LECTORES SIN REMEDIO

Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.

viernes, 28 de noviembre de 2025

"OBJETIVO BIRMANIA" 50 AÑOS DESPUÉS

Sí, recuerdo que fue ‘Objetivo Birmania’, película protagonizada por Errol Flynn, la programada por TVE la noche del 19 de noviembre de 1975, como también recuerdo aquella portada del Diario de Cádiz, todavía en esa edición “sábana” de gran formato, periódico que se recibía en el domicilio familiar, y en cuya portada la mañana del día 20 se leía el titular en grandes caracteres de “Franco ha muerto”. En cierta ocasión leí en algún libro aquello de que tras el asesinato de J.F. Kennedy en Dallas, una generación de ciudadanos estadounidenses nunca olvidaría qué estaban haciendo el fatídico día, tal fue el impacto colectivo de aquel suceso. En nuestro país esto lo podríamos extrapolar a la mencionada muerte de Franco, aunque en este último caso el impacto fuera motivado por circunstancias históricas y políticas muy alejadas de la que vivieron los norteamericanos en 1963. A aquella fecha del 20 de noviembre de 1975 se le une en el imaginario patrio otra, heredera de la primera, que causó igual impacto y nos dejó una nueva muesca imborrable en la memoria: el asalto al Congreso de los Diputados un 23 de febrero de 1981. También recuerdo de manera nítida aquella noche, la de “los transistores”, que pasé casi en vela, como muchos ciudadanos, pendiente de los informativos, o la mañana siguiente, recorriendo las dependencias municipales de Jerez, por entonces en Madre de Dios, casi desiertas y en las que llevaba poco tiempo trabajando. Estos acontecimientos históricos de los que nos separan décadas y que podemos enmarcar en lo que los historiadores han definido como la Transición política española, han sido abordados por numerosos trabajos de investigación, aunque como en el caso de la posguerra también la literatura les ha prestado atención presentando a los lectores historias más o menos afortunadas. Pues bien, entre las novelas que, desde mi punto de vista, aportan una visión enriquecedora desde la literatura sobre los acontecimientos a los que nos estamos refiriendo, yo destacaría las tres que siguen aunque por supuesto hay otras muchas. De las dos que tienen el 20 de noviembre de 1975 como telón de fondo, una de ellas es ya todo un clásico, y es la firmada por Rafael Chirbes sobre los momentos finales de la vida del dictador en ‘La caída de Madrid’ (Anagrama) publicada por vez primera en el año 2000. La segunda sería ‘Herencia’, novela de muy reciente aparición, escrita por el periodista Jesús Gallego (Roca Editorial) y cuya trama se sustenta en un impecable armazón documental (ver reseñas). Para finalizar, y pasando al otro gran suceso de la Transición, el 23 de febrero de 1981, nombrar ese otro título de imprescindible lectura, ‘Anatomía de un instante’ de Cercas, y más ahora que su versión televisiva (de impecable factura) dirigida por Alberto Rodríguez, la ha puesto de  nuevo de actualidad. Ramón Clavijo Provencio.

"ELLOS Y ELLAS. LA JOVEN POESÍA DEL 27"

Nada más leer el título, el lector podría pensar que estamos ante otra, una más de las muchas antologías que se han publicado de aquella generación del 27, considerada por muchos como la segunda edad de oro de la lírica española y, en cambio, para otros, los menos, como un grupo de poetas sobrevalorados. Pero no estamos ante una antología más. En primer lugar, Manuel Bernal Romero, el antólogo, ya tiene en su haber estudios muy rigurosos sobre el 27, entre ellos: ‘La invención de la generación del 27’, ‘El nacimiento de la generación del 27’, ‘La falsa influencia de Góngora en la generación del 27’, ‘Las muertes de Federico’ y “El flamenco y la Generación del 27’ (editorial Renacimiento), por lo que no es en ningún modo un recién llegado a los estudios del 27, como así también atestigua la introducción incluida en el libro; en segundo lugar, esta antología viene a cubrir los grandes vacíos o agujeros negros que en la Historia de la Literatura siempre terminando dejando los grandes escritores, los que se llevan la fama y el éxito, a costa de ensombrecer a otros poetas que merecen la atención y el interés de los lectores; y en tercer y último lugar, porque entre estos escritores oscurecidos por las primeras figuras, se encuentran en esta antología “Ellas”, un buen grupo de escritoras cuya nómina y producción poética no podemos consultar en otras selecciones ya publicadas del 27. Las reseñas de cada autor y autora incluidas en el estudio previo es otro valor añadido de esta antología que tan bien cuidada está tanto interna como externamente. Esta antología se presentará el próximo lunes, 1 de diciembre, en la Fundación Caballero Bonald. José López Romero. 

