se le ha acabado el café o, peor aún, está leyendo ‘La gente feliz lee y toma café’. ¡Horror! José López Romero.



NOSTALGIA

A veces es inevitable volver la vista atrás, aunque ello sea a riesgo de vernos inundados de nostalgia. No me gusta demasiado esa sensación por su poder adormecedor y paralizante, y que nos deja indefensos cuando nos asalta. No hace mucho me entretenía revisando libros depositados en una vieja librería y que tenía desde hacía mucho tiempo olvidados. Entre ellos captó especialmente mi atención ‘El hijo del Cielo. Crónicas de los días soberanos’ de Víctor Segalen. No es que los avatares del penúltimo emperador de China, Kuang-Siu, que es de lo que trata el mencionado libro me interesaran sobremanera y ahora, con aquel reencuentro, me volvieran los gratos recuerdos de su ya lejana lectura. No, nada de eso, pero en cambio tras aquella edición (Seix Barral, 1983) sí que se agazapaban unos recuerdos que rápidamente me asaltaron, personalizándose en la figura de D. Antonio Olmedo que fue el que me lo regaló hacía ya algunos años. Olmedo, gran bibliófilo, poseedor por entonces de una más que notable biblioteca tanto por su número como por las piezas conservadas en ella, formaba parte de un pequeño pero selecto grupo de relevantes personajes de la cultura local que periódicamente me visitaban en mi despacho de la Biblioteca Municipal, bien para solicitarme información de los fondos allí depositados, y que por uno u otro motivo necesitaban, bien para  investigaciones  en curso o por el ansia de ilustración permanente que en todos alentaba.  Junto a Olmedo, Eduardo Pereiras, gran fotógrafo e incansable investigador de la historia de la fotografía local y Juan de la Plata, referencia imprescindible  en el mundo del flamenco, son los que más huella dejaron en mí y durante años me enriquecieron con cada una de sus visitas. Grandes conversadores a través de sus conocimientos y experiencias me permitieron entrar en un mundo ya desaparecido por entonces, un Jerez del que ellos fueron protagonistas desde distintos ámbitos de la cultura. Entrañables personajes que espero el tiempo no borre su huella en la ciudad, pero sobre todo añorados amigos que en un fogonazo de nostalgia me volvieron a visitar. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO 

domingo, 10 de septiembre de 2017

LECTURAS DE VERANO V

El arte de la distorsión

Juan Gabriel Vásquez. Alfaguara, 2009

Hace unas semanas fue ‘El arte de la novela’ de Milan Kundera, y hoy traemos a esta sección ‘El arte de la distorsión’ de J.G. Vásquez: una colección de textos que, al igual que el libro de Kundera, el escritor colombiano ha reunido en los que reflexiona sobre obras y autores; reflexiones siempre interesantes y muy aleccionadoras cuando se trata de un escritor, Vásquez, tan lúcido en muchas de sus apreciaciones. Desde su visión de ‘Cien años de soledad’, pasando por ‘El corazón en las tinieblas’ de Joseph Conrad y por los diarios de Julio Ramón Ribeyro (magníficos), hasta llegar al libro ‘Hiroshima’ de Hersey que tradujo, Vásquez nos ofrece una serie de trabajos que van de la crítica literaria, a los datos biográficos de autores, para terminar en la denuncia de una bomba atómica que pudo perfectamente evitarse. Vásquez sigue sin defraudarnos. J.L.R.

El turista perpetuo

Harkaitz Cano. Seix Barral, 2017

Evocador  título este , y tanto más en las fechas que nos encontramos, pues nos lleva a desear más si cabe la huida de la  cotidianeidad y escapar en busca de destinos soñados o, al menos, paisajes y rostros que nos alejen del gris y estresante que nos rodea todos los días. Es el autor de esta colección de relatos un ejemplo más de esa nueva generación de narradores procedentes del País Vasco, y que no desdeña transitar por este género del relato corto  en el que ya antes Kirmen Uribe había marcado el camino como uno de sus más significados representantes. No le va a la zaga Harkaitz, lo que podemos comprobar en esta corta pero imprescindible colección de historias, donde los paisajes costeros y evocadores de esa vía de escape de la que hablábamos antes, están muy presentes en una  cuidada y fluida prosa trufada de  guiños cinematográficos y homenajes a otros relatos de  grandes escritores. R.C.P.