viernes, 17 de noviembre de 2023

¿DEJADNOS LEER!

El título de este artículo más parece un grito desesperado en esta sociedad de la Inteligencia Artificial que, precisamente, el título con que mi amigo y compañero de esta página, Ramón Clavijo, ha sacado a la luz el libro en el que repasa la historia de nuestra Biblioteca Municipal en el marco de la lectura pública en España. En cualquier caso, ¡dejadnos leer!, me refiera al grito o al libro, no deja de ser un aviso, una voz de alarma de un sector de la sociedad, el lector, que se siente cada vez más arrinconado, arrumbado, como fuera de un tiempo en que la letra impresa ha perdido el prestigio, el poco que ya le queda, y se ha convertido en una especie de secta molesta, incómoda, a la que se la mira con tanto asombro como desprecio. La lectura en este país nunca ha sido una actividad que haya gozado de la estima y la admiración, sino más bien se ha tratado con indiferencia y desatención. Y son los estudiosos del libro y de la lectura, como Ramón Clavijo, los que con sus trabajos se empeñan en devolverles el antiguo esplendor de que gozaron en otro tiempo, ese en el que los políticos legislaban para hacer llegar la cultura a todos los rincones de nuestro país, en el que se crearon las bibliotecas municipales en pueblos y ciudades de nuestra geografía, entre las que se cuenta la jerezana, la más antigua de Andalucía, inaugurada el 23 de abril de 1873. Una rica historia de ciento cincuenta años no exenta de vicisitudes, de buenos, malos y muy malos tiempos y que pese a ello, se ha mantenido y se mantiene en pie y en plena actividad gracias a los excelentes profesionales que la han dirigido, gestionado y cuidado de sus fondos. En este sentido, una de las reivindicaciones que en muchas ocasiones le he oído a Ramón es el patrimonio bibliográfico en general y el de la Biblioteca Municipal, en particular; patrimonio al que le dedica en su libro la segunda parte. Una reivindicación muy oportuna porque los ciudadanos ajenos al libro lo suelen ver con desapego, y muchos lectores lo tratan como un simple divertimiento, y se nos olvida con frecuencia que el libro es un objeto valioso, que alcanza en los círculos bibliófilos cifras que pueden competir con las mejores obras de arte, y que esa riqueza patrimonial también forma parte de la riqueza cultural de una ciudad como una iglesia o un retablo. Un objeto valioso y también peligroso, porque la historia, la más oscura de la humanidad, cuenta también con páginas en las que se recogen la quema de bibliotecas que fueron en su tiempo los grandes templos de la cultura universal; o la no menos ominosa requisa de libros que sufrió nuestra Biblioteca Municipal durante los años más duros del franquismo, como también recoge R. Clavijo en el libro. Por eso ‘¡Dejadnos leer!’ no solo es la historia de nuestra Biblioteca, sino también un grito, un aviso de que el libro y la lectura nunca desaparecerán. José López Romero.

  

DE AQUELLOS ENCUADERNADORES

Paseando por algunas callejuelas del casco histórico de Cádiz me vino  a la memoria, ante un local cerrado en los bajos de un edificio centenario necesitado de una rehabilitación en la calle Cánovas del Castillo, el taller de encuadernación en el que tantas veces llevé colecciones de fascículos, aquella moda que se impuso a finales de los años setenta del pasado siglo y que renacía todos los años con la llegada del otoño. Por aquellos años este tipo de artesanos vinculados al universo del libro proliferaban en la ciudad y no era infrecuente verlos trabajar in situ, pues muchos de ellos tenían ubicados sus negocios en locales pequeños donde el mostrador de atención a los clientes y el taller compartían un mismo espacio. En algunos de estos talleres no solo se encuadernaban fascículos o libros desencuadernados por el uso o que requerían una intervención modesta, sino que el artesano encuadernador tenía suficientes conocimientos como para restaurar alguna que otra encuadernación decimonónica o acometer empresas mayores; incluso en los talleres más antiguos y herederos del pasado colonial de la ciudad el curioso podía identificar papeles de arroz o de seda procedentes de Japón, incluso aromáticos o de pan de oro procedentes del continente asiático. Hoy los “Galván” o los talleres gestionados por Instituciones vinculadas al Patrimonio Bibliográfico son los últimos vestigios de esta hermosa profesión en aquella ciudad. Como en Cádiz en Jerez, pese al desconocimiento mayoritario de nuestro pasado cultural en lo referente a la historia del libro, los impresores y encuadernadores ambulantes comenzaron a frecuentar  la ciudad en el siglo XVI,  ciudad que fue la quinta andaluza en establecer un taller de impresión y encuadernación permanente. Durante los primeros años del siglo XX los  impresores proliferaron al abrigo de la bonanza que trajo la industria vinícola. “Jerez Industrial” (“Gráficas del Exportador”) y más recientemente “Al Andalus” fueron referentes de la pujante industria tipográfica (25 imprentas en la primera mitad del siglo XX), y a la sombra de ella también progresará una actividad protagonizada por esos modestos artesanos encuadernadores que, con sus pequeños talleres, salpicaban las callejuelas del Jerez intramuros y sus aledaños. Ramón Clavijo Provencio.   

