Hoy, para pasar esos cinco minutos matinales en el
cuarto de baño, ha elegido George al viejo escritor inglés Ruskin. “George
percibe un movimiento intestinal agradablemente acuciante y sube con vivacidad
hacia el baño, libro en mano”, nos refiere el narrador de ‘Un hombre soltero’,
novela de Christopher Isherwood, de la que en el 2009 hizo el director Tom Ford
una versión cinematográfica con Colin Firth en el papel de George, el maduro
profesor universitario. Pero antes de elegir a Ruskin como compañero de alivios
y desahogos, el propio narrador nos aclara que “los libros no han hecho a
George más noble, mejor ni más sabio. Es solo que le gusta escuchar sus voces,
unas u otras, según su estado de ánimo. Se aprovecha de ellos de manera impía…
para inducir al sueño, para ahuyentar de su mente las agujas del reloj, para
aliviar la roedura de su espasmo pilórico, para superar con sus chismes la
melancolía, para liberar los reflejos condicionados de su colon”. Pero también
deja claro que “en público habla de ellos con el mayor respeto”, no en vano es
profesor de Literatura y una cosa es su vida privada y otra, muy distinta, su
imagen pública. Si, por un lado, dudo mucho, es más, estoy en total desacuerdo
con que a George no le hayan hecho los libros que ha leído más noble, mejor y
más sabio, incluso si ello no fuera su intención al leerlos, porque la lectura
sin quererlo, sin premeditación ni alevosía nos hace sin duda mejores en todos los
aspectos; por otro lado, ¿qué lector no ha utilizado algún libro como fiel acompañante de los momentos más personales e
intransferibles? Incluso creo recordar la publicación de una colección de
libros con ese determinado fin; y hasta se podían comprar con estuche para
varios ejemplares, o aquella otra literatura de “usar y tirar” que tantas
coincidencias en todos los aspectos tiene con el papel higiénico. Por no hablar
de la inveterada costumbre de la lectura del periódico, hoy más que nunca
aconsejable por la descomposición de vientre que nos pueden producir las
noticias. Lo que nos muestra George con sus hábitos lectores no es más que la
multifuncionalidad de los libros y la variedad de éstos para elegir el más
adecuado dependiendo de los momentos y hasta de los estados de ánimo. Libros
para inducir al sueño, como se aconsejaba en la
Edad Media a los nobles para que tuviesen
cerca algún lector en aquellos ratos de insomnio, y en los refectorios de los
monasterios como instrucción y lección moral, como se recoge en las Reglas de
San Benito: lectura en voz alta y con la entonación que requiere el texto para
llegar con más facilidad al oyente. No seré yo quien dé consejos de cómo ni
dónde leer, porque cualquier momento y ocasión son buenos con tal de que la
gente lea. Y da lo mismo que sea en la mesa, que en una biblioteca, que en el
váter si con ello además de convertirnos en más nobles, mejores y más sabios,
nos alivia y reconforta. José López Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 23 de febrero de 2013
TOMBUCTÚ
Durante algunas
semanas hemos ido recibiendo noticias terribles para la cultura, que nos llegaban
desde un lugar geográfico con nombre mítico: Tombuctú. Una ciudad lugar de paso
de caravanas durante siglos y destino ansiado para viajeros deseosos de nuevas
experiencias. Tombuctú, la ciudad de
barro que paradójicamente vivió una era de oro. Lo sucedido en la capital
cultural de Mali y la magnitud del desastre sobre su patrimonio cultural quizás
nunca lo sabremos, y tanto más me reafirmo en ello cuando hemos asistido
perplejos a un rosario de noticias a cual más confusa y contradictoria, sobre
lo que allí ha sucedido. Noticias que tan pronto nos hablaban de que se estaba perdiendo
gran parte del patrimonio, sobre todo escrito, allí conservado, a otras que
minimizaban esa destrucción. Pero maticemos, la primera tragedia que allí se ha
vivido tanto en la ocupación de la ciudad
por los tuaregs y luego su toma por las tropas francesas, ha sido sin
duda el humanitario, el de una población
civil masacrada a merced de los extremismos y las guerras. Y en ese escenario
de ocupación de la ciudad, el trasfondo ha sido el desastre cultural. Así y
todo hemos asistido a hazañas
conmovedoras de gentes anónimas trasladando viejos legajos y manuscritos,
conservados durante siglos, desde un lugar a otro para evitar su destrucción.
