sábado, 27 de febrero de 2021

ORIENT-EXPRESS

Reconozco que no le he prestado entre mis lecturas mucha atención a la literatura de viajes, quizá porque ese hueco en esta página lo llena a la perfección mi compañero y amigo Ramón, experto en la materia como así atestiguan obras como la exitosa ‘La costa’ (Peripecias) o ‘Viajeros apasionados. Testimonios extranjeros sobre la Provincia de Cádiz 1830-1930’ (Diputación de Cádiz). Pero también debo confesar que como lector de nacimiento nunca le he hecho ascos a un buen libro, sea del género que sea. Por eso, cuando hace unos días cayó en mis manos en forma de regalo ‘Orient-Express. El tren de Europa’ de mi admirado Mauricio Wiesenthal no dudé en hincarle el ojo. Leer a Wiesenthal cuando trata en sus textos de asuntos de su Europa, de la misma Europa con la que se le llenaba la pluma a su maestro Stefan Zweig, es transportarse a ese continente que alumbró toda la cultura por la que ahora, o quizá mejor a finales del siglo XIX y principios del XX, ser europeo era sinónimo de prestigio y autoridad. En ‘Orient-Express. El tren de Europa’ Mauricio Wiesenthal nos lleva por la historia no solo del tren sino de todo el continente que atravesaba de uno a otro extremo en los diversos recorridos que aquel realizaba. Lo que aprovecha el autor de forma magistral para adentrarnos en las anécdotas y curiosas historias de las grandes personalidades que tenían al Orient-Express por su medio de transporte más habitual. Y por las páginas del libro, como por los vagones, como si estuviésemos viéndolos, pasean Colette, Coco Chanel, o el magnate del petróleo Calouste Gulbenkian y su salida de película de Estambul, o el traficante de armas Basil Zaharoff y su larga historia de amor con la aristocrática española Mª del Pilar Muguiro y Beruete, casada y después viuda de don Francisco María de Borbón-Braganza y Borbón… Y así una larguísima lista de personajes de la época que frecuentaron el célebre tren y en la que no faltan, no podrían faltar de ninguna manera, los grandes escritores, entre ellos la que elevó al tren a personaje novelesco: Ágatha Christie o el mismísimo Zweig; o grandes músicos como Gustav Malher, Richard Strauss, Manuel de Falla o Debussy. Por no hablar de la nobleza y realeza europeas: Eduardo VII, el duque de Windsor, y su esposa Wallis Simpson, o las andanzas erótico-indiscretas que se corría Leopoldo II de Bélgica, o la turbulenta historia de los reyes de Rumanía. Brillo, lujo, glamour que Wiesenthal nos va describiendo con todo pormenor, en sus más mínimos detalles; así como las estaciones: la “Gare de Lyon” o la “Victoria”. Pero también los padecimientos de aquel majestuoso tren en las dos guerras mundiales y las dificultades para atravesar los países del Este en los años 50 del pasado siglo. Experiencias que el propio Wiesenthal va desgranando como apasionado viajero, no como esos turistas de sandalias, pantalón corto y gorra de béisbol que en la actualidad ensucian las ciudades y manosean monumentos. En todo el libro, de una lectura tan interesante como encantadora, divertida y conmovedora por momentos, se respira una atmósfera de nostalgia por un tiempo ya perdido para siempre, por una forma de viajar que ya no existe, por esa vieja Europa tristemente olvidada, por el mundo de ayer. José López Romero.

  

FRANCISCO GARCÍA PAVÓN Y EL OLVIDO

Hacíamos, en un anterior artículo, un recorrido general por la historia de la novela policiaca, para finalizar en ese subgénero  denominado “novela negra” de incontestable éxito en la actualidad. Como en toda visión general dejamos en el camino, por falta de espacio, algunos nombres (P.D. James, Consuelo Sáenz de la Calzada, etc.) pero hoy nos gustaría detenernos brevemente en uno en particular: Francisco García Pavón. Fue este manchego un escritor notable y pese a ello, un manto de olvido ha caído sobre él (como sobre tantos otros, recuerden a Manuel Halcón) que ni siquiera la celebración de su centenario (2019) fue capaz de levantar. Sin embargo, conviene tener presente que García Pavón  dio a la literatura ese personaje impagable de Plinio, el policía rural de Tomelloso, con el que se iniciaba el camino de la literatura policiaca en nuestro país.  Ya con la primera de sus novelas, ‘El reinado de Witiza’, lograba ser finalista del Nadal, que finalmente conseguiría en 1969 con ‘Las hermanas coloradas’, otro caso de Plinio. Pese al éxito de Plinio, la Transición pareció tener entre sus prioridades romper con todo lo anterior, y en tal proceso se cometieron algunas injusticias literarias, que en el  caso de Francisco García Pavón, llevaría al periodista Enric González a escribir “A España le faltan muchas cosas para tener arreglo, una de ellas que García Pavón esté en las librerías” (cita recogida del excelente artículo de Cristian Segura “El escritor que llevó la novela negra a la España vacía”. El País. 28.9.2019). Ha tenido que pasar el tiempo para que hoy, aparte del interés y calidad de esas novelas (no recogida plenamente en la  adaptación televisiva de principios de los años 70 del pasado siglo, con guión de José Luis Garci y en la que el actor Antonio Casal ponía rostro a Plinio), encontremos en ellas una sutil profecía sobre el abandono de la España rural, y que recientemente  han tratado con tanto éxito ensayos como ‘La España vacía’ de Sergio del Molino  o novelas  como la de Santiago Lorenzo ‘Los asquerosos’. Ramón Clavijo Provencio.

