‘¿En qué piensa cada
hombre aparte del sexo?’ fue un
increíble éxito editorial hace unos meses y digo bien, increíble porque del
libro de Sheridan Simove lo único que se podía leer era el título y nombre del autor en la portada, ya que las restantes
doscientas páginas de su interior estaban en blanco. Y sin embargo, no me
pregunten cómo, el invento funcionó, y se vendieron de él miles de ejemplares. Noticias
como ésta, me refiero a informaciones que nos dan cuenta de lecturas sorprendentes,
curiosas, inquietantes salpican diariamente el universo de los libros o en general de la lectura. Hace
unos días me desayunaba con la noticia recogida en un suplemento cultural de que el ‘Necronomicón’ sigue siendo uno de
los libros sobre el que más consultas y preguntas realizan lectores de todo el
mundo. Esto no tendría nada de particular si no fuera, como es sabido, porque
este libro fue una invención de Lovecraf. Y es que hay lectores que han
traspasado la frontera de la curiosidad y
se han introducido sin saberlo en un
juego más peligroso, de búsquedas
de manuscritos perdidos atribuidos a
grandes escritores tras los que se lanzan obsesionados, como los caballeros
medievales en pos del santo grial, después
de saber de su existencia leyendo algún escrito inquietante, aunque tras tan
débil prueba se adivina el juego de otro
escritor. Borges o Bioy Casares fueron maestros en el arte de crear bibliotecas
ficticias, libros casi reales que condujeron a algunos a la obsesión o la
locura, como aquel Luis de Murphy al que conocí hace algunos años y que me
confesó buscaba un “Viaje a España” de un tal Perrain, autor francés de finales
del XVIII, del que nunca he tenido noticias. Recientemente la prensa nos daba cuenta de la recuperación más de
sesenta años después, de las cartas que se habían estado intercambiando una
pareja californiana durante el tiempo que él estuvo en el frente europeo
durante la segunda guerra mundial. Lo curioso es que tan misteriosamente como
desaparecieron estas cartas de amor, en un robo en su casa a comienzos de la
década de los sesenta del pasado siglo, ahora vuelven a aparecer igual de
misteriosamente, lo que no deja de abrir muchas interrogantes. ¿Quién y
por qué es capaz de robar unas cartas a Lloyd y Marion Michael, así se
llaman los ya ancianos, hace décadas para ahora devolverlas? En todo caso
la pareja ahora solo espera tener
suficiente tiempo para volver a leer aquellas misivas, eso sí, quizás tras esas líneas manuscritas ya solo
se esconda una novela de Stephen King. Ramón
Clavijo Provencio
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 26 de enero de 2013
TIERRA Y DESTINO
¿Qué lector no ha echado sus primeros dientes con la
literatura de aventuras? ¿Por qué se recomienda, y a las declaraciones de
grandes escritores me remito, tan vivamente los clásicos del género como
lecturas apropiadas para cualquier edad, tiempo y espacio? Y si las aventuras
se desarrollan en paisajes bélicos, ya no falta ningún ingrediente para que la
novela sea cuando menos interesante y, sin duda, entretenida. Y éstas son las
cualidades que atesora esta ‘Tierra y destino’, novela escrita a cuatro manos, lo
que le añade un punto más de dificultad, a las que habría que sumar una bien
hilvanada trama narrativa, logradas descripciones y unos personajes que
representan lo que todo lector espera de este tipo de literatura. Sin que
falten tampoco los tópicos y escenas consustanciales al género, que podrían
haberse matizado. En ‘Tierra y destino’ son las guerras carlistas el fondo
sobre el que se proyecta la trama narrativa; guerras que marcaron buena parte
de nuestro siglo XIX. Y es la línea que divide Extremadura y La Mancha el marco geográfico donde
se desarrollan los acontecimientos que terminan desembocando en el
enfrentamiento del ejército carlista con las escasas fuerzas isabelinas.
Soldadesca, ambiente militar al que se incorporan en la narración las partidas
de facciosos y bandoleros, con sus jefes al frente, sobre todo Mariano Santos y
la participación, como no podía ser menos en el bando carlista, de don
Salvador, cura y tío de Santos. Pero en la novela son dos los personajes que se
destacan, dos veteranos militares, el húsar Louis F. D’Armagnac, y el coronel británico
Arthur de Flinter que, como aquellos duelistas de Conrad (un clásico del género
de aventuras), comienzan su feroz enemistad, que no es más que cordial
admiración, en la Guerra
de la Independencia
española, y que el destino los une de nuevo, veinticinco años más tarde, para
combatir juntos. ‘Tierra y destino’, J. Berrocal y A. Castro Sánchez. Ed. Carisma,
