domingo, 12 de abril de 2015

LOS HUESOS

Leo a José María Ridao en su trabajo “Renacimiento como relato” (incluido en su libro “Apología de Erasmo. Ensayos sobre violencia, barbarie y civilización”, que se reseña abajo) explicar el uso o selección que la historiografía hace de los materiales o datos de acuerdo con la intención o los “sueños y anhelos” del poder establecido, y me viene a la mente en una de esas extrañas asociaciones de ideas todo el despliegue científico que se ha montado en el convento de las monjas trinitarias de Madrid. Nueve meses de trabajo, una treintena de expertos, la más sofisticada maquinaria para la detección de restos humanos, más los pertinentes análisis de ADN, etc., etc. para encontrar unos huesos desperdigados dentro de un féretro con las iniciales M.C. Demos crédito a la ciencia y admitamos (que es mucho admitir) que los huesos hallados son exactamente los de Don Miguel de Cervantes Saavedra, y digo que es mucho admitir porque si a mí me enseñan tres huesos como carbones no tengo más remedio que creer que son del muerto que dice un señor con bata blanca que son. ¿Y qué si son de Cervantes? ¿Va a resucitar don Miguel? ¿Va a tener mejor muerte? Ese rastreo, persecución obsesiva por los huesos de los muertos ilustres no se entiende si no es bajo la sospecha de que algún fin espurio hay detrás del hallazgo; si no, no se gastarían tanto dinero público en algo que en apariencia no tiene más interés que la peregrinación turística y la foto del japonés de turno. Detrás de la obsesión por encontrar los restos mortales de García Lorca, otro muerto ilustre perseguido, se esconde indudablemente la manipulación política. Los expertos nos dicen ahora que con los novedosos mecanismos de análisis podemos saber hasta si padecía de estreñimiento nuestro príncipe de las letras, como si eso fuera un dato fundamental para explicar su obra (lo mismo sí). Y mientras científicos, políticos y a los que les gustan más un entierro que una feria se afanan por encontrar más huesos, el nivel de lectura de nuestro país sigue bajando en las estadísticas internacionales; no hay más que ver, da vergüenza, los mensajes sobreimpresionados en las pantallas de nuestros televisores: plagados de faltas de ortografía. Ese es por desgracia nuestro nivel cultural. ¿Quién lee ahora a Cervantes? Cuando precisamente el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es leer su obra, no encontrar tres o cuatro huesos como tizones. Tengan por seguro que si el pobre de don Miguel volviera a esta España de hoy, borraría de su féretro las iniciales M.C., para no dejar huella, se metería de nuevo en la caja y mandaría cerrarla con siete llaves para que no lo pudiera encontrar una sociedad que nunca hemos hecho el suficiente mérito para merecer su obra. Este año se cumple el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de su “Quijote”, una buena oportunidad para encontrarse con don Miguel de Cervantes, en carne y hueso. José López Romero.  



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