viernes, 25 de enero de 2019

MESSI Y LAS BIOGRAFÍAS


Cuando se publicó una de las primeras biografías del gran Lionel Messi, este apenas contaba veintitrés años, y lo primero que se me vino a la cabeza es si a tan corta edad ya daban sus andanzas por la vida para todo un libro, más teniendo en cuenta que no constaba que hubiera padecido hambre o necesidad en su infancia, ni hubiera tenido unos años adolescentes plagados de problemas; todo se reducía a sus primeros equipos en su Argentina natal, a su fichaje por el F.C. Barcelona y a los problemas de crecimiento que tuvo. Poco más. ¿Para un libro y de 288 páginas? Mucha imaginación tuvo que echarle el autor. Ya se sabe, los dioses y los santos tienen estas cosas. Más de dos siglos antes Leandro Fernández de Moratín, en su famosa comedia ‘El sí de las niñas’ (obra que bien merece una revisión periódica para darnos cuenta de dónde venimos y del camino ya afortunadamente andado en determinados asuntos, al menos en ciertas culturas), ridiculizaba hasta la exageración ese gusto desmedido de algunos por el género biográfico. Dª Irene, la madre de la casadera Dª Paquita, para hacer gala de su prosapia, de sus hombres ilustres (aunque familia venida a menos) y de la buena y cristiana educación de su hija, cita a modo de ejemplo a fray Serapión de San Juan Crisóstomo, electo obispo de Mechoacán, que murió en “olor de santidad” (magnífico el dardo en la palabra que Fernando Lázaro Carreter dedica a la distinción entre “olor de santidad” y “loor u olor de multitud”), y al que un familiar le está escribiendo una biografía de la que ya lleva nueve tomos, que recoge –como aclara la propia Dª Irene- los primeros nueve años del santo varón, porque el propósito del autor es dedicar un tomo por año de vida a quien vivió la friolera de ¡ochenta y dos años, tres meses y catorce días! “¿Quién sabe –suspira Dª Irene- que el día de mañana no se imprima, con el favor de Dios?” A lo que sentencia su interlocutor, el circunspecto D. Diego: “Sí, pues ya se ve. Todo se imprime”. ¿Todo se imprime o se imprimía en aquellos tiempos de la Ilustración? Pocos años antes de la redacción y estreno de ‘El sí de las niñas’, ya se había publicado la enorme ‘Enciclopedia’ de Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert, y casi un siglo antes ya la RAE había publicado la primera edición del Diccionario de Autoridades, por poner dos ejemplos de grandes obras llevadas a las prensas, y  aunque no comparables en ningún aspecto con la biografía de fray Serapión. En estos nuestros tiempos y con cierta periodicidad aparece alguien por los medios quejándose del exceso de publicaciones, de que apenas el mercado y los consumidores dan abasto para absorber un pequeño porcentaje de todo lo que se publica, sea ficción, ensayo, revistas, por no decir poesía. Y sin embargo, las editoriales siguen su frenética carrera de novedades, muchas de las cuales, nos tememos, no cubren ni los gastos de edición, por no hablar de promoción y publicidad. ¿Editar ahora, en la edad de Internet, enciclopedias? A nadie se le ocurre, porque ni para librerías de viejo. La biografía de fray Serapión tuvo su momento, cuando al decir de D. Diego, todo se imprimía. Hoy el santo varón sería carne, en el mejor de los casos, de wikipedia. ¿Y Messi? Va camino de un tomo por año. Es lo que tienen los dioses y los santos. José López Romero.

