sábado, 17 de noviembre de 2012

MARIDAJE


Después de una sesión de degustación de lo que ahora se ha dado en llamar maridaje, aquel grupo de cursis y noveleros decidió en el fragor de las copas hacerse pueblo por unas horas y desplazarse a un tabanco cercano a seguir su “vía crucis en honor a Baco”, como gustaba decir a uno de ellos que, aunque católico practicante, se permitía estas licencias irreverentes. Y después de que el dueño del local les pusiera por delante la botella de mosto y los vasos correspondientes, poco menos que les lanzó un platillo de altramuces y con socarronería les dijo: “es el maridaje tradicional; tenemos la variante de las almendras, pero no están de temporada”. Yo que me crié entre guisos, en los que predominaba la patata acompañada de lo que había sobrado de un día para otro, y entre legumbres, con la permanente amenaza de que lo que no me comía hoy, lo tenía mañana, no llego a entender estas novedades gastronómicas de maridajes y libros en los restaurantes, iniciativa de la que se hacía eco mi compañero y amigo Ramón en esta misma página la pasada semana. Aunque, ¡claro!, mientras lean los niños y dejen en paz a los padres, cualquier invento se agradece. No sé quién dijo que no soportaba a un fumador a su mesa, pero prefería cuatro fumadores a un solo niño. Pero no se crean que me cierro en banda a novedades, todo lo contrario. Ya me imagino una degustación de almejas con un buen fragmento de un texto de la Sonrisa Vertical; o una excelente copa de amontillado leyendo los brillantes alejandrinos de Rubén Darío; por no decir de un buen oloroso con una tragedia de Calderón o la exquisita prosa de Juan Valera. “Luces de bohemia” solo se puede leer con una generosa copa de aguardiente. “SuperLópez -mi mujer, que sigue con la guasa- ¿qué vino le echo al guiso de arroz con gambas?”. “Si lo has hecho tú, aquí van unas páginas del “Código Da Vinci” y un artículo de Lucía Echeverría”. La bromita me va a costar cara. Lo sé. José López Romero. 

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