Desde que los seres se creen humanos y se soportan en sociedad, siempre ha habido una cultura popular, que nace en el pueblo, en él se desarrolla y por él tiene sentido y fin en sí misma. Y desde que los seres se creen distintos de otros humanos, es decir, cuando algunos comenzaron a tener conciencia de que a su actividad se le podía llamar arte, desde ese momento siempre ha habido una cultura para pocos. Las ya antiguas consignas “a la inmensa mayoría” / “a la minoría siempre”. Pero esta contraposición entre las dos expresiones es más aparente que real. Muchos artistas “cultos” han valorado lo popular hasta el punto de cultivar la cultura que nace del pueblo. Romances, villancicos, canciones… en las manos e inspiración de poetas tan cultos como Góngora o Lorca son un buen ejemplo literario de lo que quiero demostrar. Y de la misma manera, el público, por muy culto que este sea, siempre ha terminado por caer y ser seducido por los gustos populares. Los novelones decimonónicos gustaban tanto a las porteras como a cualquier académico de la lengua. Y es en esa convivencia pacífica y en ese intercambio enriquecedor de las dos culturas donde está la virtud. Inclinar la balanza hacia uno de los dos lados, provoca los consabidos efectos indeseados: la gruesa chabacanería o la ridícula afectación. A alguien le he leído no hace mucho tiempo (creo que a José Luis García Martín) quejarse por la falta de una crítica literaria seria y rigurosa, que realmente oriente al lector y le enseñe a distinguir las voces de la buena literatura, de los ecos de lo chabacano y soez. Cualquier evento cultural es bueno para dar a conocer nuevos artistas, escritores que quieren llegar a un público más amplio; es una magnífica oportunidad también (hay que decirlo) para los libreros, porque la presencia del escritor/a siempre atrae y hace subir las ventas. Pero todos, desde el público más popular, ese que en el siglo XIX devoraba los novelones folletinescos, y hoy se meten entre pecho y espalda las novelas de Megan Maxwell o del faltón Gómez Jurado, hasta el más exquisito que mira siempre por encima del hombro, debemos exigirle al escritor un mínimo de calidad y, sobre todo, respeto y educación. Porque intentar halagar los oídos del público con consignas groseras y fuera de lugar, es una falta de respeto a la inteligencia de los asistentes, que pone en evidencia la educación del individuo que las profiere. En las librerías encontramos libros que sin duda están indicados para satisfacer el gusto de los más exigentes y el de los que solo pretenden entretenerse, pero las editoriales deberían, para eso disponen de expertos (se supone), ser más exigentes y mirar más por educar el gusto de la mayoría que engordar el bolsillo. Algunos pondrán como excusa el signo de los tiempos. No es cierto. Hasta el paladar menos educado sabría distinguir una buena solera de un pirriaque. José López Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
viernes, 22 de noviembre de 2024
EL DESCONOCIDO DETECTIVE CHARLES RING
Es Wenceslao Fernández Flórez uno de esos escritores a los que sus inclinaciones políticas le han pasado factura con el paso del tiempo, oscureciendo estas sus indudables virtudes literarias. Ello explicaría no solo la dificultad actual para acceder a su obra, y eso que intermitentemente ha habido voces tan reputadas como las de Francisco Umbral, Fernando Fernán Gómez, o ya más recientemente el cineasta José Luis Cuerda, que no han dudado en reivindicar en algún momento algunas de sus creaciones. Pues bien, uno de los aspectos más desconocidos de la trayectoria literaria de Wenceslao Fernández es su incursión exitosa en la novela policíaca a la que aportó un personaje, el detective británico Charles Ring, haciéndolo protagonista de las novelas ‘Los trabajos del detective Ring’ (1934) y ‘La novela número 13’ (1941); y los relatos cortos ‘Un cadáver en el comedor’ (1936) y ‘El crimen incruento’ (1957) , este último con una curiosa trama que gira en torno al asesinato de una espectadora en el partido de fútbol entre el Málaga y el Granada. Lo interesante de esta serie -de la que posiblemente haya más relatos cortos por localizar publicados en las numerosas revistas de la época- y que enriquece la escasa representación española en el subgénero policíaco todavía a principios de los años treinta del pasado siglo, es el singular personaje del que se vale Fernández Flórez para protagonizarlas. Es este un detective británico, el ya mencionado Charles Ring, que a diferencia de otros colegas cuyas imágenes no se entenderían sin llevarse a los labios una pipa o un cigarrillo, no ha fumado nunca y al que utiliza no solo para desentrañar difíciles sucesos, sino para realizar crítica política ( en ‘La novela número trece’ contra la República), aspecto este último que irá cediendo protagonismo a la ironía y el humor a medida que la serie se va prolongando en el tiempo. Lamentablemente pocos son los estudiosos que han hurgado en estas novelas de Wenceslao Fernández Flórez, y solo hemos hallado alguna referencia en trabajos de la profesora María Rita Rodríguez, y ya más recientemente en ‘La novela policíaca española. Los grandes nombres’ (Tirant lo Blanch, 2022) de Juan Montero Aroca. Ramón Clavijo Provencio.
