sábado, 26 de octubre de 2019

EL DOCUMENTO


Hace unos días me topé con un documento que pese a ser testimonio de un acontecimiento de relevancia en la historia cultural de la ciudad, permanecía olvidado en un viejo archivador del año 1975. El documento en cuestión describía el estado en que se encontraba la Biblioteca Municipal y el Museo Arqueológico un 26 de julio del mencionado año en el que Manuel Esteve Guerrero, hasta ese momento su director, ponía fin a su carrera profesional por jubilación tras 42 años al frente de ambas instituciones. Al pie del papel las firmas del secretario general del Ayuntamiento, del que sería su sustituto D. Manuel Antonio García Paz, y de él mismo. La sensación que me produjo la lectura de aquel documento oficial y de apenas un folio de extensión, fue de sorpresa no exenta de amargura. ¿En aquel folio de un papel que ya amarilleaba por el paso del tiempo se podía condensar una vida profesional tan rica como la de Esteve? Lo cierto es que tras aquellas líneas mecanografiadas, tan detallistas como frías, donde se daba cuenta del número de obras que conservaba la biblioteca y su organización, o de las piezas más representativas del Museo y su procedencia, era muy difícil encontrar al Esteve que entre las lomas de Asta se convertiría con el paso del tiempo en recordatorio de lo que aún queda por hacer en pro del conocimiento de nuestra historia, o del bibliotecario que durante décadas luchó contra los imponderables, poniendo los cimientos de un servicio bibliotecario útil para los ciudadanos y garante de su patrimonio bibliográfico. A propósito de todo esto me viene a la mente una de las tantas anécdotas que nos han llegado en torno a Esteve. Transcurría 1952 y se editaba por el Instituto General Franco de estudios e investigación Hispano Árabe (Editora Marroquí. Tetuán) el libro de Juan José Jáuregui ‘Posible localización del mítico Tartessos’ donde se defendía la ubicación del legendario reino en la desembocadura del Guadiana, en Castromarín. Dos años antes Manuel Esteve había concluido su tercera campaña de excavaciones en Asta (en la imagen) con muy escasa financiación y buscaba editar los resultados de las mismas. La publicación de aquel libro de Jáuregui por el Instituto General Franco a la sazón dirigido por Tomás García Figueras, mientras el arqueólogo municipal mendigaba ayuda institucional para publicar el resultado de su última campaña en Asta y encontrar financiación para la siguiente, que sería finalmente la última, provocó un poco conocido desencuentro entre estos referentes de la cultura  de nuestra ciudad. Sin duda  aquel documento  transmitía en su brevedad y concreción más de lo que a simple vista se leía. Lo devolví al archivador y medité sobre si alguna vez alguien volvería a posar su mirada sobre él. Ramón Clavijo Provencio.

AQUÍ NO LEE NADIE


“Al final va a tener razón el protagonista de ‘Intento de escapada’, una excelente novela de Miguel Ángel Hernández, cuando asegura que nadie lee nada”, se me lamentaba el otro día un compañero de profesión y amigo. Y añadía en un monólogo que más tenía de resignación que de rebeldía: “¡pues no se me ocurre preguntar en los primeros días de clase a los alumnos qué han leído en verano y apenas me levantan la mano unos cinco! Pero lo más grave, con serlo, no es esto, lo peor vino después… Me voy a tomar un café y me encuentro con algunos compañeros, entre ellos una profesora de Lengua y por empezar una conversación se me ocurre la dichosa preguntita, y cáete al suelo: ¡no había leído nada!”. Hay personas como este mi compañero que siguen manteniendo una cierta capacidad, cada vez más menguada, de sorpresa y, lo que es peor, una, cada vez también más disminuida, confianza en el ser humano y, en particular, en los compañeros de profesión. Eso de que la lectura se le presupone al profesor de Lengua es una afirmación de otro tiempo, del mismo en que también el valor se le presuponía al soldado. Hoy las cosas han cambiado mucho en todos los órdenes y disciplinas. Hoy basta con saber lo que pone el libro de texto o manual para dar una clase, porque nadie te exige que sepas más que eso. Hoy, basta con tener unos índices de aprobado acordes con lo esperado por el sistema para que se enmascare el fracaso escolar, unas estadísticas que de ninguna manera representan lo que sabe un alumno o alumna, sino un aprobado bajo el que se esconde a veces la mediocridad del profesor. “Esa profesora –concluía mi amigo- terminará por saber a lo largo de toda su carrera profesional como mucho el manual de la asignatura, ayudada claro está por el solucionario de las actividades, y con eso se pasará años y años”. No pude por menos que darle la razón, aunque le aclaré acudiendo al refranero que esa golondrina no hace verano. No sé si le sirvió como consuelo a su desolación profesional. José López Romero.

