viernes, 16 de julio de 2021

LECTURAS PARA VERANO I

Romanticismo

Manuel Longares. Cátedra, 2008.

Ya lo he dicho en varias ocasiones: uno a veces llega a ciertos, a muchos libros un poco tarde, pero bendito el momento en que se llega. Y esto me ha pasado con esta monumental novela de M. Longares que ya puede considerarse con todo merecimiento una de las obras maestras de nuestro siglo, aunque solo hayan transcurrido dos décadas de este. Con una prosa brillante, apabullante, que deja extasiado al lector, y por momentos anonadado, Longares nos relata la historia del “cogollito”: la vida de la alta burguesía madrileña (barrio de Salamanca) desde los días anteriores a la muerte de Franco hasta los finales del siglo XX, con la victoria socialista (¡qué ha sido de aquel partido!) en 1982. La inquietud, el desasosiego de una clase adinerada y ociosa ante un futuro incierto y cómo va evolucionando a través del tiempo y los cambios que se producen en la generación posterior, son los temas tratados con la maestría narrativa y deslumbrante de Longares. Imprescindible. J.L.R.

 

El campeón ha vuelto

J.R. Moehringer. Duomo, 2016

Es este un libro que en nuestro país fue descubierto tardíamente, tras el éxito que su autor cosechó con dos libros posteriores ‘Open’ (2014) y el espléndido ‘El bar de las grandes esperanzas’ (2015). Y sin embargo esta novela corta que gira en torno a la búsqueda por parte del propio autor, en sus inicios como periodista, de un boxeador que tuvo un cierto éxito en la década de los 50 del pasado siglo, contaba con muchos atractivos para ser editada en castellano en el ya lejano 1997, fecha de edición en los Estados Unidos. Uno de ellos, haber sido finalista del premio Pulitzer de ese año. Sin embargo, hubo que esperar a 2016 para introducirnos en la más que apasionante historia de Bob Satterfield y cuya pista parece perderse en un vagabundo que deambula por las calles de Los Ángeles y se hace llamar “Campeón”. R.C.P.


domingo, 4 de julio de 2021

CABALLERO BONALD

Pasado ya un tiempo prudencial, el que dista del dolor a la aceptación resignada de la pérdida, tiempo en el que los escritores ya reposan en sus obras, a disposición, como siempre lo están, de los lectores, quiero, si me lo permiten, contar mis encuentros con la obra de J.M. Caballero Bonald. No sé si fue antes la lectura de ‘Dos días de setiembre’, en la edición de Argos Vergara (1979) o de ‘Selección natural’ la antología al cuidado del propio Caballero que publicara la editorial Cátedra allá por 1983, mis primeros encuentros, lo cierto es que son dos lecturas a las que les he sacado un buen partido, pues la novela fue la protagonista de una de la sesiones del club de lectura de la biblioteca municipal, y algunos poemas de aquella selección (“Espera”, “Nombre entregado”…) se los leo todos los años a mis alumnos en un intento, siempre desesperado, de que pongan al menos un verso, un poema en sus vidas. Más tarde el buen criterio que ahora falta hizo de ‘Toda la noche oyeron pasar pájaros’ lectura obligatoria de aquel tan recordado C.O.U., y así nuestro alumnado pudo disfrutar, si eso es posible cuando la lectura se impone por decreto, de la prosa de Caballero. Y con una periodicidad que no entendía de plazos fijados, sino de gustos y oportunidades, fui adentrándome en el universo narrativo de Caballero en torno a los paisajes de la baja Andalucía: ‘Ágata, ojo de gato’ (de la que conservo una edición de Bruguera, 1977), ‘Campo de Agramante’ y ‘En la casa del padre’, que también propuse con éxito para otra sesión de mi querido club. Y para entender mejor al escritor y también a su obra dos textos, uno leído y otro en consulta, tengo a mano por si falta me hicieran: ‘La costumbre de vivir’, el segundo volumen de sus memorias, y el estudio que le dedicara a sus novelas José Juan Yborra Aznar titulado ‘El universo narrativo de Caballero Bonald’ (Diputación de Cádiz, 1998), el mismo excelente investigador que publicara en la revista ‘Trivium’ (nº 10, 1998) el artículo “Suma bonaldiana, aproximación a los títulos bibliográficos sobre la obra de creación de José Manuel Caballero Bonald”. Y por supuesto, tan a la misma mano, a tiro de brazo, tomo de vez en cuando de la estantería su ‘Somos el tiempo que nos queda’ y leo algunos poemas, sueltos, los que el azar pone ese día ante mis ojos, y termino siempre por releer aquel “Espera” (“Y tú me dices / que tienes los pechos rendidos de esperarme, que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo, / que has perdido hasta el tacto de tus manos / de palpar esta ausencia por el aire, / que olvidas el tamaño caliente de mi boca…”) y, por supuesto, “Nombre entregado” (“Tú te llamabas tercamente Carmen / y era hermoso decir una a una tus letras, / … Ahora es de noche y tú no tienen nombre, / a nadie pertenecen tu voz, tus adjetivos, / mientras cae la lluvia / mansamente y es más torva la vida / cuando al llamarte sé que ya no tienes nombre…”). Y cuando termino de leer estos versos siempre hago el propósito de leérselos al día siguiente  a un grupo de alumnos, para que pongan al menos por un día un poema en sus vidas. Y cuando los leo en clase siempre se produce el milagro: el silencio. José López Romero. 