viernes, 3 de noviembre de 2023

LOS BRUMOSOS ORÍGENES DE LA NOVELA NEGRA EN ESPAÑA

Durante el largo periodo de la posguerra española y especialmente el que abarca el primer franquismo, la novela negra apenas sobrevive en nuestro país, ya que el evidente interés por este subgénero literario se ve coartado por la restrictiva política que en torno a determinadas publicaciones aplicaba el Régimen surgido de la Guerra Civil. Este querer y no poder por parte de los lectores de la época de acceder a estas publicaciones, llevó a situaciones curiosas y a algunas aparentes paradojas. Una de ellas era que si bien todo lo que llegaba del exterior, en este caso el género negro, era meticulosamente escudriñado por la censura y muchos de sus más relevantes representantes eran vetados o cuando no se daba a la imprenta versiones al castellano retocadas; en cambio, muchos escritores y escritoras represaliados de nuestro país  se escondían bajo seudónimo  publicando novelas policiacas -en esos formatos de bolsillo, los bolsilibros o “libros de a duro”, que tan populares se hicieron entre el público- para subsistir. ¿Pero podemos considerar a esas novelitas los antecedentes del género negro en España, novelitas publicadas principalmente por Bruguera? Evidentemente no. Si estas colecciones policiacas circulaban libremente en la España de la posguerra era por su carácter marcadamente alejado de cualquier crítica social o política, o atisbo de sexo en sus escenas, y sus protagonistas estaban muy alejados de esos detectives que llegaban de allende del Atlántico, inclinados al whisky y las mujeres, duros de pelar (“hard-boiled”) como el Mike Hammer de Spillane o el Sam Spade (en la imagen) de Hammet. Por estos lares las tramas de estas novelitas, para evitar la censura, se situaban bien en escenarios indefinidos o en otros países especialmente Norteamérica, una Norteamérica de cartón piedra. Ello independientemente de que el carácter alimentario con el que se escribían estas novelas hacía primar la cantidad sobre la calidad literaria. Si ya en España la tradicional novela policiaca tardó en aparecer a través de escritores y escritoras propios, la novela negra autóctona solo progresó en nuestro país tras la muerte de Franco, y lo hace de la mano de dos grandes: Francisco González Ledesma, que ya había hecho su travesía del desierto durante la posguerra publicando bajo seudónimo (Silver Kane), y que ahora crea al singular inspector Méndez, y Manuel Vázquez Montalbán, que hace lo propio con el ya legendario Pepe Carvalho. Luego vendrán muchos más como Juan Madrid o Alicia Jiménez Bartlett  encabezando un largo etcétera. Pero una vez dicho esto no deberíamos olvidarnos de que en los estertores del franquismo nos topamos con ‘Los atracadores’ de Tomás Salvador, novelista al que su vinculación con el Régimen condenó al ostracismo, y Francisco García Pavón, también caído en el olvido, que con ‘Las hermanas coloradas’ (1970) inicia una saga protagonizada por el policía rural Plinio. Ramón Clavijo Provencio 

¿TÚ TAMBIÉN, ROJAS?

Leo en el estudio previo a la monumental edición de ‘La Celestina’ de la editorial Crítica, a cargo de Íñigo Ruiz Arzálluz, que “Rojas fue un lector de best sellers”, entre los que se encontraban allá por finales del siglo XV la ‘Fiammetta’ de Boccaccio, la ‘Historia de duobus amantibus’ de Eneas Silvio Piccolomini, el gran poeta del siglo Juan de Mena y, por supuesto, la novela sentimental ‘Cárcel de amor’ de Diego de San Pedro. Todo un conspicuo licenciado en Leyes, un escritor ocasional pero que dio a luz una de las obras más importantes en la historia de la literatura española, un hombre que supo ahondar como pocos en los caracteres de sus personajes, convertido en lector de esa lista de “los más vendidos” con la que hoy incitan los medios de comunicación a los lectores que no distinguen entre la buena literatura y el interés de las grandes editoriales por publicitarse. De vez en cuando curioseo estas listas que van especializándose por géneros, por temas e incluso por recomendaciones de alcance universal: “las diez novelas históricas que todos deben leer”, “las veinte novelas negras que nadie debe perderse”, “los cincuenta libros que recomienda la universidad de Oxford (no podía ser otra) que todo ser humano debe leer a lo largo de su vida”… y así una larga y variada enumeración de listas de libros que tienen en común la pertenencia a grandes y potentes editoriales y, en consecuencia, la ausencia total de las pequeñas, y con ellas de autores y obras que bien merecerían ser incluidos al menos en listas alternativas, independientes, al margen de intereses comerciales. Pero, claro, estas listas alimentarían una competencia que ni las editoriales ni los propios medios de comunicación estarían dispuestos a consentir, aunque estén incitando a consumir una literatura en muchos casos de muy dudosa calidad. Fernando de Rojas no sufrió la influencia de estas listas, fueron los propios gustos de los lectores de la época los que decidieron convertir a Boccaccio, a Piccolomini o a Juan de Mena en autores de éxito. El tiempo les ha dado la razón, el mismo tiempo que se la quitará a estas listas de hoy. José López Romero.