Escondían algo. Resultó ser un libro, como observé
poco después cuando el que supuse propietario lo extraía de la arena de la playa, tras un tira y afloja con sus amigos. Finalmente y entre chanzas, concedieron desvelarle el
escondite mientras corrían hacia la orilla, sin dejar de lanzarle burlas. El
joven lector se marchaba poco después de
la playa, entre las protestas de sus compañeros, y me quedé con las ganas de
saber el título de aquel libro que ahora descansaba lleno de arena en el fondo
de una bolsa de playa… Sesenta años después de “Farenheit 451”, aquella historia de ficción creada por Ray Brardbury sobre la persecución a los
lectores y a la lectura, y la consiguiente quema de libros por un cuerpo
especial de bomberos - que había cambiado las mangueras de agua por los lanzallamas- , todo parece hacerse más real.
La realidad de hoy, ciertamente distinta y más compleja que la que imaginó
Bradbury, va conduciendo en cambio hacia el mismo destino: la invisibilidad de
la lectura, la de identificar a todo lector poco menos que como un “bicho raro”, y por tanto poco de
fiar. Al menos a todo lector que tenga un libro en papel entre sus manos,
quizás uno electrónico amortigüe el recelo…durante un tiempo. Paradójicamente
el año se llena de días dedicados al libro, lo que tirando de ese oráculo
moderno cual es el refranero, podríamos etiquetar con aquel que reza “Dime de lo que presumes y te diré de lo que
careces”. Y mientras, entre tanto San Jordi, Día Internacional del libro, de la
Lectura, etc. - donde parece haber una amnistía temporal para los lectores-, los
presupuestos de las administraciones menguan sus partidas para la compra de
libros a las bibliotecas públicas (en Andalucía ese presupuesto ha quedado
reducido a cero), al mismo tiempo que las Fiestas se convierten en la panacea a
la que aferrarse por parte de esta sociedad confundida. Nada nuevo. Pero qué
vamos a esperar si ya los romanos gritaban “panem et circenses” hace dos mil
años. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 31 de mayo de 2014
CLÁSICOS
-“Tenemos que llevarlos al médico” –le decía su mujer,
mientras veían cómo sus hijos dormían plácidamente, ajenos a la inquietud de
sus padres. A la madre ya le asomaban dos lágrimas como tronchos de lechuga
(José Ángel dixit). –“Pero ¿a qué
médico?” –le respondía su marido que no daba crédito a la escena que estaba viviendo
o tal vez soñando, porque aquello más tenía de pesadilla que de realidad. Eran
las tres y cuarto de la madrugada y su mujer lo había despertado con una
pregunta sacada de lo más profundo de algún desequilibrio mental de origen
quizá genético (algo había ya detectado en su suegra): -“Oye, Manuel, ¿tú sabes
si los niños han leído El Lazarillo?”
Velando embobados ahora su sueño, otras preocupaciones asaltaban a la mujer: ¿y
El Quijote? ¿y la Eneida o la Odisea? ¿y el Poema de mío
Cid? Cuanto más pensaba aquella frustrada madre, más tronchos de lechuga
corrían por sus mejillas, mientras el padre, ya insomne, repasaba con la vista
las estanterías de las habitaciones de sus hijos que estaban atestadas de
libros infantiles y juveniles propios de su edad. Cuando volvieron a la cama,
la conclusión de aquella mujer era toda una declaración de intenciones y como
tal la entendió el marido, es decir, como una amenaza en toda regla: “¡mañana
mismo empiezan con los clásicos!”. En cierta ocasión cité una frase de Rosa
Montero, creo recordar, que venía a decir que los clásicos no son un punto de
partida, sino una meta; y sin que sirva de precedente, estoy totalmente de
acuerdo con esta opinión. En un mundo en que la lectura es una actividad en
desprestigio y lamentable decadencia entre la clase estudiantil, sea de
secundaria y hasta universitaria, que además tiene que hacerse un hueco a
codazos entre el uso y, sobre todo, el abuso de las nuevas tecnologías, que
algunos escolares lleguen a adquirir el hábito lector debe entenderse como todo
un éxito que sin duda corresponde a sus profesores pero, sobre todo, a sus
padres, porque con su ejemplo o su insistencia han logrado que sus hijos no
solo no rechacen los libros, sino que se entretengan y disfruten con ellos.