ECOS DE UN ESCRITOR


En el año 1949 salía publicada la novela del sevillano Manuel Halcón "La gran borrachera", novela que tuvo en su momento una cierta repercusión en nuestra ciudad, lugar donde trascurría la trama de la misma. Incluso en su momento el entonces alcalde de la ciudad Tomás García Figueras, se hizo eco del poco "cariño" con el que "La gran borrachera" había sido acogida en la ciudad, dedicando al escritor las siguientes líneas: "No sé de dónde sacaron que esta es una novela de clave. A algún jerezano conspicuo le molestó sin duda que la escribiese un sevillano. Tonterías". Pese a todo el libro fue bien recibido por la crítica en general, como la de José Luis Cano en la revista literaria "Insula",  en la que  venía a decir que no había leído un homenaje al vino de Jerez "tan valioso y delicado literariamente". Más allá de "La gran borrachera", que podríamos considerarla un texto menor en la obra literaria de Halcón, donde destacarían sobre todo “Recuerdos de Fernando Villalón” y “Monólogo de una mujer fría”, pero también de toda su obra, trasciende la propia figura de Manuel Halcón, un personaje fascinante en cuanto a su devenir personal en un periodo muy difícil de la historia española como fue el del primer franquismo, y que hace unos años reivindicaba un libro: "El novelista" de José Vallecillo López (U.S.2001). Muy cercano a los postulados del régimen franquista en su primera época, poco a poco se iría distanciando de estos hasta culminar su giro político -si lo podemos llamar de esa manera- firmando el llamado "manifiesto de los 27", en el que una serie de  procuradores en las Cortes franquistas del año 1943 dirigieron un escrito a Franco instándole a restaurar la monarquía. Por supuesto aquello terminó de la peor de las maneras posibles para los promotores de la iniciativa,  entre ellos Halcón, aunque quizás fue uno de los que salió mejor parado pues aunque fue borrado del mapa político, a partir de ese momento pudo dedicarse a sus quehaceres literarios que era lo que realmente le importaban, y a los que se dedicó intensamente hasta su muerte en 1989. Ramón Clavijo Provencio

viernes, 18 de enero de 2019

ALUCINACIONES


A veces me asaltan preguntas absurdas o inquietantes, muchas relacionadas con mi pasión  por la lectura, como esta que cíclicamente vuelve una y otra vez  “¿qué libro será el que esté leyendo antes de irme para siempre?” Y lo peor es que cuando surge una de estas interrogantes, me provoca ella sola una cascada de nuevas interrogantes relacionadas con la primera cuestión. “¿Lo habré terminado, o lo abandonaré con el marcapáginas como mudo testigo de hasta dónde llegaron mis ojos?” “¿Será uno de esos libros que no terminan de captar mi atención y en los que busco un motivo para abandonar su lectura? ¿O será, en cambio,  todo lo contrario, de esos en los que  ralentizo la lectura para intentar alcanzar lo imposible: no llegar al punto final?” En un principio no le di excesiva importancia al asunto. “Con la edad, me decía un conocido afectado por otra manía (padece ataque breves de “déjà vu”. Piensa que lo que le pasa en un momento determinado ya lo ha vivido anteriormente), uno va explorando territorio desconocido, tanto en lo físico como en lo emocional, es cuestión de dominarla. Mira a Iñaki Gabilondo que le ha dado por preguntarse cómo será el mundo que vivimos “Cuando ya no esté”. Lo cierto es que he llegado a la conclusión de que con el pasar del tiempo y el aumento de los ataques, tengo alguna patología emocional, seguramente catalogada en algún manual, y que va camino, si no lo ha hecho ya, de cronificar. A veces los ataques traicioneros duran unos minutos; otras veces, como una terrible jaqueca, varias horas.  Es curioso, pero desde que arrastro estas  -no sé cómo definirlas- ¿molestias? he ampliado mi campo de lecturas, y he descubierto a Oliver Sacks lo que considero un verdadero regalo. Al principio con la seguridad de  que tan eminente neurólogo como excelente escritor me diera alguna pista a través de sus “Alucinaciones” (Anagrama. De sus varias ediciones leí la de 2013) o “Veo una voz” (Anagrama. 2015). Me convencí tras estas lecturas de que no tenía nada excepcional, por supuesto nada que ver  con síndromes como el que  hace tener la capacidad de imaginar olores (“Unos pocos nanogramos de vino”), o el aún más raro que te hace desdoblarte hasta verte como si tuvieras delante un espejo (“Doppelgängers”). También me tranquilicé al conocer que ilustres de la cultura y de la literatura también afrontaron en algún momento de sus vidas, alguna  -llamémosle “rareza emocional”- que fue determinante en su obra, y la lista de estos personajes –Dostoievski, Evelyn Vaugh, Henry James….- es tan larga según Sacks que necesitaríamos varios libros para recogerla. No, mi modesto síndrome de seguro no me hará escribir una obra maestra, aunque sí al parecer orientarme hacía buenas lecturas… y descubrir a Sacks. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