viernes, 14 de noviembre de 2025

MALOS

Después de su primera novela, que fue todo un éxito, un tanto inesperado, todo hay que decirlo, se fue poco a poco acomodando. Quería disfrutar de los pingües beneficios que le reportaban sus obras y que iban engrosando su cuenta corriente a la misma velocidad que sus novelas aparecían en los escaparates de las librerías. Y aunque no quería reconocerlo, en su fuero interno no podía engañarse. Había descubierto el método, y a la sombra de su exitosa irrupción en el panorama literario nacional, las novelas siguientes habían tenido una buena acogida, aunque ninguna llegara a tener el favor unánime de la crítica. Es más, cuando se publicó la cuarta, aquellos críticos que habían visto en él “una de las voces más prometedoras de la narrativa”, “un autor que pronto será considerado un referente de la narrativa actual”, ahora le discutían el mérito y hasta se quejaban del cansancio de un método que olía a la legua a agotamiento. Criticaban que uno tras otro relato vieran desfilar un grupo de personajes yuxtapuestos, sin la menor conexión, que contaban sus vidas a través de una serie de acontecimientos tan absurdos que terminaban por hacer insípida la narración y toda la novela. ¿Realmente eran tan malas? Él seguía teniendo un nombre entre los escritores de su generación, notaba el respeto que aún infundía y, sobre todo, la prueba más palpable de ello: su editorial de toda la vida literaria no le había discutido nunca una obra y seguía manteniendo la misma relación comercial con ella. Aunque bien pensado, ahora que se ponía a recordar, estaban en el tiempo en que las editoriales preparaban sus lanzamientos de temporada y nadie lo había llamado para pedirle una nueva novela, como hacían todos los años. ¡Bah!, ahuyentó fantasmas, en unos días seguro que llamarán. Inquieto porque no recibía aquella llamada, una mañana decidió pasarse por una librería y comprobar que seguía teniendo su público devoto. Y el azar quiso poner en su camino a un joven que con una de sus novelas en las manos le comentaba a la que sin duda era su novia: “… se dice que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno, e incluso he oído que hay que leer libros malos porque en la comparación se aprecian más y mejor los buenos; yo, cariño, pienso que hay tanta y tan buena literatura por ahí que no merece la pena perder ni un minuto con una mala novela. Porque son los buenos libros los que aficionan a la lectura. Este autor, con toda su fama, ya podría ser más consciente de lo que escribe y publica. Y esta novela es muy mala”. ¡Niñatos!, pensó con irritación. Pero algo se le removió en la conciencia y notó un sabor amargo en la boca. José López Romero.

DIPLOMACIA Y CULTURA

Después de la polémica  que no por esperada deja de levantar revuelo todos los años por estas fechas, como es la concesión del Premio Planeta y sobre la que ya nos detuvimos días atrás, ahora nos topamos con otra de perfil distinto, sí, pero que igualmente es otro ejemplo de la contaminación de ciertos reconocimientos literarios por circunstancias ajenas a la propia literatura. Nos referimos en este caso a la concesión del Cervantes de literatura, quizás el galardón de mayor prestigio de la literatura en castellano, al escritor mejicano Gonzalo Celorio. Pero no me entiendan mal, en este caso el mencionado escritor tiene a sus espaldas una obra excelente y que ha ido recogiendo merecidos reconocimientos a la vez que lectores a lo largo de los años (Tusquets, en su colección Andanzas, tiene editada varias de sus novelas); sin embargo, esta concesión del Cervantes llega cuando, y como en cascada, han ido produciéndose una serie de gestos culturales entre México y España (cuyas relaciones diplomáticas no pasaban por su mejor momento desde la petición del anterior presidente mejicano López Obrador a nuestro país de pedir “perdón por la conquista”), entre los que se pueden enumerar la espléndida exposición “La mitad del mundo: la mujer en el México indígena” inaugurada en Madrid (Museo Arqueológico Nacional)  con más de 400 piezas procedentes del país mejicano , la concesión de los premios Princesa de Asturias de las artes a Graciela Iturbide y de la Concordia al Museo Nacional de Antropología de México, y ahora, finalmente, esta concesión del Cervantes a Celorio. Todo lo que decimos no puede ser fruto de la casualidad, y aunque todos estos galardones concedidos y, por supuesto, el Cervantes, sean más que merecidos, quizás la intervención de la política haya precipitado los tiempos y propiciado esta inusual coincidencia en tan corto espacio temporal, de la concesión de tantos prestigiosos premios a tan significativo número de ciudadanos mejicanos. Ramón Clavijo Provencio   