Pero en este largo y tortuoso camino, lleno de obstáculos, hay que ser muy
cuidadosos con los lugares donde ponemos el pie y cuánto podemos forzar la
marcha. Sin ser santo de nuestra devoción, no se le puede negar el mérito a la
literatura juvenil, porque en sus variados géneros pueden encontrar los escolares
el libro que los enganche definitivamente a la lectura, y a través de ésta
seguro que terminarán tarde o temprano por llegar a los clásicos, como un libro
lleva a otro hasta llegar a esa meta de la que nos hablaba Rosa Montero. Y a
veces por forzar demasiado, por querer que lean lo que todavía no está al
alcance ni de sus gustos, ni de sus inquietudes y menos aún de su conocimiento
para llegar a disfrutarlos como se merecen, terminamos por convertirlos en
desertores de la lectura. Cinco y media de la mañana. –“Manuel, ¿por cuál te
parece que empecemos?”. –“Por La isla del
tesoro. Todo un clásico.” José López Romero.
sábado, 24 de mayo de 2014
RENEGAR
Aunque hay cientos de novelas mejores o, al menos, más
entretenidas, Aire de Dylan, de
Vila-Matas, no deja de tener sus aspectos de interés, en concreto y para lo que
aquí nos interesa ese “Archivo General del Fracaso” que está formando el
protagonista, Vilnius Lancastre. Aprovechando una estancia en Los Ángeles, a
Vilnius se le ocurre, para ir engrosando el cuanto menos curioso archivo, poner
un anuncio en la prensa local (Los
Ángeles Times) con el ofrecimiento de entrevistar a los cineastas de
Hollywood que quisieran confesar las películas o fragmentos de ellas que
desearían suprimir. Y ya se relamía el ingenuo Vilnius con las confesiones de
Francis Ford Coppola, quien seguramente solo salvaría las dos primeras partes
de El padrino, o con las de Martin
Scorsese renegando de todas sus películas, a excepción de No Direction Home, excepción en la que hay que observar el interés
de Vilnius por salvaguardar la imagen de Bob Dylan por su parecido con el
famoso cantante. Y así pasaría por sus entrevistas-confesiones lo más granado
del cine americano abjurando de todo. Sin embargo, la decepción es mayúscula
cuando nadie responde al anuncio. Y es curioso que en muchas entrevistas a
personajes famosos estas mismas preguntas aparezcan con frecuencia: ¿qué
suprimiría usted de su labor profesional? ¿de qué está usted más arrepentido de
haber hecho? Preguntas que recuerdo se les suele hacer a actores y actrices que
tienen un “oscuro” pasado en el llamado “cine de caspa” nacional; y sin
embargo, pocas veces o casi nunca se las he visto formular a escritores, será
porque, como los directores de cine de Hollywood, no se arrepienten de nada de
lo escrito o, seguramente, no quieran confesar sus páginas u obras más infames.
Y si famoso fue el caso de Juan Ramón Jiménez persiguiendo obsesivamente los
ejemplares de Ninfeas y Almas de violeta, sus dos primeros
libros juveniles, no conocemos otro caso igual. ¿Y sus mejores obras? De ellas
ya se encargan sus propios autores de publicitarlas. José López Romero.