SUELTOS


Permítanme que les ponga en situación. Una chica cruza un semáforo y a la espera queda un coche con dos jóvenes dentro, y cuando la primera pasa y arranca de nuevo el vehículo, el copiloto le lanza un beso que encierra toda esa lascivia burda, soez y casposa, esa voz interior de la manada que termina siempre por aflorar en ciertos especímenes de la zoología humana. Y mi primera pregunta fue ¿tendrá madre, hermana y le gustaría que le dedicaran ese gesto?, y la segunda, por deformación de lector sin remedio: ¿qué lee ese bulto? Y mi respuesta o conclusión a esta es siempre la misma: afortunadamente, nada. Y digo “afortunadamente” porque nada gana la literatura o la cultura en general con que los ojos de ese individuo se posen en alguna página; todo lo contrario, la literatura perdería porque la mancharía. Mucho antes de que el Renacimiento y el hombre humanista, hicieran más accesible el libro a través de la imprenta, ya los grandes intelectuales de la Edad Media consideraban el libro como un bien que dignificaba al ser humano, que elevaba sobre los demás a aquellos que tenían la destreza de leer y escribir, como así lo certifican grandes intelectuales de nuestro tiempo como Jacques Le Goff o E. R. Curtius y tantos otros. Yo no quiero que ese individuo, el del beso baboso y repulsivo (“como el vientre viscoso y frío de un sapo”) lea, ni me gustaría siquiera que leyese este artículo, aunque solo fuera para reconsiderar su actitud y censurarse el gesto, no creo en ello. Hay edades o etapas en la vida de una persona en las que se deben hacer ciertas cosas, y cuando se pasa esa edad ya no hay remedio. Y está claro que nada vamos a sacar ya de un cerebro que no fue educado en su momento para la lectura, para que los libros le enseñen el respeto a los demás y las más mínimas normas de urbanidad. Rechazo, por supuesto, pero también preocupación. Como padre de una chica, me preocupa que elementos como esos anden sueltos. José López Romero.

