jueves, 17 de mayo de 2018

PEREIRAS


Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el eco de los “grandes” nunca se extingue. A quince años de su fallecimiento uno de esos “grandes” a los que me refería, Eduardo Pereiras Hurtado, nos dejó muchos recuerdos, pero los recuerdos pecan de ser muy sensibles al paso del tiempo y se ven trasformados por la visión subjetiva de los que los compartieron con él. Otra cosa es el eco de su obra y las pruebas materiales por las que hoy día sigue estando vigente y con la fuerza que para sí quisieran otros creadores aún en activo. Eduardo como todos los grandes estuvo siempre muy por encima de los localismos. Nacido en Arcos, pero muy vinculado a Jerez desde su adolescencia, su obra fotográfica trasciende más allá de estas poblaciones y desborda la campiña jerezana o la bahía de Cádiz. De familia de fotógrafos, algunos del prestigio y la influencia de su propio padre Manuel Pereiras Pereiras, del que adquirió sus grandes conocimientos técnicos, la obra que nos ha dejado Eduardo va más allá del legado fotográfico aún cuando este sea magnífico (en imagen uno de sus retratos), y donde su manera de captar la luz, a decir de los entendidos como el añorado Adrián Fatou, fue  una de sus señas de identidad. Multitud de premios a nivel nacional corroboran lo que decimos. Pero hay otra faceta de Eduardo que con el paso del tiempo se nos antoja trascendental: la de investigador de la historia de la fotografía. Profundo conocedor de los fondos de numerosos archivos y bibliotecas de nuestro país,  no era extraño observarlo en la sala de investigadores de la Biblioteca Municipal jerezana repasando las colecciones de prensa antigua o de “Folletos varios. Gracias a su minuciosidad y tesón hoy disponemos de un legado  de obligada consulta para todo investigador que quiera profundizar en esta parcela de la historia.  En 1986 publica su primer libro “Donde Jerez sueña”, libro para disfrutar visualmente de lo que hasta ese momento había sido su obra fotográfica. Pero será el año 2000 el que verá aparecer sus dos más relevante estudios. El primero “Andalucía en blanco y negro” (Espasa. Con la colaboración de Manuel Holgado Brenes) y “La Fotografía en el Jerez del siglo XIX” (Servicio de Publicaciones Ayuntamiento de Jerez). Aún poco antes de su fallecimiento nos dejaba otro libro para recordar o, mejor, para volver a releer y contemplar: “Rota, el esplendor de ayer” (2002). Todos libros esenciales hoy día para desentrañar los orígenes y evolución de la fotografía en Andalucía y sus protagonistas. Hombre inquieto, Eduardo nos dejó muestras de  su buen hacer en el campo de la pintura con un estilo personal y reconocible. Como todo maestro dejó discípulos. En el campo de la investigación el más destacado y prematuramente desaparecido Adrián Fatou, que cogió su testigo con acierto y ambición y siguió hurgando en una historia en la que quedaban aún muchos puntos que documentar. En definitiva,  el eco de los “grandes” nunca se extingue. Gracias, Eduardo. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO


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