Quizás para consolarnos nos guste pensar que han sido más las piezas salvadas
que las destruidas en estos peligrosos
viajes por las calles de la ciudad, buscando un refugio seguro, una epopeya que
nos trae ecos de aquellos operarios y técnicos del Museo del Prado que lograron
poner a salvo el contenido de la mayor pinacoteca del mundo durante el asedio
de Madrid, en la guerra civil española. Pero también y lamentablemente ecos de aquellos
días que desembocaron en la destrucción de la biblioteca de Sarajevo, durante
la guerra de los Balcanes, y donde se perdieron para siempre piezas únicas de la
cultura europea. Una vez más el drama
humano unido al de la cultura, en una historia que vuelve a demostrar que no aprendemos nada. Ramón Clavijo Provencio
sábado, 16 de febrero de 2013
VIEJOS AMIGOS
La primera vez que
escuché el nombre de Eduardo Pereiras, mucho antes de conocerlo personalmente,
fue cuando me comentaron una vieja anécdota de Manuel Esteve, el que fuera
bibliotecario y arqueólogo municipal durante cerca de cuarenta años, y que en
una de sus visitas a la Cartuja se hizo acompañar
por el entonces muy joven fotógrafo Eduardo. El motivo era para que este último
tomara instantáneas del monumento con vistas a una reedición de la ya conocida
guía de arte de Esteve. La visita transcurrió con normalidad hasta que llegaron
a los claustros. Allí el entonces prefecto de la comunidad padre Arteche impidió que se tomaran instantáneas del
lugar, argumentando que la orden había encargado a otro fotógrafo un reportaje
sobre los claustros para ilustrar la vida de los cartujos. Esteve le recriminó
a Arteche que un cartujo tuviera tanto sentido comercial, y finalmente Pereiras
pudo fotografiar aquella espléndida muestra del arte. Personalmente empecé a
tratar a Eduardo, ya con cierta asiduidad, tras la reapertura de la Biblioteca Municipal
en su nuevo edificio de la plaza del Banco en 1986, de la que se hizo usuario
asiduo, sobre todo consultando prensa antigua y hurgando en ella cualquier
referencia a la fotografía (lo que posteriormente le llevaría a publicar dos libros
indispensables para conocer la historia de la fotografía en Jerez.). Pero hace
diez años que Eduardo dejó de visitar
las salas de esta espléndida biblioteca, muy a su pesar, como también en este
periodo lo hicieron el profesor José
Ramón Fernández Lira o el bibliófilo Antonio Olmedo, a los que andando el tiempo, pese a la diferencia de
edad, los consideré amigos y maestros, piezas insustituibles de la más
reciente historia cultural de la ciudad.
A lo largo de los años, todos ellos, en sucesivos encuentros me fueron dejando un rosario de datos,
visiones o anécdotas sobre la cultura en Jerez impagables, desde el dramatismo
de la quema de los talleres del periódico jerezano El Guadalete que Antonio
Olmedo vivió en persona, a esa visita con José Ramón de guía en su viejo
estudio antes de su traslado a la calle Ancha, por los avatares de la colección
de Arte que estaba reuniendo, ya por entonces muy completa. De Eduardo,
fotógrafo de prestigio fuera de las fronteras locales –publicó en Life y en
Blanco y Negro algunas de sus fotos- llegué a conocer su poco conocida y
singular obra pictórica representada en la imagen que ilustra estas líneas. A
todos ellos parece que este Jerez
injusto los olvida, a medida que el tiempo va alejándonos de aquellos
apresurados homenajes oficiales realizados la fecha que se fueron
definitivamente. Amigos a los que echo de menos. Ramón Clavijo Provencio.
PAPEL
Uno de los temas favoritos de mi compañero Ramón es,
sin duda, la relación libro electrónico – libro en papel, al que más de mil
artículos ha dedicado. ¿Amor – odio? ¿Convivencia pacífica o guerra sin
cuartel? Lo cierto es que el propio Abelardo Linares, uno de los grandes
editores y libreros de Andalucía, si por un lado se lamentaba del escaso
presente del libro electrónico; por otro, sí le auguraba un espléndido futuro
(entrevista en el ‘Diario de Jerez, 17-11-2012). ¡Y lo decía todo un
bibliófilo, editor y librero cuyo negocio se basa precisamente y en buena
medida en las ventas del libro en papel! Esto quiere decir que las editoriales
y las librerías tienen (muchas ya han
empezado) que modernizar el negocio, adaptarlo a los nuevos tiempos y, sobre
todo, diversificar la oferta. ¿Qué editorial no ofrece ya versión en papel y
digital de sus publicaciones, que el lector puede comprar según sus gustos? Y
en esto aunque siga habiendo resistencia de los románticos del papel, el lector
habitual claudicará ante el digital y combinará pacíficamente y en armonía
ambos formatos. Pero hay otras posibilidades de atraer a los lectores al papel,
sin despreciar las nuevas tecnologías, ofertas más sugestivas y para las que
estoy seguro también hay su público, siempre y cuando se hagan ediciones
asequibles a los bolsillos actuales, ya bastante castigados con la crisis. Habría
que volver al prestigio de las primeras ediciones, con un número reducido de
ejemplares a la venta; sin duda no es lo mismo una primera edición en papel que
digital. ¿Ediciones facsímiles de manuscritos? ¿A quién no le gustaría tener en
su casa sus textos preferidos de puño y letra de su autor con anotaciones
correctoras o añadidos y tachaduras? Los libros ilustrados siempre han tenido
su público, restringido por el alto coste de la edición, que bien se podría
abaratar si se ajusta un poco más la relación calidad-precio a favor de un
acercamiento a un mayor número de compradores. Está claro que las ventas del
libro en papel irán disminuyendo, pero el prestigio de la letra impresa se
puede mantener con otros atractivos. José López Romero.
sábado, 2 de febrero de 2013
1766, 1958, 2013
… Pero démosles más exactitud a los tres años que componen
el título de este artículo: marzo de 1766, 18 de diciembre de 1958 y enero de
2013. ¿Qué tienen en común estas tres fechas? Es el trabajo que algunas veces
les ponemos a nuestros alumnos para que al tiempo que descifran un enigma
literario, se familiaricen con el uso de las nuevas tecnologías. Pero aquí no
se trata se poner al amable y generoso lector deberes, por lo que paso a
desvelar el misterio. En marzo de 1766 tiene lugar en Madrid, aunque con
derivaciones por diversas capitales del reino de España, el famoso “motín de
Esquilache”. Y aunque la historiografía se ha ocupado de este suceso en
múltiples ocasiones, aún no quedan del todo claros los instigadores (jesuitas, rancia nobleza
castellana) de las masas, cuyo levantamiento y revuelta provocaron la
destitución de Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache y ministro del rey
Carlos III. Lo último que desató la furia del pueblo madrileño fue el bando que
obligaba al corte de la capa y del sombrero para que los criminales no pudiesen
hacer sus fechorías amparados en la ocultación de su identidad. El 18 de
diciembre de 1958 se representa por vez primera en el teatro Español de Madrid
el drama de Antonio Buero Vallejo ‘Un soñador para un pueblo’, en el que el
gran dramaturgo utilizaba el famoso motín y el acoso y derribo de Esquilache
para mostrarnos una perspectiva menos histórica y más universal del alma o de
