lunes, 20 de junio de 2022

CASTIGO

 

“Hoy se cumplen (21 de octubre) doscientos ochenta y siete años que tuvo lugar en Madrid, un hecho que me place ahora recordar, por lo que fuere. Un hombre que había sido el favorito de un rey y el magnate más notorio de su tierra fue condenado a «morir degollado en cadalso por la garganta». Hablo del muy poderoso señor D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias [en la imagen], cuyo aniversario necrológico celebra hoy la iglesia, no sé bien si con Tedeums o MisereresUno de los cargos principales acumulados contra D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias y ex secretario de Cámara, fue el «haber hecho sobre su corto patrimonio una opulenta fortuna». Pero, ya queda dicho, del trágico acontecimiento van transcurridos centenares de años, y centenares de ministros, no menos venales que D. Rodrigo Calderón, han hundido sus manos avarientas en las arcas del Tesoro, sin que hayan sido segadas jamás”. Así contaba el gran bohemio Alejandro Sawa en su magnífico libro ‘Iluminaciones en la sombra’ la suerte de este personaje que, efectivamente, murió degollado, como correspondía a un noble, en la plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621, recién iniciado el reinado de Felipe IV. Y no menos cierta es la opinión o lamento del ilustre escritor, muerto él mismo en la más absoluta pobreza, de que ya han pasado por la historia de este país no cientos, sino miles de ministros y  personajes políticos de diverso pelaje y de la peor estofa que se han llenado los bolsillos, “han hundido sus manos avarientas en las arcas del Tesoro” y aquí no ha pasado nada. Nada más que con la historia más reciente, la de nuestra democracia, se podría haber inundado de sangre varias veces la plaza Mayor, si la Historia, como se lamenta Sawa, no nos diera con el famoso marqués lecciones vanas de ejemplaridad. En estos días en que se debate tanto entre lo legal y lo moral, ético e incluso estético, que algunos han llegado a esgrimir, lo cierto es que, como todos sabemos, lo legal lo deciden las leyes y quienes tienen que administrarlas, con lo que ya empezamos con los problemas, porque en este país la aplicación de las leyes deja mucho que desear; y sobre lo moral, ético o estético algunos opinan que cada ciudadano tiene su propio y particular concepto de ello. Y es posible que así sea, porque siendo legal un buen negocio nuestra moral, ética o estética es inversamente proporcional al volumen de nuestros bolsillos. No acudamos al tópico ya manido de que todos tenemos un precio, cambiemos “precio” por “dignidad”; y si esta no fuera suficiente, cambiémosla a su vez por “fama” u “honra”, aquella que daba o quitaba la pública opinión. Y hoy son los medios de comunicación los que se han apropiado de esa “pública opinión” y, en esto, como en las leyes, ya empezamos con los problemas. ¡Qué razón tenía Sawa! José López Romero. 

CÉSAR


El primer libro en el que descubrí a Julio César, un poco antes de recibir aquellas clases de latín de la gran Pilar Cortiles, fue la mediocre biografía titulada ‘Julio César’ de Enrico Farinacci, publicada en la editorial Bruguera en su mítica colección de novelas gráficas, en la que muchos empezamos a descubrir el placer de la lectura. Algún tiempo después me enteraba de que el tal Farinacci no era sino uno de los muchos pseudónimos que utilizaba Enrique Fariñas, uno de tantos de aquellos olvidados escritores que a lo largo de los años 60 tocaban todos los palos literarios, para cubrir los encargos de las editoriales sacrificando vocación por subsistencia. Creo, sin embargo,  que aquella más que discreta biografía de César es la responsable de mi posterior interés y fascinación por el personaje histórico. En este ya largo recorrido como lector me he encontrado, como podrán suponer de todo, desde grandes libros (‘César’. Adrian Goldsworthy) hasta textos infames. Curiosidades que captaron mi atención en su momento como aquella biografía novelada, ‘El Joven César’ de Rex Warner, luego continuada en ‘César Imperial’ (ambas en Edhasa), hasta ese ‘César Imperator’ (Planeta) del admirado Max Gallo que tan buenos ratos de lectura me proporcionó. Pero con  lo que no me había topado en todos estos años es con la coincidencia en el tiempo de la publicación de tres apuestas, a cual más ambiciosa, en torno a este personaje al que dedicamos estas líneas, lo que aparte de la curiosidad  dibuja  una batalla bibliográfica donde también habrá vencedores y vencidos. Como ya habrán adivinado me refiero al libro ‘Roma soy yo’ (Ediciones B), primero de una serie de seis firmado por el popular Santiago Posteguillo. A la mencionada aproximación novelada del español le ha salido un competidor en el libro de Andrea Frediani titulado ‘La sombra de Julio César’ (Espasa), que parece también será el primero de otra serie. Y por fin el ensayo histórico de Patricia Southern ‘Julio César’ (Desperta Ferro), libro este último por el que he comenzado el reto lanzado a los lectores y que presumo me va a tener entretenido por un tiempo. Ramón Clavijo Provencio

 

