domingo, 27 de abril de 2014

ACTITUD

“-Esa es la actitud” – decía mi hijo mientras tecleaba un wasap con destino a no sé quién; prueba contundente e irrefutable  que desactiva la leyenda negra de que los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez. La verdad es que el comentario fue la única intervención de la conversación familiar que  manteníamos su madre y yo, a cuenta de una idea que se me ocurrió sobre la marcha con el único fin de romper el silencio conyugal: “-lo mismo Ramón y yo hacemos otra novela y la presentamos a un premio. Uno de esos que dan los amigos del gremio”.  “-¿Pero no decíais los dos que queríais engrosar la lista de escritores con el síndrome Bartleby, que tan bien analiza Vila-Matas en su libro Bartleby y compañía?, me reprochaba mi mujer. “- Sí – le reconocía yo- Pero unos miles de euros no vienen nunca mal”. Y entonces soltó mi hijo sin levantar la cerviz del móvil “-esa es la actitud”, pensando más bien en el más que improbable dinerito por ganar, que en darme ánimos creadores. Y todo porque el otro día me encontré con un antiguo compañero que, según me confesó, se ganaba un suplemento económico haciendo de jurado en distintos certámenes literarios. Llevaba ya unos diez años prejubilándose y eso, junto con las amistades que había sabido conservar en ciertos círculos literarios, le permitía ser miembro de premios a los que acudía gustoso no solo por el dinero, sino también por la siempre atractiva frase “gastos pagados”.  Escritores de cierto prestigio -seguía con su confesión- no tenían escrúpulo alguno en que apareciera su nombre entre los miembros de un jurado a cambio de una cantidad según caché.  Y así ya puede explicarse –le comentaba yo- la composición de ciertos jurados y la concesión de ciertos premios. “¿Pero tú has leído la primera novela? –le pregunté a mi hijo”. “Pues claro, pá. ¿No te acuerdas que me la tuve que leer a cambio de que me levantaras el castigo sin salir un fin de semana?”. “-¡Esa es la actitud, hijo!.” José López Romero.

OTRO MES DE ABRIL

Otra vez, me temo, volverá a pasar el mes de abril por el calendario, sin que hayamos podido pasear por las calles de esa efímera ciudad dedicada al libro, que en tantas ciudades se levantan a partir de esta fecha. Alguno podrá decir, y con toda razón, que para las últimas Ferias del Libro que se han acogido en Jerez, más vale ahorrárselas y aunque suene duro decirlo, lo cierto es que mientras en nuestra ciudad andamos imitando al Guadiana, con propuestas de Ferias que de  un año para otro desaparecen, para volver a seguir unos años después con otras propuestas distintas que tampoco fructifican, en otros lugares no lo han visto tan complicado y siguen levantando sus casetas, que luego se llenan de libros y propuestas relacionadas con ellos, para que  lectores y curiosos invadan pacíficamente el recinto a partir de abril. Pero aquí, desde hace ya demasiados años, sucede lo  de siempre, propuestas apresuradas no secundadas con el mismo entusiasmo por todos los implicados –libreros, instituciones oficiales, educadores, bibliotecarios, asociaciones de lectores, etc.- lo que aboca  a las mismas al fracaso o a la no celebración. Este año se nos intenta vender que la Feria del Libro se celebra en cada una de las librerías,  lo que nos lleva a preguntarnos qué diferencia hay con lo que estos establecimientos realizan el resto del año. Yo pensaba que en las librerías, como en las bibliotecas la Feria del Libro se celebraba todo el año, y lo que las Ferias, o llámeselas como se quiera, lo que tratan es de volcar al exterior de sus espacios tradicionales al libro, buscando una mayor visibilidad de este mundo ahora tan cuestionado. La sensación es que por estos lares no parece hayamos avanzado mucho de lo que propone ya en 1950 el viejo cartel  que reproducimos. Lo cierto es que con tantos experimentos  y escenarios –Plaza del Banco, Arenal, Pescadería Vieja, etc.- es mucho pretender que la Feria del Libro permanezca y no se vaya disolviendo como un azucarillo en el café, quedándonos solo el consuelo de los recuerdos de nuestra infancia. Son  años duros para el mundo del libro que vive la adaptación a unos nuevos tiempos en el campo de la edición y el acceso a la información, tras los cuales –con víctimas en el camino-   no sabemos qué escenario quedará. Pero sería doloroso que en ese nuevo escenario una de esas víctimas finalmente fuera la Feria del Libro de Jerez, sobre todo cuando en otros lugares, tanto en cosmopolitas ciudades como en pequeños núcleos urbanos, hay propuestas que siguen funcionando, incluso apasionando. Ramón Clavijo Provencio

lunes, 7 de abril de 2014

DIARIAS BATALLAS

(A Carla, bibliotecaria)

