martes, 29 de diciembre de 2020

RESEÑAS


 Años de hotel

Joseph Roth. Acantilado, 2020.

Con el subtítulo “Postales de la Europa de entreguerras”, se publica esta colección de artículos que el gran escritor del antiguo imperio austro-húngaro fue publicando en distintos periódicos de la época. Seleccionados por Michael Hofmann y traducidos por Miguel Sáenz, los textos son exactamente lo que reza en el subtítulo: postales de los viajes que Roth fue haciendo por pueblos, ciudades y países y que tienen como centro de atención los hoteles, sus empleados, las gentes que van y vienen, la vida, en definitiva, de una Europa que intentaba sobreponerse a la devastación de la Gran Guerra, pero que terminaría por caer en una destrucción mayor. En la mirada de Roth se mezcla la ironía y la ternura, pero también la crítica, la denuncia de pueblos y gentes abandonados a su suerte. Una visión de nuestro continente en unos tiempos siempre convulsos con una prosa excelente. J.L.R.

 


Todo en vano

Walter Kempowsky. Traducción de Carlos Fortea. Libros del Asteroide, 2020.

Es este uno de los libros al que uno acude por una recomendación de otro lector, y una vez terminada su lectura siente la necesidad de que merece la pena  animar a más lectores a hurgar en sus páginas. En ‘Todo en vano’ hay un protagonista indiscutible, y  es en este caso la mansión de Georgenhof que situada en la Prusia Oriental, se convierte en un lugar de paso para los miles de alemanes que huyen del imparable avance del ejército ruso en las postrimerías de la II GM. Desde este singular punto de vista el autor va desplegando un fresco sobre el conflicto, no solo a través de los habitantes del lugar, que ven cómo la guerra se va acercando irremediablemente, sino sobre los distintos personajes que en su huida recalan entre sus paredes. La guerra  vista desde una lejanía ficticia mientras el frente se va moviendo amenazante. R.C.P.

sábado, 12 de diciembre de 2020

LA LITERATURA DE MI YO

Emmanuel Carrère
Tenía el propósito de dedicar este artículo a un grupo de escritores franceses que en los últimos años he ido siguiendo y que merecen al menos una recomendación a los lectores. Iba a citar a Philippe Claudel, a Pierre Michon, a la siempre pasional Delphine de Vigan, o los entrañables Inés Cagnati y Philippe Delerm, por no citar al ya clásico Michel Houellebecq y al deslumbrante Pierre Lemaitre, y tantos otros. Pero se me han cruzado últimamente dos novelas a las que no me resisto dedicar al menos uno de estos artículos. Las dos están en la misma línea narrativa: la novela autobiográfica (otro ejemplo, el descarnado relato ‘Nada se opone a la noche’ de la Vigan), y las dos en la misma línea, en mi opinión, intencional. Me refiero a ‘Un buen hijo’ de Pascal Bruckner y a ‘Una novela rusa’ de Enmanuel Carrère. Con la primera ya me despaché a gusto en una entrada de mi blog (http://colomapepelopez.blogspot.com/) y a ella remito al lector curioso. Y así como no pude dejar pasar la ocasión con la de Bruckner tampoco me resisto, como he dicho, a la segunda. Y la verdad es que empieza bien. La historia del húngaro loco que ha permanecido yo no sé cuántos años en un manicomio de la ciudad rusa de Kotelnich y ahora devuelto a una casa y una familia que ya ha olvidado en calidad del “último prisionero de la II Guerra Mundial” tiene, no lo niego, cierto interés. Pero aquí se acaba este y empieza la larga travesía de una lectura que termina por ser insufrible. ¿Motivo de este cambio tan radical? La literatura de “mi yo”. A partir de aquí la novela “rusa” es una sucesión de acontecimientos que, bajo la supuesta intención de saldar cuentas con su familia de origen ruso, especialmente con un antepasado precisamente gobernador de Kotelnich y, sobre todo, con su abuelo materno, dichos acontecimientos solo sirven para que Carrère nos haga una exaltación de su “yo” en sus más variados registros: familiar, personal, social, literario… Y que tiene como uno de los sucesos más importantes su relación amorosa con la joven Sophie; una muchacha hermosa pero con un lamentable complejo de inferioridad, porque (¡claro!) está muy buena, pero es de extracción plebeya, con amigos de cultura justita que no les llegan a la suela del zapato intelectual a los amigos de Carrère. Que la pobre Sophie no haya seguido al pie de la letra las indicaciones, escrupulosamente preparadas por su amante, para leer en un tren un relato erótico (incluido en la novela) que había publicado ex profeso en Le Monde, desencadena una tormenta emocional que termina con la ruptura de la pareja. Un análisis de las turbulencias sentimentales en el que se recrea el autor que resulta por momentos patética. Como patético es el rodaje de una película sobre Kotelnich que también nos describe Carrère, aunque bordeando ya el ridículo son las referencias que va incluyendo en el relato, en pleno tormento pasional, de los correos de admiración que recibe de los lectores que tuvieron la oportunidad de leer el relato erótico de marras. En resumidas cuentas, una novela en la que el autor no para de decirnos lo encantado que está de conocerse y de lo agradecidos que debemos estar los demás mortales por sus novelas. Pues con su yo se lo coma. José López Romero.

 

CULTURA Y FARÁNDULA

Hace tiempo me detuve en este libro, ‘Farándula’ (Anagrama.  Premio Herralde de novela 2015),  en el que vamos descubriendo a través del texto de esta brillante escritora que es Marta Sanz, la visión personal de la autora – realista y nada subjetiva- sobre el teatro. ‘Farándula’ esconde una historia por momentos divertida, pero que como toda buena novela no olvida tampoco situaciones oscuras, dramáticas y reivindicativas, manteniendo intacto el interés de los lectores hasta el final. Hoy vuelvo la mirada a esta novela, pero por otro motivo. El libro en cuestión, pese a centrarse en el teatro, realmente es un brillante alegato, o al menos es lo que entendemos, del papel que le corresponde a la cultura en nuestra sociedad. En estos oscuros tiempos de la pandemia, pero  que parecen iniciarse con el nuevo siglo, la situación de la cultura es tan secundaria y confusa, que incluso hay que reivindicar - lo que se me antoja incluso kafkiano- la recuperación de la denominación “Cultura” a secas para tantos entes administrativos – desde ministerios a  instituciones territoriales de más bajo rango- que  a lo largo de las últimas décadas han ido añadiendo al término, una serie de apellidos que con el paso del tiempo han  distorsionando  la finalidad originaria  de los mismos. No creo que sea una barbaridad decir  en el momento presente, que la palabra “cultura” es en muchas ocasiones  solo una excusa para hablar de otras cosas que siempre han sido secundarias. Para mí la Cultura con mayúsculas siempre la asimilé a dotarnos de buenos museos y  bibliotecas, a la protección del  cine y teatro, pero también al fomento de la lectura entre los más pequeños o  incentivar  la investigación. Cultura es  proteger la cadena de comercialización del libro, especialmente  librerías o  la inversión en proyectos patrimoniales… Por supuesto que la cultura es más, pero por ser un concepto amplio y de difícil definición se impone reivindicar su esencia hoy salpicada y desplazada por sus aspectos más anecdóticos y superficiales. Por todo ello libros como  ‘Farándula’ son hoy de tan necesaria lectura… o relectura. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO