Una de las primeras escenas de la célebre El club de los poetas muertos (cursi
película) y que asombra a pupilos y espectadores por lo que supone de
iconoclasia, es el arranque tan colectivo como festivo de las páginas de un
libro. Una carta de presentación del nuevo profesor ante sus alumnos que,
salvadas las tímidas reticencias de los más empollones, termina por ganarse a todos,
incluido el patio de butacas. Porque a pesar del acto de lesa bibliofilia, de
atentado contra la cultura, al fin y al cabo no deja de ser un acto de
destrucción, de mutilación de un libro, ¿a quién no le han entrado ganas (¡y no
digamos escolares y sus horribles libros de texto!) de cometer este pecado inconfesable y, por
ello, de difícil perdón y, por tanto, de ninguna penitencia, aunque ya se me
ocurrirá algo. Y todo esto viene al caso porque leyendo El sueño del Rey Rojo. Lecturas y relecturas sobre la palabra y el
mundo, de mi admirado Alberto Manguel (libro del que no arrancaría ni una
letra, dicho sea de paso), me encuentro con la anécdota del moralista
decimonónico Joseph Joubert quien, según Chateaubriand, “cuando leía arrancaba
las páginas que no le gustaban, logrando así una biblioteca enteramente a su
gusto, compuesta de libros huecos en tapas que les quedaban grandes”. Los que
decidimos hace tiempo unir nuestro destino a la literatura, a los libros en
general, como un bien tan preciado como necesario para considerarnos ciudadanos
con derecho a voto, arrancar aunque solo sea una página de un libro, por muy infame
que esta sea, no podríamos entenderlo si no es como un acto de cobardía ante el
propio libro, por su indefensión, y ante el mismo autor, al que ni siquiera le
concedemos el derecho a defender su obra. Antes que la mutilación, cierro el
libro y ya buscaré en mi agenda de direcciones a quién se lo regalo. José López
Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 25 de octubre de 2014
DÍAZ OLANO EN LA BIBLIOTECA
Las bibliotecas públicas son una
fuente inagotable de sorpresas. Si es una fundada en 1873, las probabilidades
aumentan. Y si el bibliófilo José Soto Molina ha sido generoso benefactor, las
sorpresas agradables son casi diarias. Es lo que le ocurre a la Central de
Jerez. Nos preguntamos cómo llegaría a manos de don José Soto un cuaderno “de campo” plagado de dibujos y bocetos de
indudable calidad, y donde las únicas pistas para identificar al autor eran una
firma (I. Diaz) y una dedicatoria (“Mis
apuntes a mi discípula P. Manso”). Una página de Internet (¡bendito
Internet!) nos aclaró que había un pintor llamado Ignacio Díaz Olano (Vitoria,
1860-1937): la firma de sus cuadros era idéntica a la de nuestro cuaderno. Dado
que la mayoría de su producción se encontraba en el Museo de Bellas Artes de Álava,
mandamos un fichero gráfico: nos confirmaron el nombre de Olano, nos informaron
de que el cuaderno pertenecería (por la firma) a su primera etapa y se
mostraron muy interesados en la persona objeto de la dedicatoria, de la que
tampoco nosotros teníamos referencia alguna. La Espasa recoge su entrada en el
suplemento de 1931, pero la información más detallada sobre el vitoriano (a
falta de consultar la obra de Santiago Arcediano Salazar), la hemos hallado en
una página web llamada “ForoXerbar”. Estuvo becado por el Ayuntamiento de su
ciudad, y pudo llevar a buen puerto sus aficiones artísticas gracias al
mecenazgo de su amigo Felipe Arrieta, pues aparte de la venta de sus cuadros,
lo que llamamos “sueldo fijo” no lo tendría hasta 1901, cuando empieza a dar
clases en la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria. Pudo formarse en Italia, y
a su vuelta participa en varias exposiciones nacionales, obteniendo premios en
las de 1895, 1899 y 1901. Su estudio, que montó en la calle Florida de su
localidad, bien podría parecerse al dibujo que ilustra este artículo, sacado
del referido “cuaderno”. Centrado en el retrato, las costumbres, los bodegones
y los paisajes, tan solo protagonizó dos exposiciones en solitario: la de la
Sala Delclaux de Bilbao en 1910, y la de la Escuela de Artes y Oficios de
Vitoria en 1925. Pero también fue docente, como dijimos, ocupando plaza en la
Escuela mencionada desde 1901, plaza de la que no se llegó a jubilar, e impartiendo
clases de dibujo en el Instituto de Segunda Enseñanza desde 1912 a 1932. Claro
que también parece que se dedicaba a enseñar por su cuenta, a juzgar por la
dedicatoria de nuestro cuaderno, que sería el tesoro de la tal P. Manso hasta
pasar a manos del bibliófilo, paso previo para que hoy día se conserve en