Cuando adolescente entré en aquella parte de la  biblioteca, me invadió una sensación de curiosidad ante el extraño mundo que se abrió ante mis ojos, una vez franqueé sus puertas. Había estado en ella otras veces, pero en la parte de préstamos y lectura pública, y ahora debido a un engorroso trabajo de Filosofía sobre el padre Gratri, entraba por vez primera en aquella otra zona, la de la colección patrimonial. El encargado de sala  miró desconfiado a aquel grupo de jóvenes entre los que me encontraba, pensando sin duda que daríamos problemas. Pero no pudo hacer nada ante aquel permiso que esgrimimos, donde la firma del  Director de la biblioteca validaba la petición de consulta que le hacía nuestro profe de Filosofía. En aquellos tiempos, ya lejanos, sin Internet, aquellos tomos de una voluminosa historia de la filosofía y que sólo allí se encontraban, eran nuestra única esperanza  de poder terminar el  trabajo sobre aquel Gratri que se nos atragantaba. Pero aparte de Gratri, los días que duraron aquellas visitas, empecé a descubrir  por vez primera un mundo  desconocido que comenzó a ejercer sobre mí una cierta fascinación. Lo cierto es que allí, pese al silencio, los extraños y  pocos  usuarios,  y la vigilancia sobre estos y los libros que pedían, siempre pasaba algo. Un día podía ser el desalojo de un estante entero de viejos libros, pues habían encontrado restos de polilla en la madera; otro, la acalorada discusión con un usuario que no tenía los requisitos para consultar al parecer un libro rarísimo, y por el que había hecho un largo viaje. Pero la “bomba” fue cuando aquella tarde lluviosa cogieron in fraganti a un conocido usuario, con una cuchilla y una lámina recortada en las manos de  un antiguo volumen. Los recuerdos me han asaltado en la despedida de una amiga bibliotecaria, y he regresado a los orígenes de esta fascinación por un  mundo donde se libran diarias batallas contra monstruos diminutos o ladrones, donde los sabios se emocionan o se ha logrado detener el tiempo. Ramón Clavijo Provencio.   

SOMBRAS SOBRE GREY

En Las conversaciones (libro que reseñamos hace unas semanas en esta misma página) de César Aira, el protagonista-narrador en primera persona comenta, ya en las líneas finales del breve relato, que detrás de los guiones de muchas películas está todo un equipo de expertos que estudian hasta los más mínimos detalles de la trama, hasta el punto de que “un miembro se especializaba en chistes, otro en el costado romántico, otro en la cuestión científica, otro en la política, había un experto en verosímil, uno en procedimientos policíacos, uno en psicología, y así sucesivamente”. Para terminar con la siguiente conclusión: “Desde el punto de vista artístico, el método tenía sus ventajas y desventajas”. Como todo en la vida, me atrevería yo a decir. Es posible que las fuertes cantidades de dinero que cuesta una película y la necesidad al menos de recuperar lo invertido, si no se pretende que sea un éxito, exija este tipo de organización que le quita ese prestigio de cine de autor, en favor de una creación colectiva y quizá excesivamente programada. ¿Pasa esto mismo con la literatura? La figura del “negro” siempre ha existido y de vez en cuando nos acordamos de ella cuando salta a la actualidad a consecuencia de algún escándalo. Y rumores hay que detrás de algún que otro best-seller hay todo un equipo de escritores en la sombra, como aquel del que nos hablaba el protagonista de Las conversaciones. Pero no me imagino que uno sea especialista en diálogos, otro en descripciones, otro en diseño de personajes, etc. Porque de esa manera me negaría a considerar el resultado final como literatura, sino más bien como una producción en cadena, es decir, de productos envasados o enlatados, en definitiva, lectura basura. Pero lo que no deja de ser un ejercicio de elucubración basada en simples rumores (no otra cosa son las reflexiones del protagonista de Las conversaciones), puede que tenga más de un viso de verosimilitud. También las editoriales invierten sus buenas cantidades de dinero en la edición de libros y, sobre todo, en la publicidad de obras que son, sin lugar a dudas, muy malas. Pongamos por caso el éxito de Cincuenta sombras de Grey de E.L. James. Está claro que el sexo con su puntito sadomasoquista siempre ha dado resultado, no hace falta hacer un estudio de mercado para comprobarlo porque el cine y la literatura lo han demostrado y certificado ampliamente en productos cuya calidad los hacen incomparables con el best-seller de James; pero ¿quién es esta E.L. James, apellido por otra parte muy corriente? ¿realmente es la autora o una señora que ha prestado su identidad, a cambio de pasar a la historia como la perpetradora de este libro, detrás del cual habrá, me imagino, un equipo de “negros” pasándoselo bien con las carnes y curvas sinuosas de la estudiante? Y ya puestos a imaginar, seguro que si no este año, el que viene, la tal E.L. James aparecerá de nuevo por las librerías con un nuevo relato, esta vez sobre el mundo de los negocios, crisis bancarias y rubia despampanante, que convertirá en película el incombustible Michael Douglas. Al tiempo. José López Romero.