domingo, 10 de noviembre de 2024
ECOS DE ASTA REGIA. LAS FOTOGRAFÍAS DE LEOPOLDO CASIÑOL
A partir de la publicación del libro ‘Historia de la vida privada’ (Taurus 1987), de los historiadores franceses Philippe Ariés y Georges Duby, empezó a tenerse muy en cuenta la relevancia de los hechos cotidianos en el devenir histórico. Pues bien, dentro de esta parcela que se detiene en el estudio de la historia menor o cotidiana estaría la rocambolesca aparición en 1870 de unas piezas arqueológicas en la finca “La Mariscala” en Mesas de Asta. Los objetos a los que nos referimos ingresarían en la colección arqueológica municipal mucho después, en 1944, donados por D. Pedro Nolasco González Soto, Marqués de Torresoto. Las piezas casualmente descubiertas por un labrador de la zona y vendidas después por cien reales y una yegua al marqués, eran una estatua senatorial romana en mármol, un león labrado en piedra arenisca y un fragmento, en un material similar, con inscripciones romanas. Trasladados a otra finca, la del recreo del Altillo, fue allí donde el pintor miniaturista y pionero de la fotografía en Jerez, Leopoldo Casiñol, realizaría por encargo de los propietarios de la finca unas espléndidas fotografías (en la imagen una de ellas) de las piezas anteriormente apuntadas, incluyéndose entonces la de una cabeza de anciano romana (encontrada posteriormente), y que a la postre serían decisivas para la conservación de las mismas. No me cabe ninguna duda de que dichas fotografías al difundirse más allá del círculo de familiares y amigos del marqués de Torresoto, fueron una especie de seguro para que aquel tesoro no terminara en manos inapropiadas o incluso fuera de nuestra fronteras, a la vista de los numerosos marchantes y ventas privadas de antigüedades de las que se tienen constancia en esta época. En el muy interesante libro ‘Exposiciones y artistas en el Jerez del siglo XIX: las exposiciones de la Sociedad Económica de Amigos del País’, el historiador Jesús Caballero Ragel ya nos habla del interés entre las élites de la ciudad por el coleccionismo en todas sus facetas... “La compraventa de antigüedades, piezas arqueológicas y material bibliográfico también está atestiguada en el Jerez del XIX”, y nombra a Genaro Mayor y Chapin o al marqués de Bonanza Manuel Críspulo González, este último propietario del gran museo que se instaló en el convento de Santo Domingo, como claros ejemplo de esa fiebre por las antigüedades. Por tanto, no es descabellado pensar que muchas piezas tan relevantes como las aquí comentadas y procedentes también de unas Mesas muy desprotegidas, no tuvieron la misma suerte que las que inmortalizó con su cámara a finales de la década de 1880 Leopoldo Casiñol Faute, fotografías que muchos años después atrajeron la atención entre otros del arqueólogo municipal Manuel Esteve Guerrero que gestionó, consciente del valor de aquel hallazgo, su cesión a la ciudad de Jerez en 1944. Ramón Clavijo Provencio.
VACUI
“-Padre, acabo de leer una novela” -mi hijo que es toda una caja de sorpresas-. Y una escena me ha hecho pensar”. Qué digo una caja, la catedral de Burgos de las sorpresas. Y yo me puse a la defensiva, es decir, indiferencia y a ver por dónde salía. En la novela el protagonista tiene que hacer una obra de arte para aprobar una asignatura, y se le ocurre entregar un lienzo en blanco, aunque acompañado de toda una tesis o principios artísticos en los que basa su obra, para que sean los espectadores los que completen el cuadro, es decir, lo pinten en su imaginación. “¡El negocio perfecto!”, padre. ¡Ese sí era ya mi hijo! Y… permanecí a la defensiva y a la expectativa. “Pues muy sencillo. Edito un libro de poemas con los títulos. Por ejemplo, “Amor”, “Tristeza”, “Besos”… y que sean los lectores los que vayan creando el poema. Incluso pueden hacerlo en pareja, en trío, en familia, en grupo de amigos… Una nueva forma de entender la Literatura. Infinitas posibilidades. ¡Hasta la IA podría intervenir! Y ya tengo hasta el nombre para este nuevo arte de hacer poemas: “Vacui”. El nombre le viene como anillo al dedo -le lanzo la ironía. “¡Qué comparación! -ahora el irónico era él-. Pero fundamentado en la teoría del horror vacui. He prescindido del horror, para dejar el vacío, la nada. Toda una incitación para que sea el lector quien cree su obra”. La mirada de satisfacción del genio debía parecerse mucho a la que me dirigió mi hijo. Yo había leído hace tiempo ‘Intento de escapada’ de Miguel Ángel Hernández, una excelente novela en la que se critica la manipulación del arte contemporáneo, pero no me acordaba de la escena que produjo en la cabeza de mi hijo ese choque interestelar, la conjunción planetaria, la llamada divina de la inspiración artística. Realmente, si de fraudes y timos de arte se trataba, su idea entraba de lleno en ese negro capítulo del arte moderno titulado “¿Cómo quedarse con el prójimo”, con el subtítulo “¿y cómo hacerse con un pastizal?” “Yo lo veo”, apostilló mi hija, que ya se relamía con su porcentaje del negocio. Te propongo que seas tú el primero en rellenar el libro. “Padre, nunca puede romperse la distancia entre creador, espectador y obra”. ¡Qué bien se había leído la novela el jodío! José López Romero.
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