2012. José López Romero.
sábado, 19 de enero de 2013
DIPLOMACIA
D. Diego Hurtado de Mendoza |
“Ahora un político manda más que un diplomático”, leo
en una entrevista que le hacen a Inocencio Arias, uno de esos diplomáticos
históricos del siempre elitista cuerpo de funcionarios al servicio del Estado,
y cuya dilatada experiencia le hacen merecedor de toda nuestra credibilidad. Y
de inmediato se me vino a la cabeza uno de los famosos chistes de Chiquito de la Calzada (perdone el lector
la cita de autoridad), aquél del concejal de Cuenca. ¿Manda más un concejal de Cuenca (con todos mis respetos)
que el embajador de España en la
O.N .U., por ejemplo, cargo que desempeñó I. Arias durante
varios años? Seguramente sí, porque en sus respectivas parcelas de poder, el
político es amo y señor, apenas debe rendir cuentas a nadie de los desmanes que
perpetra (cada día nos desayunamos con nuevos casos de corrupción), mientras
que el diplomático sí tiene que responder ante el ministro de asuntos
exteriores de su trabajo. Pero no cabe duda de que muy lejos quedan ya aquellos
tiempos en que los reyes nombraban a sus mejores hombres, los más cultos y
valiosos para desempeñar las labores, refinadas y siempre intrigantes, de
embajador ante las cortes extranjeras. Sin Andrea Navagero (es un tópico de la
historiografía literaria) no se hubieran introducido en la lírica castellana las
estrofas y los metros italianos, entre ellos el soneto y el endecasílabo, sin
los cuales la historia de nuestra lírica sería muy distinta. La famosa
conversación en Granada que mantuvo con el gran poeta barcelonés Juan Boscán se
considera el inicio de aquella revolución en la poesía española, cuando había
acudido Navagero en calidad de embajador de Venecia ante la corte de Carlos V
cuando éste celebraba sus bodas en la ciudad andaluza con Isabel de Portugal. Y
no menos brillante fue la labor que desempeñó don Diego Hurtado de Mendoza ante
las cortes europeas (un excelente retrato de este noble nos lo ofrece Antonio
Prieto en su novela titulada precisamente ‘El embajador’); hombre de confianza
del emperador, exquisito poeta, ingenioso prosista (a él se le atribuye con
consistencia la autoría del ‘Lazarillo’), se recorrió toda Europa al servicio
de Carlos V, sin importarle para ello la intriga y todas las artes de que
pudiera valerse para proteger los intereses de España. Sin duda, la diplomacia
en aquellos tiempos era una de las más bellas artes. Pero desde hace ya unos
siglos los cargos diplomáticos se utilizan para castigar o para premiar, pero
no para servir. Al siniestro Fouché, como nos cuenta Stefan Zweig en su
magnífica biografía, lo castigaron con la embajada francesa en Sajonia en el
ocaso de su infame vida. Sin embargo, grandes escritores han simultaneado su
carrera diplomática con la literatura, Carlos Fuentes es en este sentido un
ejemplo tan actual como modélico. Pero ahora las plazas más apetitosas las
ocupan antiguos ministros en pago por sus servicios ¿al país? ¡Por favor! La
pregunta ofende. Al país no, al partido. José López Romero.
CAMINO SIN RETORNO
El
año pasado por estas fechas se vivía en nuestro país la gran ofensiva del libro
electrónico. Los e.reader eran la estrella de los artilugios tecnológicos regalados en Reyes y todo parecía indicar
con la creación de plataformas para la comercialización de las ediciones
digitales o experiencias pilotos en bibliotecas públicas para la introducción
de éstos, que el gran cambio en cuanto al formato del libro estaba a punto de
producirse después de años de titubeos. Sin embargo, a un año vista todas estas
expectativas parecen haber fracasado, o al menos no se han materializado con la
fuerza que hacían prever esas señales que les mencionaba al inicio de estas
líneas. Ni los lectores de libros electrónicos se han convertido en una
herramienta imprescindible para el lector, ni las ediciones digitales, pese a
haberse multiplicado la oferta editorial, parecen hayan desbancado al
tradicional libro en papel de las preferencias de los lectores. Es más, conozco
a más de uno que aquel flamante artilugio que le regalaron hace un año para
leer, ha sido arrinconado tras marchitarse su curiosidad inicial. Ya ni les
cuento en qué han quedado las plataformas digitales en la red, donde nos
encontramos un mercado tan fraccionado que nos lleva a la confusión o las
desastrosas experiencias –por calificarlas de alguna manera-llevadas a cabo en
bibliotecas públicas que, por supuesto, no han fructificado ante la tibieza de
la administración por apostar por el formato digital. Si a todo ello
incorporamos el papel que está jugando en ello la crisis sobre el sector
editorial, todo se complica. Pero no se confundan, la lentitud, la confusión en
muchos casos, o la aún mayoritaria percepción de que los artilugios lectores de libros electrónicos
aún no terminan de convencer del todo pese a sus indudables avances, ya no son razones poderosas para negar que
hemos iniciado un camino sin retorno hacia la definitiva implantación de lo
digital en el mundo de la lectura. Ramón Clavijo Provencio
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