viernes, 26 de mayo de 2017

JOYAS CARTOGRÁFICAS

Los mapas antiguos hablan, no como los libros, pero si están hechos con rigor científico son capaces de transmitir mucho sobre la zona que representan. En el último tercio de siglo XVIII un geógrafo madrileño, Tomás López de Vargas Machuca (1730-1802), levantó una serie cartográfica que incluía los antiguos reinos de Córdoba, Jaén, Granada y Sevilla (abarcando también este último  Cádiz, Huelva y parte de Málaga). Miembro de las reales academias de la Historia, de la de Bellas Letras de Sevilla, de las sociedades bascongada (sic) y asturiana de Amigos del País, y geógrafo de los dominios de Su Majestad, los mapas de López son auténticas joyas cartográficas. Es significativo, en un tiempo en que la tecnología no había llegado a este campo, la exactitud y el detalle que atesoran estos materiales: márgenes graduados, relieve expresado por sombreados, red hidrográfica, profundidad expresada en las costas, red de comunicaciones, núcleos de población diferenciados… El mapa del “Reyno de Sevilla”, de 1767, está dedicado al Duque de Arcos, Antonio Ponce de León Spínola. Detalla los cortijos, las ventas, los molinos, los lugares fortificados, conventos, monasterios, ermitas… Plegado en cuatro hojas, mide setenta y siete por setenta y un centímetros, y el título, el autor y el año van enmarcados en una bonita cartela con cornucopia.  En la Biblioteca Central de Jerez conservamos los de Jaén, Sevilla y Córdoba, procedentes, como tantos otros materiales, del Legado Soto Molina. Además, hemos encontrado otros ejemplares catalogados en la Biblioteca de Andalucía en Granada y en la Sede Recoletos de la Biblioteca Nacional. Pero no son las únicas piezas interesantes de este tipo que custodia nuestra Biblioteca. Como la imagen que ilustra este artículo, de 1901. Se trata de un dibujo en proyección cónica de la serie “Provincias de España: colección de cartas corográficas”, dirigida por el ingeniero militar Benito Chias y Carbó. Solo hemos reproducido una parte del mapa, en el que se aprecia la comarca jerezana. Exhaustivo como los anteriores, detalla el relieve por sombreado, señalando arzobispados, obispados, estaciones telegráficas, caminos, canales, y por supuesto ferrocarriles, como se observa nítidamente en la línea que se dirige hacia Lebrija para unir Cádiz con la capital del país. El escudo de la provincia adorna la pieza. Solo lo hemos encontrado catalogado en la mencionada Biblioteca de Andalucía, y es raro que no lo conserve la Nacional, máxime cuando esta serie cartográfica fue declarada texto de enseñanza por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1904. Pero también nos obsequió don José de Soto con otra serie de curiosos materiales cartográficos del XIX: un plano del término municipal de Jerez de 1897 salido de la litografía de Hurtado,  uno de Madrid de 1877 donde la plaza de las Ventas queda casi en las afueras, y alguno que otro más que conforman una interesante sección de cartografía en nuestra Biblioteca Municipal. NATALIO BENÍTEZ RAGEL.




VERGÜENZA

En la magnífica escena final de ‘Una lectora poco común’, Alan Bennett recrea una fiesta que la reina de Inglaterra, Isabel II, protagonista de esta novela corta, celebra por su octogésimo cumpleaños; fiesta a la que ha invitado a un buen nutrido grupo de políticos. Y haciendo gala de ese humor inglés, tan característico de Bennett, y seguramente que también de la reina, esta reduce a unos simples pero finos e irónico datos estadísticos su ya longevo reinado: “En más de cincuenta años hemos visto desfilar, y no digo hemos despedido —(risas)— a nueve primeros ministros, seis arzobispos de Canterbury, ocho presidentes de los Comunes y, aunque quizá no la consideren una estadística comparable, a cincuenta y tres perros corgi”. Y más adelante, cuando se centra la reina en esa afición, casi obsesión que en los últimos tiempos le ha entrado por la lectura, pregunta al su atento auditorio si alguien ha leído a Proust, solo cuenta la S.M. unas cuantas manos que se alzan sobre las conspicuas cabezas sobre las que recae el poder político de toda la nación: “ocho, nueve… diez”. No sin antes alguien preguntar “¿Quién?” al oír el apellido del célebre escritor de la magdalena. Un joven miembro del gabinete, lector de Proust, al ver que su primer ministro no tiene su brazo levantado, cree más conveniente no alzar el suyo “pues no le haría ningún bien”. Aunque Bennett ridiculice a este joven político por su miedo a caer en desgracia y arruinar así una prometedora carrera de cargos y prebendas (¡cuántos paniaguados no se atreven ni a levantar ni un solo dedo de sus manos por no molestar al político del que depende su vida y su hacienda!), la actitud del joven nos lleva también a considerar la vergüenza que pueden sentir muchos lectores en determinados círculos o situaciones en los que leer es poco menos que una actividad reprobable e incluso indigna. Hablar de libros puede convertirse en un acto vergonzante, toda una provocación a los ojos, tras de los cuales solo hay un cacho carne. José López Romero.