viernes, 23 de febrero de 2024

EL INSPECTOR CASTILLA Y EL ROBO EN LA BIBLIOTECA (I)

Aunque hasta ahora los sucesos contenidos en la novela ‘Asta Regia’ (Editorial Canto y Cuento, 2021) se consideran el primer caso del inspector Castilla en el Jerez de los años cuarenta del pasado siglo, la aparición de unos archivadores conteniendo documentación de muy distinto tipo en la reforma de una vieja finca de la calle Porvera, desmienten dicho dato. Entre esa documentación, en una carpeta de un azul desvaído con el título manuscrito a pluma de “Robo en la Biblioteca. 1942”, se detalla en poco más de dos folios unos hechos que sucedieron hace ahora ochenta años y que podríamos considerar como el primer caso en el que interviene el inspector Castilla, recién trasladado a Jerez desde la Comisaria de fronteras de Tetuán en el antiguo Protectorado español de Marruecos.  Lo cierto es que el contratista de aquella reforma más arriba mencionada, viejo conocido y seguidor de las aventuras del inspector, al toparse con  aquella colección de papeles, en los que el policía parecía tener algo que ver, decidió ponerse en contacto con los que firman este escrito, una vez que los nuevos propietarios de la finca le comunicaron su desinterés por los documentos. Tras estos necesarios preliminares, pasamos ahora a reconstruir los hechos que quedan reflejados en esos dos folios de la carpeta titulada “Robo en la biblioteca. 1942”, aunque el motivo de que Castilla ocultara aparentemente estos documentos, desgajados de ese otro manuscrito mal encuadernado, conteniendo otros casos del policía, y que la fortuna hizo que los descubriéramos en una vieja librería de lance, es algo que ignoramos (curiosamente, hace solo unas semanas la misma Biblioteca sufría un extraño intento de robo, aunque separado por décadas del que aquí relatamos)… “Las tinieblas nocturnas habían dejado paso a una densa niebla que caía sobre la ciudad aquel 16 de febrero de 1942. Apenas eran las 10, cuando colgó el teléfono tras despachar con su jefe, el comisario Elíseo Soriano. Por el ventanuco del despacho apenas se divisaba la fachada de las Bodegas Maestro Sierra que daban a la plaza de Peones,  tal era el espesor todavía de aquella cortina blanca, pero realmente su atención no estaba centrada en aquel fenómeno meteorológico, sino en resolver cuanto antes el suceso del que acababa de darle cuenta el comisario: un  intento de robo en la Biblioteca Municipal, que aquella misma mañana había aparecido con la puerta de entrada que daba a la plaza Revueltas y Montel forzada,  y con signos evidentes de haber sido “visitada” sin permiso por uno o varios desconocidos. Aunque Castilla llevaba apenas unos días incorporado a la comisaria tras su traslado forzoso desde Tetuán, no era un novato. Además, aún no tenía asignado ningún caso y ocupaba aquellos primeros días en Jerez en asuntos meramente burocráticos. Sí, se dijo el comisario Soriano cuando colgó el teléfono, Castilla era su hombre…” (continuará). Ramón Clavijo/ José López.

OSAKA

“El surrealista momento de Naomi Osaka en pleno partido en Australia: saca un libro… ¡y se pone a leer!”, leo en la página web de un periódico digital. Es decir, para el autor de la noticia leer en los descansos entre juego y juego es “surrealista”. Menos mal que la cuenta de X del Grand Slam australiano se ha apresurado a afirmar que “nunca es mal momento para un buen libro” (como se recoge también en la página del periódico). Y más razón que un santo tiene la declaración oficial. Es más, si proliferara este tipo de actos, sobre todo protagonizados por deportistas de élite, otros y muy distintos serían los índices de lectura no solo en España, sino en todo el mundo. Ya he confesado en múltiples ocasiones que, modestamente, y sin pretender compararme con el gesto de la gran tenista japonesa, siempre he llevado y llevo conmigo un libro que leo en las consultas de los médicos a las que acudo (cada vez con más frecuencia), o cuando en otro tiempo esperaba a mis hijos que salieran del colegio o ante cualquier circunstancia que me obliga a esperas indefinidas. Y en cierta ocasión recuerdo que glosé, en esta misma página, la fotografía de El Fari, en bañador, junto a una piscina, con un libro en la mano (la imagen puede buscarse con facilidad en Google), pero no me consta que ante la publicación de mi artículo cerraran antes de su hora las librerías de este país por haber agotado las existencias. Pero no en menos ocasiones he insistido en que si la rivalidad entre Messi y CR7 se hubiera trasladado también a sus respectivas bibliotecas (¡en la confianza de que las tengan!), y los medios de comunicación hubieran pregonado a los cuatro vientos los gustos lectores de ambos astros (¡en la confianza de que los tengan!), cualquier campaña de animación a la lectura se vería sobrepasada ante el fervor lector de sus seguidores. El gesto de Naomi Osaka bien pudiera o debería ser el primero de toda una serie de tenistas y deportistas famosos que ante las cámaras ocupan sus momentos de descanso con la lectura. Yo lo veo, en mi infinita confianza. José López Romero.

