sábado, 10 de diciembre de 2011

MAQUILLAJE

El éxito literario de un libro viene determinado por una confluencia de factores unos más decisivos que otros que hace finalmente que este acabe en manos de los lectores. En este caso nos referimos al título, diseño de la portada o los mensajes que tratan de captar a los lectores  desde su solapa, entre otros. En otras épocas no tan lejanas estos aspectos  eran casi despreciados, pues poco más que contaban para tener éxito  el nombre del autor y, por supuesto, la bondad de su historia, que ya los críticos se encargarían de bendecir o condenar. Pero hoy día, pocos son los que despreciarían el papel de estos elementos “secundarios”, incluidos los autores consagrados, conscientes de que cada vez es más difícil abrirse paso o mantenerse en un mercado cada vez más competitivo, y donde el libro debe abrirse camino utilizando todos los recursos, incluso los aparentemente más superficiales. Pudiera parecer que esto se contradice en algunos casos, y que autores ya consagrados siguen sin  necesitar  este maquillaje externo para sus obras, confiando sólo en el nombre, como en tiempos pasados. Un ejemplo entre muchos: parece que no se hayan preocupado mucho de la portada de “Némesis”, la última obra de Philip Roth, y sí en cambio de destacar el nombre del autor sobre todo lo demás. Pero incluso en diseños tan simples, apenas unas manchas de color sobre las que destacan nombre y título de la obra, aparece un elemento que atrae aún más la atención del posible comprador, y lo hace de una manera irresistible, una llamativa solapa donde algunos autores consagrados como J.M. Coetzee, cantan las virtudes de la obra. Hoy día aparte de la fuerza de un nombre, no se deja nada al azar. Un libro no debe esperar  el veredicto de la crítica, o de la fuerza de la campaña de presentaciones en las que se pasea al autor por tal o cual geografía. Hoy día el libro comienza a captar lectores desde que aparece en los escaparates, en los estantes de las librerías, en las portadas y páginas de las revistas literarias en papel o digitales. Y ahí se juega con todo. Confieso que no me hubiera acercado a la novela de J.M. Guelbenzu  “El hermano pequeño”, si antes de tener alguna referencia de ella a través de la crítica, no me hubiera atraído esa portada maravillosa que reproduce la pintura “Playing de party game” de Jack Vettriano, independientemente de que después resultara ser una gran novela. Lo mismo me sucedió con “La estrategia del agua” de Lorenzo Silva, con esa deslumbrante portada reproduciendo un cuadro de Ángel Mateos Charris (ilustración). Algunas veces estos reclamos harán equivocarnos. Los impulsos, las corazonadas, tienen esos aspectos peligrosos, pero ese juego es lícito y  un atractivo más para los lectores en nuestra eterna búsqueda de historias. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO  

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