LA BIOGRAFÍA INCONCLUSA
En 1995 publiqué una biografía de Manuel Esteve,
bibliotecario y arqueólogo municipal. Se cumplía por entonces los veinte años
de su fallecimiento. El libro sobre Esteve me trajo alegrías y sinsabores, pues
si por una parte descubría la vida de un personaje que había sido clave para
entender la vida cultural de la ciudad; por otro lado, la modesta edición y el
no poder profundizar - por las propias características de la colección meramente divulgativa- en un periodo clave en
la biografía de Esteve como fueron los años cuarenta, dejaron lo que pudo ser
un ambicioso proyecto en poco más
que un estudio interesante. Desde
entonces me quedé con ese regusto de
volver sobre el biografiado y ahondar sobre las peripecias de este personaje,
en unos años tan convulsos para el país. Pero sobre todo me interesaba entender
porqué si cuando se inicia la postguerra
nos encontramos a un Manuel Esteve, que pese a sus éxitos arqueológicos, es
sobre todo conocido como el bibliotecario municipal, una vez terminada esa década de hierro, se
transforma en el arqueólogo y sus
iniciativas en torno al libro brillan por su ausencia en contraste con otras de
las que fue abanderado y, todo hay que decirlo, menos comprometidas políticamente.
Del periodo que abarcaría de 1931 a 1936, la arqueología apenas es para nuestro
personaje una labor secundaria, aunque presta atención y tiempo a reorganizar
la colección desordenada de objetos, parte de ellos depositados bajo las
arcadas del edificio bibliotecario, y tramita con particulares la cesión o
donación de piezas, aunque la idea de Museo Arqueológico en ese momento sea más
una utopía. Pero mientras Esteve da sus primeros pasos profesionales en la
Biblioteca, la conflictividad social va en aumento hasta llegar 1936. Entonces,
en la Hoyanca de San Telmo, se levantó una gran pira con los libros
procedentes de las asociaciones disueltas por las autoridades golpistas. Salvo
los libros que se consideraron educativos,
el resto del material bibliográfico requisado los meses anteriores fueron pasto
de las llamas. Era otro capítulo de la guerra cultural que solapadamente se
había venido produciendo desde incluso
antes del estallido de la guerra civil. La casi inmediata creación de un
batallón miliciano para el control de bibliotecas privadas, a la vez que las
purgas de amigos y conocidos en el Ayuntamiento o los centros educativos y
culturales como el maestro Teófilo Azabal, su compañero en el Instituto
provincial Roma Rubí o el pintor Miciano, sin duda tuvieron en la práctica una
visible influencia en la manera de conducirse el bibliotecario municipal a
partir de ese momento, abriendo un periodo de sombras y dejando hasta hoy una
biografía inconclusa. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 10 de mayo de 2014
EN MOTO
La reciente motorada,
que hizo a muchos desempolvar las viejas máquinas escondidas en los trasteros y
garajes para que pisaran el asfalto al menos una vez al año, a mí me impulsó a
encaramarme por las estanterías de casa buscando algunos libros, que a lo largo
de los años adquirí empujado por mi afición a la literatura viajera, y donde la
moto disputaba protagonismo a su dueño. Estos viajes motorizados quizás no
hayan desplazado del imaginario popular
a esos exploradores y aventureros a lomos de caballos o camellos como el mítico
Thesiger que recorrió el Territorio vacío (desierto de Arabia), o aquellos que a
bordo de carruajes destartalados atravesaban continentes a través de caminos
infames. Sin embargo, unos pocos aventureros a bordo de sus motos lograron
culminar viajes increíbles y lo que es mejor, y al fin al cabo nos interesa a
los lectores, dejaron también para la posteridad unos relatos lo
suficientemente intensos, como para que hayan quedado para la posteridad. Dos
de estos hitos nos pueden servir como ejemplos de otros muchos viajes
merecedores de una nueva mirada. El primero, y quizás uno de los más memorables,
viene recogido en el libro Los viajes de Júpiter de Ted Simon, tal vez el
