viernes, 19 de diciembre de 2008

CUESTIÓN DE GÉNEROS



-“Anda. Lee esto, ecuación de progenitor”. Mi hija, que sabe hurgar en las heridas, me puso en las manos un a modo de manuscrito en cuya portada se leía en letras del 72 y en mayúsculas: “Los pilares de la mier..”, perdone el lector que apocope la última palabra que ya se habrá imaginado. “He inventado (para qué vamos a andarnos con clasicismos en esta mi primera incursión en la literatura) un nuevo género narrativo –me reflexionaba la inesperada escritora-, al que he titulado escatológico-burlesco. Una mezcla entre la sátira, la parodia, con una estética que se recrea en el feísmo y en los elementos de deshecho, es decir, en los excrementos sociales”. “Para su recién estrenada mayoría de edad, la niña no se anda por las ramas –pensé-.” “El género promete –le dije-. Tiene su interés, aunque me temo que poco atractivo. Pero, bueno, cuántos hay por ahí que sólo han escrito basura, y ahí siguen, lustrosos como cerdos antes de San Martín”. “La comparación no sé si entenderla como una ofensa o un cumplido, pues el cerdo es en mi nuevo género todo un símbolo”. “Lo leeré con atención, pero seguro que no con gusto, -concluí.” En verdad que la literatura española ha sido en toda época rica en esa corriente siempre interesante de la sátira, la burla, la parodia. Los estudios de Kenneth R. Scholberg (“Sátira e invectiva en la España medieval” y “Algunos aspectos de la sátira en el siglo XVI) o la antología de la “Poesía crítica y satírica del siglo XV” son tres de los muchos y buenos ejemplos que podemos presentar aquí de esa tradición tan española de meterse uno con el prójimo. Si a eso le añadimos las trifulcas y enemistades irreconciliables entre escritores que a tanta literatura han dado, tendremos la confirmación de otra de las “virtudes” que adornan nuestra cadena genética. Por no decir tampoco de las versiones burlescas de ciertas obras, como la ya célebre “Carajicomedia”, adaptación muy libre del “Laberinto de Fortuna” de Juan de Mena, o algunas continuaciones de grandes clásicos que terminan por ridiculizar al protagonista, caso de la segunda parte del Lazarillo. Pero quizá la obra que se lleve la palma en esto de las parodias sea el “Don Juan Tenorio” del que conservo en mi biblioteca un volumen que recoge diez versiones bufas. “¿Qué? Lo has leído” –me interrumpió la muchacha. “Sí. Y debo decirte que he cogido el bisturí y he extirpado las células cancerígenas que dañan el corazón del relato”. “Progenitor, acabas de inventar otro género: el crítico-gilipo…” Ya se lo he dicho a su madre, yo no puedo con esta niña. Pep.

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