lunes, 3 de noviembre de 2025

DE LA FERIA DE LIBRO DE JEREZ AL PLANETA

Cuando hace algunas semanas me abría paso en los Claustros de Santo Domingo entre la marea humana que recorría los stands allí instalados por librerías y editoriales con motivo de la Feria del Libro de Jerez, tenía en la cabeza la muy reciente lectura de ‘Personaje Secundario’ (Trama, 2025), las sugestivas memorias de Enrique Murillo, el editor (también escritor y traductor) que durante décadas ha sido referente en este país. Pues bien, esas memorias que repasan medio siglo del universo editorial español, hubiera sido muy recomendable dárselas a leer a todos aquellos y aquellas que ante el paisaje de cientos de personas ojeando libros u ocupando su lugar en los atestados salones habilitados para asistir a la presentación de lo último de tal o cual afamado escritor o escritora, suspiraban emocionados por lo que interpretaban como una prueba del triunfo de la lectura y la literatura. ¿Pero ello es así? Evidentemente no. Las ferias del libro tienen una sola razón de ser: el comercio y venta de libros, por lo que contribuir a ello consiguiendo la asistencia de escritores afamados (aunque no sean los exponentes de la mejor literatura), me parece legítimo. Sin embargo, más allá del indudable éxito popular de la mencionada Feria y el haber logrado su principal objetivo que no es otro que, y dejémonos de sutilezas, la venta de libros, hay que decir que una cosa es llenar un espacio ferial gracias al atractivo de figuras reconocibles y otra que a toda esa marea humana que en determinados momentos se congregó en los Claustros (muchos solo curiosos y paseantes sin más pretensiones), tengan la lectura como algo importante en sus vidas. Mientras escribía estas líneas saltaba la polémica tras la concesión del último premio Planeta, un Premio que arrastra una reciente historia llena de despropósitos y que nos hace pensar a muchos que este galardón a día de hoy puede ser   calificado de todo menos de literario. Pues bien , y volviendo a ese ‘Personaje secundario’ de Enrique Murillo, sus páginas autobiográficas y que nos sumergen en la parte poco visible del mundo editorial de este país, nos llevan a comprender un poco mejor el  oscuro mundo de los premios literarios, o cómo hemos llegado a una situación donde hay pocos lectores y muchos escritores (entre los que abundan rostros famosos, muchos sin el necesario bagaje lector) y gran parte de las novedades literarias no han pasado un mínimo filtro de calidad, colapsando los canales de distribución y en última instancia a las librerías tradicionales. Leyendo a Murillo entenderemos mejor por qué Juan del Val, el último premio Planeta, sin duda será una magnifica carnaza para atraer público en cualquier Feria del Libro venidera, pero también que su premio Planeta es una pésima noticia para la literatura.   Ramón Clavijo Provencio 

¿LECTORICIDIO?

En la mañana del 12 de noviembre de 1912 José Canalejas y Méndez, a la sazón presidente del gobierno de España, era asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas Serrano cuando aquel miraba el escaparate de la desaparecida librería San Martín en la madrileña Puerta del Sol. Lo que demuestra bien a las claras que el ejercicio de lector puede llegar a ser una actividad de alto riesgo. Bien conocida es la foto de la recreación del magnicidio. Pero en ella no se aprecia con claridad (al menos la reproducción que he consultado), las novedades literarias que se exhibían en el escaparate. En cualquier caso, al ser una recreación tampoco serían fieles a las que atrajeron la curiosidad de Canalejas. Quizá fuera la última novela de Eduardo Zamacois ‘Las memorias de una cortesana’, de sugerente título, o el no menos atractivo ‘El deseo’ del periodista Alberto Insúa, o incluso ‘La sed de amar’ del por aquel entonces afamado escritor de novelas eróticas Felipe Trigo. Novelas que sin duda, por sus títulos, bien le servirían al presidente para olvidarse de los problemas del país y de sus eternos conflictos políticos, de los que hoy somos herederos por méritos propios. No estuvieron atentos ni editores ni libreros, en especial el de la San Martín, para publicitar las obras expuestas en el escaparate, aún no sabían manejar con destreza los resortes de una buena campaña publicitaria que aumentara las ventas. Porque el morbo del ser humano es insaciable y seguro que se elevarían las ventas de aquella novela cuyo título fue lo último que leyó Canalejas. Quiero pensar que Pardiñas mató a Canalejas por sus irreconciliables ideologías políticas, no por sus gustos literarios. ¡Hasta ahí podríamos llegar! José López Romero. 