mejor libro de viajes en moto jamás escrito y que nos devela la odisea de recorrer el mundo en una Triumph Tiger 500 entre 1973 y 1977. Publicada
en 1979 su versión inglesa, la primera
edición castellana llegaría treinta años más tarde (Interfolio, 2009). El libro
de Simon fue inspirador de una multitud de viajes motorizados, e hizo famosas
–como a la Triumph “Júpiter”- a otras máquinas bautizadas con mayor o menor
fortuna. Otro viaje memorable, aunque desde otra perspectiva, fue el de las dos
BMW que llevaron a Ewan Mc Gregor y Charley Boorman por tres continentes en
2004. Viaje que algunos equivocadamente creen heredero del espíritu que impulsó
el de Simon, y que si bien nos dejó como secuela una excepcional serie
documental -The Long Way Round- no
podemos decir lo mismo de los libros que se editaron aprovechando el impacto de
la mencionada serie. Ramón Clavijo Provencio
MEMORIA
Los recuerdos que más indeleblemente se graban en nuestra
memoria, y que esta conserva de forma más nítida, son sin duda los vividos en
aquellos años que van de la infancia a la adolescencia y de esta a la juventud;
es decir, esa etapa en la que vamos cambiando la inocencia del niño por las
inquietudes de la pubertad, en las que tanto tienen que ver las hormonas en
plena ebullición. Y con estos recuerdos, indisolubles también corren los de
nuestros maestros y profesores y, con ellos, los libros que nos hicieron tanto
sufrir o divertirnos tanto. Entre mis recuerdos de niño o púber goza de un
puesto de privilegio aquella Enciclopedia Álvarez, hasta el punto de que cuando
hace unos años se publicó una reedición, seguramente para nostálgicos, no dudé
en adquirir un ejemplar. En el interior del original, es decir, de aquel
ejemplar de la Enciclopedia que manejé de niño, mi señorita había puesto mi
nombre con una L de López, que reconozco en la que yo ahora hago. Y con la
famosa “Álvarez”, los cuadernos Rubio de cuentas y de caligrafía, y un poco más
mayorcitos los no menos célebres y torturadores Miranda Podadera. Y así como
hice con la Enciclopedia Álvarez, en cuanto se volvieron a editar, adquirí el
de ortografía y el de redacción que precisamente me acompañan, junto con el
ejemplar de la Enciclopedia, cuando esto escribo. Aún recuerdo los dictados del
demonio de aquel Miranda Podadera, que con el afán de practicar unas
determinadas grafías eran ininteligibles o, al menos eso nos parecían en
aquellos sin duda maravillosos años. Hoy, la historia se escribe de muy
distinta manera. Y no porque las nuevas tecnologías, los manuales digitales
estén desbancando o estén en serio proceso de sustitución del libro en papel;
porque esto no deja de ser un asunto de formatos. No me refiero a eso. El
problema, el más grave, está en que historia se escriba sin h-, o desbancando
con –v- porque ni siquiera se sabe su significado. Llevamos años, demasiados,
en los que en las escuelas se ha desatendido la ortografía, y ahora nos damos
cuenta de que una falta de ortografía más que un error lingüístico es una falta
de urbanidad y respeto hacia nuestro lector; y llevamos los mismos demasiados
años desatendiendo la redacción y, así, es imposible que nuestros escolares
puedan superar una mínima prueba, la más básica, de cualquier materia. Hace
unas semanas volvía a la actualidad el fracaso de nuestros estudiantes y se echaban
las culpas sobre todo a una metodología obsoleta, anticuada basada
fundamentalmente en lo memorístico. No le falta razón al informe. Porque si a
las aulas volviesen la Enciclopedia
Álvarez con esa combinación perfecta de nociones o conocimientos básicos,
ejercicios prácticos, lecturas y ejercicios de comprensión, pero también su
parte memorística, y los Miranda Podadera con sus endemoniados dictados y su
curso de redacción, no me cabe ninguna duda de que otros serían los resultados
de nuestros escolares y otra la historia, o quizá la misma que yo viví y ahora
disfruto con su recuerdo. José López Romero.
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