  

viernes, 9 de febrero de 2024

PARALELAS ASIMÉTRICAS

El 21 de agosto de 1622 moría asesinado en Madrid, a la puerta de su palacio, sito en la mismísima calle Mayor, don Juan de Tassis y Peralta, el conde de Villamediana, correo mayor del reino, poeta culterano y satírico, de vida licenciosa y de amoríos escandalosos, a los que no eran ajenos la propia reina doña Isabel. Una personalidad tan impetuosa como turbulenta, empecinada en granjearse enemistades que terminaron por llevarle a la muerte, en la que parece ser intervino el propio rey Felipe IV. Fama fue, aunque consta como leyenda, que el 8 de abril de 1622 al estrenarse su comedia ‘La gloria de Niquea’ en Aranjuez ante la presencia de la reina, el mismo marqués quemó el teatro para poder salvar a doña Isabel entre sus brazos. Aunque también se vio envuelto en un caso, que provocó mucho ruido en la Corte, de un célebre proceso por sodomía, por el que condenaron a la hoguera a cinco mozos cuando ya el conde criaba malvas. Quizá fueran los celos del rey, o los enemigos de toda laya que el conde se había ganado en amores y juegos, o quizá fuera por evitar el escándalo del pecado nefando, lo cierto es que el conde, uno de los grandes poetas del Barroco español, autor de sonetos, sátiras y de la ‘Fábula de Faetón’ (ver la edición de sus poesías de Juan Manuel Rozas en Clásicos Castalia), moría de varias puñaladas el domingo 21 de agosto de 1622. Tenía 40 años.

En la madrugada del 5 de mayo de 1976 desaparecía para nunca ser encontrado el escritor argentino Haroldo Conti, uno de los grandes narradores hispanoamericanos de finales del siglo XX. Tenía 50 años. Regresaba del cine con su compañera María Scavac, cuando un “grupo de tareas” del batallón 601 de Inteligencia del Ejército, en la última dictadura cívico-militar presidida por Jorge Rafael Videla, los sorprendió en su casa de la calle Fitz Roy, los golpearon, les robaron y se lo llevaron. Haroldo Conti, cuyas novelas ya habían sido calificadas por la censura como “marxistas”, era consciente de los tiempos oscuros que se avecinaban y, sin embargo, “se negó a exiliarse y continuó su militancia política y su denuncia contra la represión”. Después del secuestro se supo que estuvo en Campo de Mayo y, finalmente, en la cárcel de Villa Devoto, donde lo encuentran en muy mal estado. En una carta que reproduce la página web titulada “Se cumplen 45 años de la desaparición de Haroldo Conti”, de la que extraigo estos datos, el escritor le confiesa a su hija Alejandra: “Gracias por enseñarme a amar a todas las pequeñas cosas de este mundo. Gracias por ser hermosa y dulce y acaso parecida a este loco vagabundo que no merece pero que todos los días se maravilla de ser tu padre. Recuérdame siempre con ternura, que es lo que ha olvidado el mundo”. Un hombre que escribe esto, nunca muere. José López Romero.

  

NOVELA NEGRA ESPAÑOLA Y FRANQUISMO

Algunos autores mantienen que la literatura negra, esa evolución de la tradicional novela policíaca iniciada en el primer tercio del siglo XIX, comienza en España una vez muerto Franco. Lo cierto es que durante el largo periodo de la dictadura franquista la novela negra que circuló en nuestro país fue sobre todo importada (castigadas por la censura las versiones originales de los grandes clásicos norteamericanos), o la que se encontraba en los llamados “libros de a duro” donde muchos autores represaliados escribían para subsistir unas muy descafeinadas novelas policíacas, que no negras, donde la crítica social, la violencia o el sexo estaban reducidos a la mínima expresión. Esa situación siguió inalterable hasta los estertores del franquismo donde encontramos autores que publicaron novelas que contienen todos los elementos del subgénero negro. Algunos de estos autores fueron personajes vinculados al Régimen como Wenceslao Fernández Flórez o Tomás Salvador, mientras que en el caso de Francisco García Pavón esa vinculación no es nada clara salvo que vivió el momento más brillante de su carrera literaria durante el periodo franquista. Estos tres autores nombrados son los que de alguna manera desmontarían la teoría que comentábamos al principio, de que solo se empieza a escribir novela negra en España a partir de la Transición democrática. Sin embargo, al final del periodo franquista Tomás Salvador, ex inspector de policía, y que llevaba una brillante carrera literaria a sus espaldas, ya había publicado sorteando la censura las excelentes ‘Cuerda de presos’ y ‘Los atracadores’, o más tarde García Pavón, escritor caído en el oscurantismo pese a no tener vinculación con el franquismo, nos presentaba a ese singular policía rural, Plinio, que hizo las delicias durante los setenta de muchos lectores de la época, anticipando además la reivindicación de lo rural ante la emigración hacia los espacios urbanos. Quizás el único de los escritores de novela negra de la dictadura de indiscutible ideología franquista fue Wenceslao Fernández Flórez, que creó en fecha tan temprana como finales de los años 30 al detective Ring (‘Los trabajos del detective Ring’), y al que su pasado político le pesó luego como una losa cuando llegaron los nuevos tiempos democráticos (aunque de manera tímida se volvió a redescubrir su obra tras la versión del cineasta José Luis Cuerda del libro ‘El bosque animado’). Ramón Clavijo Provencio.