 

viernes, 17 de octubre de 2025

EL DEBER DE LA LECTURA

Leer ya no es un placer solitario. Se ha convertido en un gesto público, medible y, paradójicamente, obligado. Según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2024, el 75,3% de los jóvenes entre 14 y 24 años lee libros en su tiempo libre. Pero detrás de estos números surge una pregunta incómoda: ¿leen por gusto, por hábito o por la necesidad u obsesión de que los demás vean que leen?

La literatura, antaño refugio de unos pocos, ha pasado a ser un escaparate. La lectura se exhibe, se mide y se vende como una marca de identidad: la foto en la cafetería, la novela en la portada de Instagram, el comentario culto en un hilo de Twitter. Lo que antes era un ejercicio de pasión silenciosa, de constancia íntima, hoy se ha transformado en un acto performativo. La frase Todo el mundo quiere haber leído y nadie quiere leer nunca fue tan cierta. La gente está tan preocupada porque los demás vean que disfrutan de sus aficiones que uno se pregunta si realmente las disfrutan o si es la validación externa lo que les hace sentirse gratificados. Para quienes amamos los libros, esta dinámica resulta inquietante: la lectura deja de ser un refugio para convertirse en un medidor social tan ficticio y engañoso como las propias redes sociales.

El auge de los audiolibros y las aplicaciones de lectura rápida refleja esta obsesión por la productividad. Todo se mide: palabras por minuto, libros por año, “logros culturales” como si fueran pasos en un reloj de fitness. La literatura ha entrado en la esfera del consumo instantáneo, y con ello se ha erosionado su dimensión más profunda: la de ser un espacio de pensamiento autónomo y de libertad.

Salir de casa con un libro, sentarse en una cafetería con un cuaderno, leer poesía frente al mar… Estos actos, que antes eran gestos de cuidado personal y cultivo del espíritu, ahora pueden parecer pedantes. Y sin embargo, constituyen la forma más auténtica de resistencia contra la banalización del tiempo y del placer. La lectura no es una mercancía, ni un logro social, ni un post que buscará "likes". Leer es un acto de presencia, una pausa en la exigencia constante de ser productivo.

Quizás quienes amamos las letras hemos estado demasiado ocupados leyendo para notar cómo nuestra pasión se convertía en moda. Pero aún podemos recuperar su sentido original: abrir un libro para nosotros mismos, sin testigos, sin métricas, sin exhibicionismo. Leer como quien respira, como quien se reconcilia con la vida, con la memoria y con la soledad. Leer como quien recuerda que lo humano, en su raíz más honda, está hecho de palabras. Manuela Almodóvar.

UN HIJO, UN ÁRBOL Y... UNA NOVELA NEGRA

Hace pocos años Pierre Lemaitre publicaba ‘Diccionario apasionado de la novela negra’ (Salamandra, 2021), donde de manera singular nos daba una visión del subgénero literario que desde hace algún tiempo capta la atención mayoritaria de lectores y curiosos (aunque habría que preguntarse cuándo no lo hizo). Y este éxito ha ido en aumento hasta el punto de que la frase de autoría discutida “para que te lean hay que meter al menos un cadáver entre las páginas” puede ser un buen resumen de lo que está sucediendo. En la pasada Feria del libro de Jerez un conocido me decía que tenía una novela negra que quería publicar en la que el protagonista se llamaba Borsalino. Le comenté que ya en los años 50 Jean Paul Belmondo había protagonizado una película del mismo nombre dirigida por Jacques Deray y basada en la novela ‘Bandidos de Marsella’ de Eugene Saccomano; también que Juan Marsé publicó en fechas no muy lejanas una novela policíaca juvenil a cuyo protagonista llamó Borsalino (‘El detective Lucas Borsalino’, 2012) , todo esto bajo los murmullos del numeroso público que acudía a la presentación del último libro de Carmen Mola ( cuyos autores son lo más granado de esa novela negra que de tan inclinada a la casquería se sale de los que apreciamos la calidad por encima de las salpicaduras de  sangre). En definitiva, el mencionado género vive días felices aupado por grandes autores como James Kestrell, Rosa Ribas, Leonardo Padura, entre otros muchos de los más recientes, pero  cada vez más empañados también por autores que desvirtúan las señas de identidad del género y por otros  muchos que se lanzan a escribir su novela negra sin haber leído gran cosa de o sobre ella (... hay que meter al menos un cadáver entre las páginas),  retorciendo hasta el límite aquella otra frase sobre las prioridades en nuestro fugaz paso por la vida, donde al parecer ahora además de tener un hijo y plantar un árbol hay que escribir...una novela negra.  Ramón Clavijo Provencio