EL AJEDREZ EN LA MEMORIA

No podemos afirmar que nuestro país haya sido, y menos aún sea en la actualidad, un lugar donde el ajedrez haya alcanzado la popularidad que sin duda tiene en otros lugares. Y sin embargo este juego, definido equivocadamente como elitista por algunos, parece siempre haber estado muy presente aunque en un segundo plano en nuestras vidas. En muchos domicilios, muchas veces arrinconado, tenemos un tablero olvidado del que no recordamos cuándo lo adquirimos o para qué. En mi memoria recuerdo en el peregrinaje anual que todos los veranos realizaba mi familia a Los Barrios para pasar el verano, cuando aquella  población era aún un pintoresco pueblo y no una ciudad dormitorio de Algeciras, aquel pequeño club de ajedrez en el que aprendí las reglas del juego siendo un adolescente. Luego vendría la adquisición de dos libros que aún conservo: ‘Tratado elemental de ajedrez’ de Ricardo Aguilera, pero sobre todo el ‘Lecciones de ajedrez’ de J.R. Capablanca, el gran maestro cubano, que con una prosa brillante introducía al lector en partidas míticas protagonizadas por grandes maestros, y al que atribuyo  mi temporal obsesión por el juego, en el que nunca llegué a destacar. Aquel viejo libro me viene a la memoria tras leer el de muy reciente aparición ‘Cuentos, Jaques y Leyendas’, del profesor Manuel Azuaga, que rescata del olvido una serie de magnéticas historias, protagonizadas por personajes conocidos como Humphrey Bogart, Miguel de Unamuno, Nabokov o Stanley Kubrick entre otros, y donde el ajedrez es la pieza, nunca mejor dicho, principal. El año pasado leí con interés otro libro ‘El peón’ escrito por Paco Cerdá. En él se rescataba una vieja historia protagonizada por nuestro mejor ajedrecista hasta el momento, Arturo Pomar, aquel niño prodigio  que al final de su carrera firmó unas tablas con el joven americano Bobby Fischer, en el campeonato mundial de Estocolmo de 1962. En fin, libros sobre un juego tan maravilloso como poco cuidado en este país, y que quizás contribuyan a llamar la atención de algún futuro genio de las tablas, aunque hoy aún ni siquiera conozca el movimiento de las piezas sobre el tablero. Ramón Clavijo Provencio