Hasta hace relativamente
poco tiempo, nuestro país no se había caracterizado por tener una relevante
presencia en la literatura viajera contemporánea. En esto siempre envidié a los
maestros británicos, que han seguido manteniendo hasta la actualidad un más que nutrido
ramillete de autores, que nos han ido dejando a lo largo de los años libros hoy
considerados obras cumbres de la literatura de viajes. La obra de Bruce Chatwin
o Patrick Leigh Fermor, por nombrar dos de los más admirados de entre los
contemporáneos, son una pequeña muestra de lo que decimos. Bueno, esto fue así hasta que un aún joven Javier Reverte
publica en 1994 ‘El sueño de África’, iniciando una trilogía que dejaría huella
entre miles de lectores de todo el mundo y, lo que es más importante,
volcándose a partir de entonces a compartir con esos lectores su especial
mirada sobre los lugares que visitaba, materializándola con pasión sobre el
papel. Es cierto, no lo negaré, que la literatura española contemporánea
también ha dado libros de viaje que trascienden al tiempo, recordemos algunos
de los escritos por Blasco Ibañez (‘La vuelta al mundo de un novelista’), Cela
(‘Viaje a la Alcarria’), Manu Legineche
(‘Hotel Nirvana’) o Julio Llamazares (‘El río del olvido’) entre otros, pero
también hay que decir que ninguno de ellos consiguió acercar a este género
literario, que hasta la irrupción de Javier Reverte era poco visible en las
librerías españolas, a tantos lectores como él. Reverte recorrió el planeta viajando solo, como los grandes
escritores viajeros, lo que justificaba con estas palabras: “cuando viajas solo la gente te toma
por un poco idiota y te protege, así es más fácil hacer amistad y obtener
material para escribir” (“Los viajes de Javier Reverte comienzan en las
librerías”. Juan J. Gómez. El País. 28 de agosto de 2000). Poco a poco fueron editándose más libros suyos de
temática viajera, libros que acrecentaban su prestigio al mismo tiempo que iban
aumentando los apasionados por la literatura de viajes en nuestro país: ‘Corazón
de Ulises’, ‘El río de la desolación’, ‘El río de la luz’…Reverte tocó también
otros géneros literarios, incluso sus novelas sobre la guerra civil tuvieron un
importante eco como ‘El tiempo de héroes’
, ‘Banderas en la niebla’ o ‘Venga a nosotros tu reino’, pero sin duda donde
deja un hueco difícil de llenar es en un género: el de viajes. Solo nos queda
un consuelo momentáneo, disfrutar de ese
libro que dejó preparado antes de su fallecimiento, y en el que plasmaría su
punto de vista sobre el que ya sería su último gran viaje recorriendo Irán y
Turquía, pues como él decía, “Si la literatura de viajes gusta, es porque en
ella prima lo subjetivo. El punto de vista del escritor es lo que despierta la
emotividad. Si viajas cargado de emoción, la aventura siempre será
extraordinaria”. Ramón Clavijo Provencio.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
viernes, 27 de noviembre de 2020
REVERTE Y LA LITERATURA DE VIAJES EN ESPAÑA
CENTENARIO
Está pasando con mucha
más pena que gloria (ninguna) el centenario de la muerte de don Benito Pérez
Galdós. Una lástima. Una lástima, digo, para este país tan necesitado de que
grandes, enormes autores como Galdós se conviertan en lectura obligatoria para
cualquier ciudadano o ciudadana con derecho a voto (otro gallo nos cantaría).
Galdós ya en vida no logró la aclamación de sus iguales (aunque pocos estaban a
su altura literaria), ya se sabe: la envidia patria. Y con el correr del
tiempo, lo que fue una injusticia se ha ido convirtiendo en una costumbre. Más
de un escritor, de esos que van o iban por ahí vanagloriándose de su pedigrí
intelectual, no hace mucho tiempo le negó el pan y la sal al que estudiosos,
sobre todo extranjeros, consideran a la altura de los grandes novelistas del
XIX: Dickens, o su amigo Wilkie Collins, Tolstoi, Balzac, Zola o Eça de
Queirós. Está claro, no tengo ninguna duda de ello, de que si Galdós hubiera
nacido en Inglaterra o en Francia sería una gloria nacional, uno de los grandes
clásicos al que todos venerarían. Pero no es el caso en este país que prefiere
enterrar a sus grandes hombres antes incluso de que mueran. Por mi parte, desde
este verano me estoy dedicando a rendir mi particular homenaje al gran Galdós. Leí
‘La incógnita’ y ‘Realidad’ (reseñadas en esta página), seguí con ‘Las novelas
de Torquemada’ y estoy finiquitando ‘Miau’. Y de las cuatro obras puedo decir
lo mismo: enseñan y entretienen, que es la máxima clásica por excelencia de la
literatura. Otros, los sesudos intelectuales de pedigrí podrán pensar que la
literatura no es eso, sino una lucha sin cuartel entre un autor que se las da
de intelectual y el pobre lector indefenso ante páginas y páginas en las que el
punto y aparte brilla por su ausencia. Allá ellos con sus platos exquisitos de
narraciones huecas. A pesar de las circunstancias, que siempre para estas cosas
son adversas, yo sugiero a los lectores que se paseen por las páginas de
cualquier obra de Galdós. No les va a defraudar. Será un merecido homenaje, el
que siempre le niegan. José López Romero.
viernes, 6 de noviembre de 2020
LA PEQUEÑA MOIRA
Así como la lectura de
unos libros te llevan a otros, hay libros y autores o autoras que te llevan a
reflexionar sobre estilos, corrientes, formas de entender la literatura, en
definitiva. La lectura de ‘La pequeña muerte de Moira Molloney’, segunda novela
que publica Mariela Arévalo Barquero, no solo te traslada a ese mundo entre
fantasía, sueños y cruda y dura realidad que ya forma parte o incluso define un
tipo de literatura especial, que no es de este tiempo, sino de mucho tiempo atrás.
