miércoles, 28 de octubre de 2009

HIPATIA


Basta que alguien tenga éxito, para que la parte cainita de este país se despierte y trate de acabar con el que se permite destacar sobre la masa. En concreto me estoy refiriendo al cineasta Amenábar y la polémica suscitada con su última película Ágora. Quede claro desde un principio que no soy un admirador de su hasta ahora relativamente corta obra cinematográfica, pero no dejo de reconocer que es uno de los pocos autores del grisáceo cine nacional que atraen a más de una docena de personas a las salas de proyección. Pero no es esta una sección de crítica de cine y sí dedicada a la actualidad del libro, y ahí es donde quería llegar. Al bueno de Alejandro le están lloviendo las críticas (de algunos críticos por supuesto, porque insistimos que el público está dando mayoritariamente una rotunda y positiva respuesta a su propuesta) especialmente por el hecho de que distorsiona la historia. Es decir, se le acusa de presentarnos a una Hipatia que no tiene nada que ver con la real, y unos hechos, los que rodean su muerte, que están retocados por la ficción. Pero bueno ¿qué es lo que pretenden éstos? ¿Acaso cuando Mary Renault escribió su maravillosa recreación de Alejandro pretendió que ésta fuera la que se estudiara en las Facultades de Historia? No, simplemente escribió una magnifica novela histórica sobre un personaje y una época que le fascinaban, con algunas licencias legítimas que se le supone se le permiten a todo aquel que hace literatura. Y el que nombra Mary Renault también puede hacerlo con otros muchos como Mujica Laínez o Umberto Eco. La Hipatia de Amenábar es una interpretación muy personal de una figura histórica (y el que quiera saber algo más sobre ella que lea, que falta hace, manuales de historia) solo que en vez de trasladada a las páginas de una novela histórica, su creador nos la presenta en imágenes. Nos puede gustar más o menos la película, más o menos su director, pero por favor, lo que vemos en la pantalla no es una clase de historia. Claro que para llegar a esa conclusión se presupone que previamente, autor y espectadores tienen una mínima formación histórica. Esto último es ya “harina de otro costal”. Ramón Clavijo Provencio.

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