sábado, 5 de octubre de 2019

MÁS SORPRESAS


El año pasado casi por estas mismas fechas publicaba, a modo de inicio del curso y cierre del periodo veraniego y vacacional, un artículo en el que confesaba una de las sorpresas que me habían deparado las lecturas de aquel ya lejano verano: el retraso con que a veces llega uno a ciertos libros. Y ponía como ejemplo ‘El azar y viceversa’ de Felipe Benítez Reyes y, sobre todo, ‘Galíndez’ de Manuel Vázquez Montalbán (lecturas que sigo considerando muy recomendables). Al menos me consolaba con el socorrido refrán “más vale tarde que nunca”. Pues bien, esa misma sensación he experimentado con otro libro este verano: ‘Las armas y las letras’ de Andrés Trapiello. Quizá sea por una tan subjetiva como absurda prevención contra este escritor (a veces demasiado oportunista en sus publicaciones), o porque lo primero que leí de él fue uno de sus infinitos en número volúmenes de sus diarios (todos bajo el título genérico de ‘El salón de los pasos perdidos’), lo cierto es que no le tenía yo mucha afición ni ganas de seguir leyéndolo; sin embargo, ‘Las armas y las letras’ ha sido sin duda mi gran descubrimiento, tardío ya lo sé, de este verano y que no me he resistido a reseñar en esta misma página. Pero estos últimos meses han dado para mucho más, hasta el punto de que he descubierto otra sensación con las lecturas (¡a mi edad!, como decía el año pasado): la inutilidad de ciertos libros. Tan interiorizada tenía la máxima de Plinio el Joven de que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno, que nunca me he parado a pensar en que pudiera haber libros prescindibles, inútiles, que si no se hubieran escrito no habría pasado nada, incluso el mundo sería algo mejor (exagero, porque esto no hay quien lo arregle). Esa sensación, aunque no logré entenderla del todo, ya la tuve hace unos años con ‘Zonas húmedas’ de Charlotte Roche, una novela ordinaria y de mal gusto, propia de esa literatura que se publicita bajo el calificativo de “transgresora” ¿Y con qué libro he tenido este verano esa sensación? Pues lo voy a decir aunque ello me cueste alguna reprimenda: la novela ‘Lejos de Veracruz’ de Enrique Vila-Matas. De este escritor me gustaron y mucho dos obras: ‘Bartleby y compañía’ e ‘Historia abreviada de la literatura portátil’; pero no me gustó nada ‘Aire de Dylan’ y esta última incursión en su novelística me ha resultado decepcionante. Quizá el comienzo de la novela atrape al lector, pero después resulta insulsa, con poca gracia y apenas interés. Ya sé que Vila-Matas es para muchos un escritor de los llamados “de culto” (otra denominación que hay que poner en cuarentena o bajo sospecha) y quizá yo me tenga que aplicar la variante de Óscar Wilde a la frase de Plinio: “La verdad es que no hay libros malos, lo que hay son malos lectores” y yo sea un mal lector de Vila-Matas. Pero ‘Lejos de Veracruz’, se pongan como se pongan Plinio y Wilde, es un pestiño. José López Romero.

CÓMICS


Durante la guerra de Cuba el potentado americano William Randolph Hearts, dueño de un imperio empresarial  que incluía  28 periódicos, y que sirvió de modelo  para el genial Ciudadano Kane de Orson Welles, fue un elemento decisivo para mover la opinión pública de su país a favor de una guerra contra España. Una opinión pública en principio bastante tibia y despreocupada por lo que acontecía en la mayor de las Antillas. En esa campaña propagandística contra los españoles, en la que también tuvo mucho que ver otro magnate americano Joseph Pulitzer, alcanzó mucho éxito el personaje de “The Yellow Kid” (El Chico amarillo), unas tiras protagonizadas por Mickey Dugan y donde se manipulaba la realidad, lo que fue el origen de lo que andando el tiempo se denominó despectivamente “prensa amarilla”, por el color del personaje de aquellas tiras. Desde entonces el atractivo pero también el poder de los cómics o historietas no paró de crecer, primero como un elemento más de la prensa para criticar o caricaturizar, en lo que conocemos como prensa satírica, la realidad política o social de un país, luego independizándose con publicaciones propias y de temática muy variada, muchas de ellas orientadas al público infantil pero sin desdeñar al adulto para el que fueron andando los años ofertándose cada vez más publicaciones. Durante el largo tiempo trascurrido desde la aparición de aquel “Chico amarillo” estadounidense, o las tiras que aparecían en la británica “Punch”, pasando por la española “La Flaca” o el jerezano Don Fastidio, hasta hoy han ido calando en la memoria colectiva nombres ya míticos de cabeceras de revistas de cómics como “Pilote”, “Cimoc”, “Madriz”, y una interminable lista de superhéroes o aventureros surcando los más diversos escenarios y épocas hasta llegar a la eclosión de la novela gráfica. La novela gráfica  en la actualidad  con la edición de títulos como ‘Persepolis’, ‘Maüs’ o, entre los españoles, ‘Los surcos del azar’, ha llevado al género a sus cotas más altas. A partir del 24 de octubre, la Biblioteca Municipal de Jerez recorrerá en una pequeña pero muy interesante exposición, los principales hitos de esta historia. Ramón Clavijo Provencio