Ya en la primera novela, ‘Los hombres de los ojos violetas’ nos había dado
muestras inequívocas Mariela de por dónde quería y sabía llevar su literatura:
por la senda de una sensibilidad que tiene sus referentes más insignes en esas
grandes escritoras del siglo XIX, especialmente las inglesas, nos estamos
refiriendo a las hermanas Brönté o Jane Austen. No establecemos comparaciones;
solo señalamos una corriente o una visión de la literatura en la que prevalecen
los sentimientos, las relaciones personales y, sobre todo, una enorme y sin
fisuras confianza en el ser humano por encima de las dificultades, de las
circunstancias y de la maldad. Porque esta se entiende siempre no como propia
de la naturaleza humana, sino como consecuencia de la ignorancia o del momento
que a cada uno le ha tocado vivir. Moira Molloney es un espíritu puro, que
irradia felicidad y belleza interior dentro de su mundo perfecto en un pueblo
de su Irlanda natal. Hasta que la niña se muere “un poco”. Es a partir de aquí
que comienza el largo calvario de la familia Molloney. La ausencia del padre,
Dorran, es la que marca ese largo y doloroso camino de desgracias que va
asolando a la familia. Pero Dorran no ha abandonado a su única hija, se ha ido
a luchar por unos ideales, por dejarle a ella un mundo mejor, más libre, más
igualitario y más justo. Por eso lucha en la Guerra Civil española y más tarde
se enrola en la Resistencia francesa en la II Guerra Mundial. Y mientras, los
latidos de vida de Moira se acompasan al ritmo de esa ausencia, es decir, su
corazón se ha muerto un poco. Pero dos serán las fuerzas que se conjuran para
sacar a Moira de ese estado: la medicina convencional, representada por los
médicos Ryan Byrne, amigo de la infancia de la muchacha, y el doctor MacGrath,
y sobre todo la medicina natural, esa fuerza de la naturaleza a la que invoca
la sanadora o curandera Biddy. Así contada, a grandes y gruesos trazos, y sin
desvelar los acontecimientos que desencadenan el final de la narración, podemos
confirmar la afirmación anterior: estamos ante una novela de pura sensibilidad,
de personajes generosos, que se duelen y se compadecen con el dolor de los
demás. Estamos ante un tipo de literatura que nos hace mejores cuando la
leemos, porque nos toca las fibras más sensibles de nosotros mismos, y sobre
todo le agradecemos a la autora, a Mariela Arévalo, que nos ponga por delante
esta pequeña muerte de Moira Molloney para devolvernos nuestra confianza en el
ser humano, tantas veces y por tantos motivos perdida. José López Romero.
PERÓN Y EL BIBLIOTECARIO
Días atrás celebrábamos el Día de la Biblioteca en
nuestro país, y aquí, en Jerez, se inauguraba con tal motivo, en la biblioteca
Municipal Central, una singular exposición titulada “Escritores y bibliotecas”,
donde se trata de desvelar el poco conocido pasado bibliotecario de algunos
afamados escritores y escritoras. Entre ellos no podía faltar Borges. El autor
de La Biblioteca de Babel o El libro de arena entre otras asombrosas
historias, tiene también un pasado bibliotecario como se nos desvela en la
mencionada exposición, y que creemos
oportuno ampliar en las líneas que siguen. En más de una ocasión el
escritor argentino, mucho tiempo después de dejar de trabajar en la biblioteca
Municipal “Cané” de Buenos Aires, comentaría algunas anécdotas relacionadas con
aquella época que duró casi una década, donde como auxiliar de la biblioteca
repartía su tiempo entre las obligaciones que aquel cargo implicaba y una
prolífica etapa creativa, en la que fueron germinando libros cautivadores como Ficciones o El Aleph. Sin embargo se conoce poco su salida de la biblioteca
“Cané”, que coincidió con la subida al poder en Argentina de Juan Domingo Perón
en 1946. Por aquellos años Borges ya era un conocido escritor y no precisamente
peronista. ¿Qué mejor forma de castigarlo que apartarlo de aquella biblioteca?,
seguramente pensó algún oscuro dirigente del régimen. Sobre la forma que se
hizo corren todo tipo de conjeturas. Una de ellas, la que hizo más fortuna y
nunca desmentida por el escritor, nos dice que Borges fue trasladado, como
castigo por su militancia política, al departamento encargado de la inspección
de aves y conejos en los mercados de la ciudad. Real o inventada aquella
historia, lo cierto es que Borges pronto abandonaría el Ayuntamiento y
afortunadamente para todos los lectores del mundo se dedicó a hacer lo que
mejor sabía: tejer historias maravillosas. En su etapa de madurez, y fuera
Perón del poder, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Argentina, cargo en el que estuvo desde
1955 a 1973. Ramón Clavijo Provencio
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