 

sábado, 13 de febrero de 2021

¿QUIÉN ES EL ASESINO?

 

“Para que una novela tenga éxito debe incluir entre sus páginas un cadáver”, escribía alguien que ahora no recuerdo, pero al que a la vista del actual mercado editorial no le faltaba razón. Sin embargo, los inicios de la novela policiaca fueron más bien modestos si nos atenemos al seguimiento que tuvo por parte del público ‘Los casos de la calle Morgue’, publicada en 1841 por Edgar Allan Poe,  y donde nos presentaba al que hoy se considera primer detective literario: Auguste Dupin. Sin embargo, Dupin fue el modelo a seguir por otros personajes de ficción que tuvieron una popularidad arrolladora, como Sherlock Holmes de Conan Doyle o Hércules Poirot de Ágatha Christie. A principios de los años 30 del pasado siglo dos autores también norteamericanos, Dashiell Hammlet y Raymond Chandler, renovaron el género con una serie de excelentes novelas que dio lugar a lo que se denominó “novela negra”, por los escenarios sórdidos donde se desenvolvían sus protagonistas y donde la moralidad de los mismos entraba en un plano más ambiguo y realista. Sin duda la popularidad de esta literatura se acrecentó cuando algunas de estas novelas fueron llevadas al cine, y donde Humphrey Bogart  pondría un rostro imperecedero (en la imagen) a los  detectives Philip Marlowe o Sam Spade. Curioso fue el fenómeno que se dio en nuestro país en  la década de los 60, cuando la recién inaugurada televisión pública convirtió en un fenómeno de masas al detective Larose, protagonista de la serie ‘¿Es usted el asesino?’, basada en la novela del mismo nombre de Fernand Crommelyck. Con el paso del tiempo, y esto es historia conocida, van surgiendo nuevos nombres que mantienen el interés de cada vez más lectores. En España, Francisco González Ledesma, con su genial comisario Ricardo Méndez, es uno de los primeros grandes escritores de este género, al que seguirán Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Alicia Jiménez Bartlett o Lorenzo Silva entre otros muchos. Fuera de nuestras fronteras Georges Simenon, Patricia Highsmith (que da otro giro al género al escribir desde la perspectiva del asesino, con la creación de su personaje Ripley), Henning Mankell, Donna Leon, Stieg Larsson, Markaris o Benjamin Black. Grandes escritores recreando con sus historias la cara menos grata de la realidad, aunque esas historias en alguna ocasión han tocado a sus autores más de lo que uno pudiera pensar. Es el caso de Anne Perry, una conocida escritora de novelas policiacas británica, cuyo verdadero nombre es el de Juliet Marion Hulme. Perry  fue protagonista real siendo una adolescente,  de un macabro suceso al ser cómplice de su mejor amiga, Pauline Parker, en el asesinato de la madre de esta última. Por cierto, este caso sería llevado al cine en la excelente ‘Criaturas celestiales’, dirigida por Peter Jackson y protagonizada por Kate Winslet. Ramón Clavijo Provencio.

CAMBEMBA

Los días finales del nefasto 2020 y los del comienzo del (des-)esperanzador 21 me cogieron en la revisión, por mis quehaceres académicos, de ‘Un enemigo del pueblo’, el drama de Ibsen. Y por las mismas fechas se produjeron dos sucesos que me confirmaron la vigencia, la rabiosa actualidad de la obra del gran dramaturgo noruego; me refiero al asalto de la masa al Capitolio de los EE.UU. y a la moda de un nutrido grupo de jóvenes que se citan por internet con el único fin de romperse unos a otros la cara (ambas noticias fueron recogidas en los medios de comunicación con todo lujo de imágenes). El doctor Stockmann, el protagonista del drama, al que declaran los habitantes de su propia ciudad como su enemigo, no puede por menos que denunciar ante quienes le condenan cómo ellos, el pueblo, esa masa amorfa y cambemba es precisamente el “enemigo más temible de la verdad y la libertad”. La juventud que se cita en un descampado para liarse a puñetazo limpio como única diversión es la misma que se pasa por el forro de su ignorancia y chulería todas las medidas higiénicas contra la pandemia, de la misma manera que el tío de los cuernos y sus secuaces que asaltaron el Capitolio no son más que los mismos perros  y con el mismo collar de la violencia y el desprecio hacia las normas; una masa que se deja manejar, manipular por cualquier charlatán de feria, llámese este Trump o pongan ustedes el nombre que quieran, pues en nuestro país tampoco andamos escasos de esos charlatanes del tres al cuarto. Leer en estos tiempos ‘Un enemigo del pueblo’ es un terrible ejercicio de hasta qué punto nada ha cambiado en la sociedad desde su estreno en Oslo en 1883. El doctor Stockmann (o Ibsen) ya nos avisó: el voto de esos jóvenes que se pegan por diversión vale lo mismo, o incluso más que el suyo, lector. José López Romero.