 

sábado, 4 de junio de 2022

PATÉTICO

En más de una ocasión he acudido a una de las conclusiones a las que llegaba Francisco Ruiz Ramón (en su magnífico libro ‘Historia del teatro español’, vol. 1), para explicar el fracaso de la tragedia renacentista en España, en concreto, al diseño de los personajes, cuyo exceso trágico terminaba por convertirlos en  “seres desmesurados, a todas luces más dignos de un disparatado tratado de patología que de una tragedia”. Al leer alguna novela me he acordado de esta afirmación. El autor o la autora ha cargado tanto las tintas en algunos aspectos psicológicos de sus criaturas que ha terminado por convertirlos en monstruos, de tan ridículos que acaban siendo patéticos. La última, ‘Los días perfectos’ de Jacobo Bergareche. Una novela bien construida en dos cartas escritas por Luis, el protagonista, una dirigida a su amante, Camila, y la otra, más breve (¡faltaría más!) a su mujer, Paula. Hasta aquí todo correcto e interesante, incluso las cartas de William Faulkner que está consultando en el Harry Ransom Center de Austin y que le sirven a Luis como hilo conductor de las suyas. La narración o, mejor diríamos, confesión a las dos mujeres de su vida fluye con excelente estilo, con reflexiones que le llevan a lector a pensar en el paso del tiempo, en la memoria de las relaciones personales, en las complicidades necesarias en toda pareja para no caer en el “tedio”, en esas cenas en celebración de San Valentín tan tristes que terminan con el acta de defunción de una vida juntos que ya no tiene ningún sentido. Si la novela, como en alguna ocasión ha confesado el propio autor, pretende ser una reflexión sobre el desgaste del amor en pareja, podemos decir que el objetivo a primera lectura está conseguido. Y sin embargo… El personaje de Luis es tan excesivo que pasa de patético a gilipollas en unas cuantas páginas iniciales, perfil que mantiene e intensifica a lo largo de toda la novela. Entre las “virtudes” que adornan al personaje se puede contar el desprecio hacia los demás, en particular el insulto gratuito a la compañera de trabajo, la gorda tetona, con quien en un momento de debilidad provocado por el alcohol mantuvo relaciones sexuales, cuyo recuerdo ahora le asquea; o tildar de pedófilo a un compañero de su amante, porque este ha pretendido invitarla a una copa. Descalificaciones de toda punto innecesarias pero que ya nos advierten de la catadura moral de quien le está confesando a su amante (otro rasgo de cinismo) que sus días perfectos son pasarlos en la cama con ella, pues la relación que mantiene con su mujer ya es una pesada carga de la que no puede o no sabe desprenderse. Y en el colmo de la gilipollez esnobista, el amigo Luis se dedica a reparar y pintar en sus ratos libres motos antiguas y a hacer escabeches para sus amigos. Y así a lo largo de toda la novela, hasta convertirse en un ridículo insufrible. Todo un personaje el tal Luis. Pero no nos equivoquemos, la culpa, evidentemente, no la tiene Luis, sino su creador, que ha querido hacer una novela sobre el desgaste del amor en pareja, y le ha salido como el culo. ¡Ah! Por cierto, no se pierdan la crítica a esta novela en el Diario de Sevilla (1-08-2021). Sin palabras. José López Romero.   

  

A CUATRO MANOS

Cuando José López Romero y yo publicamos nuestra primera novela de la serie del inspector Castilla, ‘Asta Regia’, muchos se sorprendieron pero no tanto porque investigadores hasta ese momento centrados individualmente en dar a la imprenta publicaciones de sus respectivas especialidades se pasaran a la novela policiaca, sino sobre todo por el hecho de que esas novelas se escribieran a “cuatro manos” como popularmente se suele decir. A partir de ahí  cada nueva novela de la saga mencionada ha venido acompañada irremediablemente por un rosario de repetitivas preguntas sobre cómo lo hacemos o cuál es nuestro método de trabajo, que tratamos de sobrellevar con humor mientras nos vamos acostumbrando a ello. Pero pese a todo nos sigue sorprendiendo tanto a Pepe como a mí, tanta curiosidad por un asunto, este de escribir  novelas por dos autores, que pese a todo no es  nuevo en la historia de la literatura y cualquiera que hurgue un poco en ello lo comprobará. Incluso podemos mencionar casos verdaderamente curiosos y hasta cierto punto poco conocidos, como es el protagonizado por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, cuando a mediados de los cincuenta del siglo pasado crearon al singular personaje de Isidro Parody que protagonizaría varias historias resolviendo intrincados casos policiales, claro que lo hicieron escondidos bajo el pseudónimo de Bustos Domecq.  A mediados de los 70 muchos recordamos con agrado aquella pareja formada por Dominique Lapierre y Larry Collins un auténtico fenómeno de masas para la época, tras la publicación de libros como ‘Oh, Jerusalén’ o ‘Arde París’.  Más recientemente y ya en nuestro país la pareja formada por Andreu Martin y Jaume Ribera iniciaron una fructífera colaboración cuyo exitoso resultado es la serie protagonizada por el detective Ángel Esquius. Pero de todos los casos que podríamos poner, el que personalmente me atrae más  es el de la sociedad formada por los italianos Giacometti y Ravenne que siguen publicando novelas entre lo policiaco y fantástico entre las que destacaría la primera de ellas, ‘La mujer del domingo’, que luego sería llevada al cine en una película del mismo título, protagonizada por Marcello Mastroianni y Jacqueline Bisset. Ramón Clavijo Provencio.