viernes, 12 de junio de 2020

FIEL COMPAÑERO DE VIAJE


En estos meses en los que se multiplican las discusiones en torno a la pandemia, en los que se rebusca en la historia similitudes y diferencias con otros fenómenos trágicos y que también  pusieron a la Humanidad en serios aprietos o, en fin, en lo mucho que este trágico asunto está afectando a nuestras vidas y que -y es algo en lo que todos estamos de acuerdo- nos seguirá afectando en un futuro, qué duda cabe de que uno de esos objetos de nuestro paisaje cotidiano que se ven especialmente afectados por la pandemia son los libros en papel. Me referiré a partir de ahora no tanto a la lectura, sino a uno de los soportes de la lectura, el más tradicional y que cuenta su historia por milenios, cual es el libro en papel. Por un lado ha sido grato comprobar –quizás sea lo único grato de esta historia- cómo el libro sigue teniendo un protagonismo visual en nuestro entorno doméstico mayor del que sospechaba. En esos vídeos caseros, o profesionales, que se van colgando en las redes sociales o cadenas de comunicación generalista, y donde una infinidad de ciudadanos opinan sobre la pandemia, no es raro  observar cómo en  segundo plano, tras la figura que nos habla, ahí está la estantería atestada de libros en papel. Nunca habíamos visto tal variedad de formas y estilos. Desde suntuosas y valiosas procedentes, pienso, de herencias familiares, y donde el valor patrimonial de los libros no desmerece de las maderas nobles donde están depositados, a minimalistas con escasos pero escogidos volúmenes. Aunque a mí particularmente me atraigan más esas modestas, donde las baldas van combándose por el peso de los libros, que allí se aprietan en un caos ordenado y que delatan a un compulsivo lector. Nos habían hecho creer que el libro iba a pasos agigantados desapareciendo del entorno doméstico, que había llegado con la revolución tecnológica una fiebre que nos hacía desprendernos de los libros en papel, y mira por donde las imágenes diarias lo desmienten, o al menos nos tranquilizan. El otro aspecto que quería señalar en estas breves líneas, es el tortuoso circuito en torno al libro en papel, que se ha impuesto en las bibliotecas públicas para preservar la seguridad de sus usuarios lectores, y que me temo  se ha implantado para quedarse, y de camino complicar lo que hasta ahora era un acto tan sencillo como consultar o llevarse en préstamo un libro. Y es que todo libro que nos llevemos en préstamo, o consultemos, ha tenido previamente que pasar al menos una cuarentena de 14 días, de la misma manera que volverá a pasarla una vez lo devolvamos tras su lectura o consulta. Ello implica la creación de depósitos intermedios donde van siendo depositadas estas piezas una vez consultadas por los lectores, y antes de volver a ser recolocadas en sus lugares naturales en las estanterías de las respectivas salas. Quién nos iba a decir que hasta en eso, el libro nos acompaña como un sufrido y fiel compañero de viaje. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO 

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