viernes, 25 de noviembre de 2022

CULTURA O VIDA

“¡Entre cultura y vida… -comenzaba diciendo el Gordo, y Larisa remataba en el español que había aprendido en la cama-:… escoge vida!”, leo en ‘Las palabras perdidas’, una enorme novela del escritor cubano Jesús Díaz. El Gordo (con perdón por si acaso) se ha ligado a la angelical Larisa en un viaje cultural a Moscú, y ante la perspectiva de ver museos y bibliotecas o encamarse con la joven rusa, ninguno de los dos duda: ¡la vida! ¿Y por qué –me pregunto- esta disyuntiva excluyente? Hace unas semanas en un bar de cuyo nombre me acordaré siempre para no volver, pues una caña de cerveza estaba a precio de barril de petróleo o kilovatio hora, y todo porque te la servían en unos vasos de doble cristal que mantenía la cerveza siempre fría, precisamente en estos vasos –y vuelvo a cultura o vida- acompañando a la marca de cerveza, se podían leer distintas citas de escritores célebres. Ya saben, esas sentencias que pueden encontrarse en Internet a poco que pongamos en cualquier buscador “citas famosas de…”. Es decir, lo que en el siglo XVI eran centones y centones donde se recopilaban sentencias o frases famosas de los grandes clásicos griegos y latinos (un excelente ejemplo es el ‘Sententiarum volumen absolutissimum’ de Stephano Bellengardo), ahora con un solo clic podemos consultarlas por autores o por temas, según el gusto o el interés del usuario. A mí me tocó una de Henry David Thoreau, el famoso filósofo y naturalista norteamericano, y creo recordar que en otro vaso se recogía un pensamiento o consejo de vida de Concepción Arenal… Modestamente siempre he defendido y aplaudido todas las iniciativas que acerquen la cultura a las actividades más cotidianas de la vida. En cierta ocasión entoné un panegírico sobre el papel higiénico que se adornaba con versos de poetas célebres, aunque me abstuve de comprarlo por mi devoción por la literatura (¡cómo iba yo a caer en tamaña ofensa!). Por no decir la campaña familiar que emprendí en su momento, con escaso éxito (todo hay que reconocerlo), de pegar un poema en la puerta del frigorífico, el electrodoméstico sin duda más visitado en cualquier casa. Todos podemos hacer mucho más en nuestra vida diaria para que la cultura no se convierta en su dicotomía, sino todo lo contrario, en su mejor complemento o en un alimento básico. Y así como ahora ha proliferado toda clase de productos para seguir una alimentación sana, también podríamos buscar resortes o mecanismos para que de la misma manera incorporemos a lo más cotidiano de nuestra vida sana pequeñas o grandes porciones de cultura. Una cita serigrafiada en un vaso de cerveza es una más de las muchas iniciativas que pueden hacer que el Gordo y Larisa, en la novela de Juan Díaz, no tengan que elegir siempre vida. Aunque si tuviéramos que elegir entre el precio de la inolvidable cerveza cultural y las expectativas que se le abrían al Gordo en aquella cama y con aquella joven… José López Romero.  

  

LA II REPÚBLICA Y EL FOMENTO DE LAS BIBLIOTECAS PÚBLICAS. JEREZ

Tras la proclamación de la II República en 1931, hay una serie de iniciativas culturales de gran relevancia, algunas orientadas al fomento de la lectura y la potenciación de los centros bibliotecarios. Entre ellas  estarían la creación del Patronato de las Misiones Pedagógicas y que incluye un interesante apartado que hace especial hincapié en “el establecimiento de Bibliotecas populares, fijas y circulantes…” Pero también habría que destacar el decreto de 7 de agosto del 31 que proclama la creación de bibliotecas escolares con el carácter de públicas, lo que de alguna manera seguía la  línea de lo que intentaron los gobiernos republicanos durante el Sexenio Democrático. Pero el esfuerzo legislador no decaerá y así el 22 de agosto de 1932  se establecía  “que todas las bibliotecas estatales o locales dependientes del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, debían crear una sección circulante para prestar libros a aquellos que lo solicitaran”. A tal fin se creó la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros para Bibliotecas Públicas (J.I.A.L.), cuyo principal objetivo fue dotar a las bibliotecas públicas de los libros necesarios para poder cumplir con el servicio de préstamos. Finalmente el 31 de agosto de 1932 se aprobaba el Decreto de creación de Bibliotecas Públicas municipales,  Decreto que trataba de regular a través de la recién creada J.I.A.L., el anhelo de muchos municipios carentes de servicios bibliotecarios y donde no se había  consolidado una biblioteca popular, tras la promulgación del ya lejano Decreto de creación de bibliotecas populares de 1869. En Jerez, el Consistorio tratará de ejecutar las nuevas disposiciones republicanas centralizándolas en la Biblioteca Municipal, donde el nuevo bibliotecario Manuel Esteve, que sustituye a Luis Pérez Roldán en 1931, además de potenciar las adquisiciones bibliográficas lanza una serie de iniciativas, que se encarga de publicitar en prensa, y que tendrán un singular éxito: en 1935 dicha biblioteca alcanzará  los  12.500 usuarios  (frente a los apenas 9000 del inicio de la década), cifra que ya no se volvería a alcanzar hasta algunos años después de finalizada la Guerra Civil. Ramón Clavijo Provencio

