El paso del tiempo va relegando
inexorablemente en algunos casos, o haciendo desaparecer en otros, profesiones, modas, aficiones que en algún
momento formaron parte del paisaje cotidiano de la actividad humana. Dentro del
apartado que más nos interesa y preocupa, el de la cultura, los libreros
anticuarios y sus librerías de viejo que
antaño proliferaban por cualquier población
que se preciara, hoy luchan contra la desaparición, contra un mundo hostil que
parece situarlos contra corriente, con sus subastas on line y su cruzada contra
todo lo huela a papel, especialmente a papel viejo. Revisando esas inagotables
fuentes de información como son las Guías urbanas comprobamos como en Sevilla, Cádiz o Jerez desde los inicios del
siglo XIX hasta bien entrado el XX, las librerías son un negocio floreciente.
En algunas de ellas no solo puede adquirirse lo último editado, sino que también
consiguen para el bibliófilo o
especialista en libros raros o antiguos ejemplares fruto de liquidaciones del
patrimonio de familias venidas a menos o trueques. La especialización en este
último apartado hizo surgir la librería de viejo, de la que la de Martínez
Pisón en la calle Caballeros fue la última de la que se tiene noticias en
nuestra ciudad. No es de extrañar pues, por lo hasta aquí comentado, que cada
vez sean menos los lectores que
hayan pisado alguna vez una librería anticuaria. Son estas ya otro
mundo, y por ello quizás no encontremos –como escribe García Maroto- nada más fascinante que unas buenas memorias
de un librero anticuario. Hace ya algunos años tuve la ocasión de conocer
al hijo de uno de los más fascinantes de nuestro país, Antonio Palau y Dulcet,
hombre ya mayor venía a la biblioteca Municipal jerezana para presentar la
reedición del legendario y monumental Manual de su padre. Fueron horas de charla
distendida trufada por él de multitud de anécdotas sobre libreros, lectores y
bibliófilos. Y ya que estamos en ello, qué decir de hojear –y ojear- libros en
una librería anticuaria. Que placer
extraño, diría Battiato, siempre que el librero lo permita lo que ya no es
tan corriente. Uno debe prepararse para cualquier sorpresa, como en un viaje a
tierras ignotas, y si los más prosaicos querrían toparse con un tesoro –al
librero Francisco Vindel le llovió una cantidad nada despreciable de billetes
de mil pesetas, al caérsele una balda de libros encima-, otros se toparon con
la más variada gama de cuerpos extraños utilizados la mayor parte de las veces
como señaladores o guías de lectura. Catálogo
que, como nos advierte Francisco Mendoza en su La Pasión por los Libros, puede ser sorprendente: billetes de
metro, entradas de toros, sellos de correos, vitolas…pero también un huevo frito (muy
seco y crujiente) o una hostia (imposible saber si consagrada). RAMÓN CLAVIIJO PROVENCIO
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
domingo, 19 de abril de 2015
SILVER KANE
Apagadas ya las pocas luces que iluminaron el modesto
homenaje que se le rindió al gran Francisco González Ledesma con motivo de su
fallecimiento el pasado 2 de marzo, quiero recordar aquí el artículo que le
dedicamos el 14 de noviembre del año pasado bajo el título “Deuda”. En él
destacaba al González Ledesma escritor de novela negra y creador de la figura
crepuscular del comisario Ricardo Méndez, como protagonista, ejemplar en su
género, de novelas tan recomendables como “Expediente Barcelona”, “Una novela de
barrio” o “Crónica sentimental en rojo”, con la que obtuvo el premio Planeta de
1984. Un premio que venía a engrosar la enorme nómina de galardones literarios
que González Ledesma logró con sus narraciones. En aquel artículo también
señalaba su novela breve “El adoquín azul” como una pequeña obra de arte, en la
mejor tradición del género narrativo breve de nuestro país. Pero hoy quiero
destacar otra faceta de Ledesma, la del escritor que perseguido por la censura
franquista tuvo que ganarse la vida escribiendo novelas populares, sobre todo
del oeste bajo el pseudónimo Silver Kane, como también escribió novelas de amor
con el pseudónimo Rosa Alcázar. Mi padre era un buen aficionado a aquellas
novelas del oeste que se compraban en los quioscos a muy bajo precio y que
incluso se cambiaban por otras de segunda mano. Más de una leí yo también por
aquellos grises años del tardofranquismo y más de una bolsa llevé a los
quioscos para su reventa en aquel siempre efervescente mercado de la segunda
mano, que tenía como uno de sus centros neurálgicos los alrededores de la plaza
de abastos. Por aquellos años, de escasa presencia de la televisión en los
hogares, la lectura era uno de los pocos entretenimientos que podían permitirse
los españoles y Ledesma contribuyó con su calidad literaria a satisfacer esa
afición actualmente por desgracia casi perdida. Hoy, fallecido Ledesma, es un
buen día para reconocerle de nuevo la “deuda” que los españoles de varias
generaciones hemos contraído con sus novelas, un excelente día para leerlas.
José López Romero.
domingo, 12 de abril de 2015
LOS HUESOS

INDIFERENCIA
El calendario nos adentra en el
mes de abril, mes por excelencia del libro y donde surgen por doquier conversos
a la lectura cuya fe dura lo que tarda el calendario en ir dejando atrás el día
23, fecha donde Cervantes y su novela universal El Quijote son objeto del anual homenaje. En nuestra ciudad
también estos detalles los encontramos
casi sin matices, aunque en 2015 las celebraciones primaverales en torno al libro vienen marcadas, en el caso
de Andalucía, por dos detalles muy relacionados con nuestra ciudad. Por un lado,
el reconocimiento a la jerezana Pilar Paz Pasamar como escritora del año por el
CAL, lo que se materializará con la edición de una antología, y por otro la
celebración del centenario del fallecimiento de otro paisano vinculado a las
letras como Luis Coloma. Hasta ahora ni una cosa ni otra parecen haber tenido
mucho eco en una ciudad donde el libro y la lectura siguen desempeñando un papel secundario, y
donde sólo la aparición por estos lares
de figuras popularmente reconocibles como María Dueñas, acaparan muy
brevemente y sin alardes la atención mediática. A Pilar Paz, cuya obra
injustamente no ha recibido el reconocimiento merecido, como indica el CAL,
tendremos ocasión de dedicarle la atención y el espacio que merece las próximas semanas, en cuanto a
Coloma ya lo hicimos hace otras tantas. Pero en todo caso, la ciudad y sus gentes parecen ajenas a estas efemérides a las que
sigue sin mucho entusiasmo pese a esos matices locales, como han vivido ajenas
un año más a ese 2 de abril, donde recordando a Andersen celebramos el Día del libro infantil y
Juvenil, por cuya difusión tanto hace
desde estas mismas páginas el profesor García Oliva. Pero cuando la
realidad diaria es la de las bibliotecas escolares o públicas languideciendo
ante la falta de atención o de medios, las administraciones de perfil priorizando otros asuntos y los lectores
agrupándose casi en secreto en
clubes, como en un intento de autoprotección ante una sociedad hipócrita ante la lectura, abril, el mes del
libro va quedando como una molesta
efemérides que a duras penas sobrevive entre el potente, este sí, calendario
festivo local. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
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