la idiosincrasia del pueblo español: el rechazo de cualquier reforma, aunque
éstas sean en su propio beneficio: el pavimentado de las calles, el alumbrado
público, el alcantarillado, junto con el corte de las capas y sombreros, eran
las reformas puestas en práctica por Esquilache, certificadas por el propio
Carlos III, contra las que se amotina la masa ignorante, deslenguada,
sinvergüenza y violenta, el populacho en su expresión más primitiva y soez. Es
el calesero Bernardo en quien representa Buero Vallejo lo peor del pueblo
español, los más bajos instintos, la masa amorfa que se deja manipular por unas
cuantas monedas, en contraposición a esa otra parte del pueblo, representada
por Fernandita, criada de Esquilache, que advierte en el ministro y sus
reformas la única manera de convertir a España en un país moderno. Durante los
últimos días del pasado mes de enero (2013), me han sorprendido unas imágenes
vistas en tv.: grupos de jóvenes insultando a los jugadores y entrenadores del
Sevilla y del Valencia, por no hablar del apedreamiento del autobús del Xerez
C.D. Gente soez, deslenguada, ordinaria, violenta que solo encuentra
distracción en insultar y agredir al prójimo. Es fácil echar las culpas a la
sociedad y a la crisis, pero si estos jóvenes gastaran sus energías en buscar
trabajo o en formarse, estudiar para conseguirlo, quizá alguno encontraría un
medio con que ganarse la vida. Han pasado dos siglos y medio desde el motín, y
medio siglo desde la representación del drama, pero mientras se apedreen
bibliotecas y bomberos, en España por desgracia seguirá habiendo muchos
Bernardos y pocas Fernanditas. José López Romero.
¿BÁLSAMO?
Decía
Antonio Colinas (‘Sepulcro en Tarquinia’)
que “la poesía es un bálsamo, sobre todo en estos tiempos de crisis”. ¿Lo es?
Me refiero ahora a la cultura en general. No querría frivolizar sobre un
asunto, el de la crisis, que tiene a millones de personas fuera del mercado
laboral, pero resulta sorprendente comprobar cuántos creadores de las más
variadas disciplinas se reafirman en eso
tantas veces repetido de que, por un lado
la crisis agudiza el ingenio, y por otro y para combatirla, a la cultura se la percibe como ese bálsamo
del que hablaba Colinas. ¿Pero todo esto que comentamos responde a la realidad?
Veamos, vivimos en un país que ha subido
el IVA a los productos culturales del 8 al 21% y donde los recortes en los presupuestos
destinados a instituciones culturales son brutales. Las consecuencias son muy
visibles con una significativa huida del
público de muchos eventos culturales y
un debilitamiento notable de la industria ligada a la cultura. Es cierto que ante
todo esto se está produciendo una reacción significativa en la oferta: las
grandes pinacotecas tiran de fondos de armario para sus grandes exposiciones,
tratando de mantener la calidad a un costo menor, se publican menos libros
pero, sobre todo, los lectores son más cautos y selectivos a la hora de
adquirir uno. Cine, teatro, música y en
definitiva cualquier manifestación cultural parece huir de la vacuidad de los
grandes y costosos artificios para contar historias o transmitirnos sensaciones
como siempre hicieron. Y luego está la emergente oferta de la Red , una nueva frontera casi
sin reglas. Sigo escuchando declaraciones que le dan a la cultura un papel
inesperado en plena crisis, sin ir más lejos el compositor Agustín Castilla insistía
hace unos días en que “cuando se ofrece cultura se consumen menos
antidepresivos”. Pero la realidad y los deseos parecen en este caso ir cada uno
por su lado y el bálsamo no llega a todos por igual, pues se ha puesto por las nubes. Ramón Clavijo Provencio
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