nuestra Biblioteca Municipal. NATALIO BENITEZ RAGEL/ RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 18 de octubre de 2014
LA GRAN LITERATURA
La ya larga experiencia como lector si algo me ha enseñado a lo largo de los años,
es que la búsqueda premeditada de un buen libro nunca da los resultados
esperados, y que como las esquivas
fuentes del Nilo para los exploradores europeos del XIX, toparnos con un buen libro hoy en día es más
producto de la casualidad o la suerte que de otra cosa. Es este el primer libro
que leo de Pierre Lemaitre del que ignoraba hasta ahora todo, y del que tras la lectura de su novela, me ha
entrado un deseo irrefrenable de conocer su desconocido recorrido literario, así como
esperar con paciencia su nueva novela. Y
es que tras la lectura de esas casi quinientas páginas de este “Nos vemos allá
arriba”, no puedo sino confesar que he
vuelto a tropezarme por casualidad con una gran historia. Una historia en la
que la realidad y la ficción se mezclan con sabiduría presentándonos un relato
coral, donde serán precisamente los personajes que la habitan los que
finalmente hagan de esta novela del hasta ahora para mi desconocido escritor
francés, un libro fascinante. Un hecho históricamente contrastado como fue el
escándalo que estalló tras la Primera Guerra Mundial en Francia, al descubrirse un oscuro negocio tras las
exhumaciones de los militares caídos en la contienda en territorio galo, es el
núcleo en torno al cual el autor va descubriéndonos las andanzas de tres supervivientes de la misma en el París de la
postguerra. El soldado Albert Maillard, pusilánime pero afortunado, al que otro
soldado, Edouard Péricot, salva la vida
al precio de perder parte de su rostro, lo que a partir de ese momento, como se
podrá suponer le cambia la vida, ocultando sus mutilaciones tras variadas máscaras
que crea con la ayuda de una pequeña. Por fin el teniente Aulnay-Pradelle, despiadado,
corrupto y ansioso de recuperar el perdido esplendor del linaje familiar cueste
lo que cueste, y cuyas acciones marcan el destino de Albert y Edouard. Protagonistas estos últimos, rodeados de
personajes secundarios no menos fascinantes, Joseph Merlin –todo un
descubrimiento para el lector-, o Marcel Péricourt, padre de Edouard, difíciles
de olvidar. Un libro este, que como ya
sucediera con otros no muy lejanos en el tiempo, como “El Mapa y el Territorio”
de Houllebecq o “Intemperie” de Jesús Carrasco, desdicen a aquellos que opinan que hoy la
gran literatura ya no existe. RAMÓN
CLAVIJO PROVENCIO
GENERACIONES
Hace ya unos meses presentó Luis García Montero su última
novela titulada “Alguien dice tu nombre” en nuestra ciudad. Y tanto la presentadora,
Mamen Ramírez (magnífica su intervención), como después el propio
poeta-novelista insistieron en las mismas claves e intención de la novela: un
retrato de la España de la década de los años 60, en el que García Montero ha
querido analizar y explicarse aquella sociedad que no lograba desembarazarse de
la dictadura de Franco, pero que se enfrentaba a un futuro no muy lejano con
ilusión y expectativas renovadas porque
algo estaba ya cambiando. Una época, los 60, marcada por la venta a plazos, los
primeros televisores, los primeros coches pequeños pero familiares,
acontecimientos todos estos que a muchos, incluido García Montero, nos cogió
con una edad en la que no podíamos darnos cuenta de lo que ellos suponían, pero
que veíamos en nuestros padres y en nuestras propias casas. De ahí que García
Montero destacase en su intervención la figura paterna y la educación y respeto
que las familias intentaban inculcar a sus hijos. Y con el correr de los años,
y el paso de la infancia a la adolescencia, de la que también habló el
escritor, las aficiones comunes, y sobre todo las inquietudes, las culturales,
las sociales pero también las políticas, que se reflejan de forma tan
trascendente en la novela. Todo el público que llenaba por completo el hermoso
patio donde se celebraba la presentación se veía reflejado en las palabras de
García Montero, porque a casi todos nos cogió por aquellos grises años de los
60 entre la infancia y la adolescencia y porque en la década siguiente vivimos
con la intensidad que esa edad requiere aquellas inquietudes culturales y
políticas. Las palabras de García Montero no hicieron más que recordarnos algo
ya vivido. ¿Y la juventud de ahora? ¿qué hemos hecho mal cuando ni se acercan a
escuchar a García Montero? José López Romero.
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