sábado, 12 de enero de 2019

EL INVITADO


La casualidad, que es la madre de toda ciencia inexacta, hizo que se reencontraran aquellos viejos compañeros de colegio y en otro tiempo hasta amigos. Hacía unos años que no se veían, aunque uno sí sabía del otro por los libros que iba publicando, y que con perseverancia oriental había leído por aquello de la antigua amistad que siempre se recuerda con un punto de nostalgia. Aquellos libros se contaban por éxitos, aunque no tan enormes ni sonados como las expectativas formadas en torno al autor y su obra. Del cariñoso saludo se pasó al recuento somero de sus vidas y se emplazaron para una próxima ocasión que no debía tardar tanto. “Oye –le dijo el lector al escritor en el fragor de los abrazos-. Te tomo la palabra. Te invito el sábado que viene a mi casa, a cenar. Es una orden”, bromeó el primero. Y allí que se encajó el ilustre. Y como invitado se acompañó de una botella de buen vino (los deberes de la cortesía) y de cierta inveterada gazuza, porque la literatura siempre despierta un hambre ancestral, y naturalmente un ejemplar de su último libro dedicado. “Toma” -le dijo a su anfitrión nada más abrirle este la puerta de su casa. Pasaron al salón donde dejaron la botella encima de la mesa que ya estaba preparada para la cena; y el amigo abrió el libro, leyó con satisfacción la dedicatoria, le dio las gracias, y lo condujo a su estudio que hacía también de biblioteca. “Venga. Te toca ahora a ti –le dijo al escritor- elegir el lugar donde quieres colocar tu libro. Ten en cuenta que la disposición es cronológica, y aunque tus otras obras las tengo aquí –y le señaló un estante que se perdía en el abigarramiento de volúmenes, unos encima de otros; yo quiero que tú mismo coloques el que hoy me regalas”. El escritor se acercó a sus otros libros, lugar que consideraba el más natural, y se fijó en los autores de los textos que los rodeaban. “¡Pero, hombre, me has puesto al lado de Fulano! Muy buena persona, eso sí, pero de calidad poquita, muy poquita. Su último libro, una recopilación de relatos breves, es un bodrio de consideración. No tiene ni la menor imaginación, y de estilo anda muy cortito. Y ¡hala! Al otro lado mi amiga Menganita, la que se bebería el Nilo si fuera de whisky. Por otra parte, sus novelas no valen un pimiento; mucha retórica y poca sustancia; y escribe como una posesa…¡Y así escribe!... ¡Ah! Y un  poco más allá me tienes con Zutano, el poeta, al que le dieron un premio, el de la constancia de escribir; los otros tres que ha recibido estaban amañados, como todos. Poemas endeblitos que recuerdan a aquellas doloras de Campoamor, más cursis que un guante.” Y así fue repasando la estantería sin convencerle ningún emplazamiento posible, hasta que el escritor se fijó en una mesita que ocupaba un lugar destacado en el salón, encima de la cual y en un atril reposaba la Primera Parte de “El Quijote” en edición facsímil que publicó hacía ya unos años la RAE, se acercó, ojeó el volumen y quitando el tomo cervantino, dijo: “Aquí luce más mi libro. Así lo verás todos los días y recordarás nuestra amistad”. José López Romero.

PREMIOS DE INVESTIGACIÓN


Hemos asistido durante las últimas semanas en nuestra ciudad, a la publicación de interesantes trabajos de investigación sobre distintos aspectos de su historia. Historiadores como Fernado López Vargas Machuca, Javier Jiménez  López de Eguileta, Diego Caro o la aparición de un nuevo número de la “Revista de Historia de Jerez”, conteniendo en sus páginas 13 artículos de otros tantos historiadores y que exponen el fruto de sus estudios, nos dan prueba por un lado  de la vitalidad de la historiografía local, pero por otro lado nos da una visión engañosa de los medios y posibilidades que encuentran los estudiosos para dar a conocer el fruto en muchas ocasiones de años de arduo trabajo. Y digo todo esto porque hoy más que nunca sería interesante que esta ciudad viera surgir la convocatoria de un Premio de Investigación histórica o recuperara aquel premio "Manuel Esteve" que convocó el Ayuntamiento de nuestra ciudad desde1995 a 2007, y que  fue un estímulo para la investigación sobre la ciudad y su zona de influencia. Venía entonces el mencionado Premio a ocupar el hueco que dejaba otra convocatoria emblemática cual fue el Premio de Investigación de la Caja de Ahorros de Jerez.  Estuve colaborando con entusiasmo desde los orígenes con el "Manuel Esteve", y fui testigo como secretario del Jurado de aquellos premios de enconados debates, jocosas situaciones incluso de momentos de tensión entre los prestigiosos historiadores que siempre lo formaron. Pero sobre todo el recuerdo que me queda de aquellos premios es que se hacía una labor importante tratando de facilitar la salida a la luz de muy necesarios trabajos de investigación, y  que bien merecían ser conocidos y difundidos. Aquellos estudios firmados por Antonio Cabral, Jesús Manuel González, Diego Caro, José López, Manuel Romero o José A. Mingorance entre otros, son hoy referente para muchos historiadores que pudieron acceder a ellos gracias a la colección creada por el Servicio de publicaciones Municipal, y  que llegó a publicar los textos premiados de las siete convocatorias realizadas (una quedaría desierta). Ojalá  vuelva este tipo de iniciativas que auspiciadas por instituciones públicas o privadas apuesten otra vez por la Cultura con mayúsculas, mirando más allá de los efímeros ciclos festivos anuales. Ramón Clavijo Provencio.