La
muerte de Harold Bloom puede significar un antes y un después para la crítica
literaria. Desde hace muchos años el británico se había convertido en una
referencia para tomarle el pulso a la historia y evolución de la literatura,
tanto más si cabe desde la publicación de ‘El Canon Occidental’ (Editorial
Anagrama, 2006), que se convirtió de la noche a la mañana en libro de obligada
consulta pese a la pobre presencia en él de la literatura en castellano, lo que
en su día originó una gran polémica en nuestro país (aunque este Canon más que
Universal gire en torno a Shakespeare y,
en todo caso, a la literatura anglosajona, que es la que realmente importaba a
Bloom). El panorama que queda tras su muerte es sin duda el de una crítica
empobrecida y de poca influencia (salvo contadas excepciones), donde imperan
textos calculadamente ambiguos cuando no prescindibles, y que en muchos casos
desprenden un tufillo más propagandístico que crítico. Con este panorama no son
extraños casos como el de Ignacio Echevarría, que se vio enfrentado con su
periódico “El País” por una mala crítica que escribió de un libro de Atxaga,
publicado por el mismo sello editorial
que el del mencionado diario . “La
critica está herida de muerte, apenas quedan críticos y el hombre de letras
carece del prestigio que tuvo en los años sesenta o setenta del pasado siglo”,
escribía no hace mucho el profesor y también crítico literario Francisco García
Pérez. “Sin duda se seguirán escribiendo buenos libros, aunque aumentarán los malos”,
vaticinaba también José María Merino, por lo que si estamos de acuerdo con esta
última afirmación no es difícil prever la creciente importancia de la crítica y la necesidad de mantener la objetividad,
calidad e integridad de la misma en esta feria de las vanidades e intereses
encontrados, en la que se ha convertido el universo literario. Echaremos de menos sin duda a Harold Bloom. Ramón Clavijo Provencio