 

 

sábado, 5 de noviembre de 2022

EL BIBLIÓFILO DE LA CALLE JUAN BELMONTE

Los miles de libros ocupaban hasta el último rincón de la vivienda, un piso bajo de la barriada jerezana de La Constancia en el que había instalado a duras penas su biblioteca, mientras él, José Soto, se acomodaba en otro piso anexo en el que pronto tuvo que ir cediendo nuevos espacios a la voracidad colonizadora de los libros. José Soto Molina, reconocido bibliófilo local, ahora ya anciano y arruinado, había vivido sin duda tiempos mejores. Sus estrecheces económicas parecían haberse acrecentado desde que tuvo que abandonar su espaciosa vivienda de toda la vida, al verse esta afectada por  las expropiaciones que tuvieron lugar para hacer realidad la nueva vía de ensanche de Jerez: la Avenida Álvaro Domecq. Desde entonces su decadencia física era evidente. Apenas salía de aquellos pisos de la calle Juan Belmonte en La Constancia, y lejos quedaban aquellos tiempos en los que fue una figura reconocida en los ambientes culturales de la ciudad. Por el camino había dejado amigos y enemigos, también lenguas malintencionadas que lo describían con una gabardina holgada donde escondía libros de procedencia inconfesable, imagen heredada sin duda del protagonismo que ejerció en las confiscaciones de libros de particulares en los inicios de la Guerra Civil. Ahora, al final de su vida, aún recibía visitas en su domicilio de conocidos y desconocidos a los que informaba sobre el valor real de alguna biblioteca heredada, o para examinar impresos raros que algún iluso trataba de venderle a precio desorbitado. Lo cierto es que José Soto se fue apagando sin saberlo en La Constancia, entre recuerdos y libros, cada vez más libros. En los recuerdos siempre aquellos “años de plomo” en los que asesoró al bando de los vencedores, sobre la idoneidad de conservar o destruir los libros incautados a particulares. Enfrascado en aquellos oscuros asuntos, no pocos libros pasarían a su cada vez más inabarcable biblioteca. Con algunos de aquellos impresos arrebatados por la fuerza, se distrajo durante un tiempo quitando los ex libris de sus legítimos propietarios de las contraportadas, para completar con ellos álbumes de singular belleza. Si a José Soto le hubiera gustado ser recordado en algún libro, sin duda hubiera sido en aquel ‘Bibliofilia’ que por entonces preparaba para la imprenta Javier Lasso de la Vega, pero lo único cierto es que cuando Soto Molina, D. José, moría en aquel bajo de la calle Juan Belmonte, pocos se acordaban de él y menos de sus libros salvo Manuel Esteve Guerrero. Esteve, el bibliotecario, el arqueólogo de Asta, compañero de fatigas de Soto Molina en lo bueno y en lo malo, lograría gestionar con éxito la donación a la Biblioteca Municipal de Jerez de aquella enorme biblioteca. Sin duda fue aquella una tan inesperada como justa pirueta de la diosa Fortuna. Ramón Clavijo Provencio.

  

ENVEJECER

“Ha envejecido mucho”, “se le notan los años”, son expresiones que solemos utilizar para describir a personas (siempre sale el animador de turno que nos pregunta para subir nuestra autoestima  “¿tú te has mirado esta mañana en el espejo?”). Pues bien, esa misma sensación de envejecimiento, mucho y mal, he tenido al releer ‘Las mil noches de Hortensia Romero’ de Fernando Quiñones. No es la misma sensación que se tiene cuando uno se da cuenta de que un libro no aguanta una segunda lectura. Esa derrota ante el tiempo a la que me refiero se puede observar en muchas películas españolas de la década de los setenta y ochenta, no solo a las que se agruparon bajo la denominación del “destape”, sino incluso a aquellas que planteaban los problemas de una sociedad que aún arrastraba, como un pesado lastre del que no sabía desprenderse, la larga dictadura. Las anchas solapas de las chaquetas, los pantalones acampanados y un cigarrillo tras otro cuyo permanente humo acompañaba los diálogos reflexivos de José Sacristán en películas como ‘Asignatura pendiente’ o ‘Solos en la madrugada’, son un buen ejemplo de esa sensación que he tenido con la Hortensia de Quiñones. Y no es solo por el personaje en sí, la madura prostituta que le va contando a una estudiante meritoria de sociología todas sus andanzas, que son muchas y variadas, en un ejercicio de autoalabanza que por momentos suena casi infantil, sino también por la propia narración que adolece de excesos por todos lados, en extensión (una novela a la que le sobran bastantes páginas), y en intensidad. La historia del “Maera” y sus cuentos marineros, la petera de Hortensia con el médico Pedro Quintana y su generosidad con los pobres… y hasta el cuento popular final que le endosa la Horte a la estudiante del “Ramón y la mora” me han sonado a una literatura que sin duda tuvo su tiempo y que no ha podido resistir el paso de este. Por lo que argumenta al final, hasta la protagonista ha sabido envejecer mejor que su relato. José López Romero.