Estoy inmerso desde hace semanas
en la investigación de uno de los periodos más oscuros y desconocidos de la
historia contemporánea local, como fue la posguerra. La investigación gira en torno al mundo del
libro o, mejor dicho, sobre lo que me he atrevido a definir como la guerra del libro. Requisas de libros,
destrucciones, represalias sobre particulares, libreros, medios de
comunicación, lo que de alguna manera hace comparable hasta cierto punto el
mencionado periodo -en lo que respecta al mundo del libro- con el vivido en nuestra ciudad a finales del siglo XVIII,
cuando las autoridades trataban con más empeño que fortuna de controlar los
impresos que difundían las ideas revolucionarias que venían de la vecina
Francia. En algún manuscrito de la época
que se conserva en la Biblioteca Municipal de Jerez, se nos habla de
registros en casas de particulares –entre
ellas la de miembros de la Sociedad jerezana de Amigos del País- en busca
de libros prohibidos. Ello llevó a
muchos ilustrados a proteger sus bibliotecas
con argucias dignas de las mejores novelas de intrigas. Y no era para
menos, pues tanto en la posguerra como en el periodo que se iniciaba tras la
revolución francesa, los castigos a los poseedores de material impreso no
autorizado eran suficientemente duros como para no sopesar el peligro. Se
equivocan si piensan que en estos tiempos donde las nuevas tecnologías
aplicadas a la información el ocio y la cultura se imponen, el libro es un actor
secundario y no tan temido como en
épocas pasadas. Continuas son las noticias que nos demuestran lo contrario,
algunas tan llamativas como la desaparición de varios libreros en Hong
Kong, misterio tras el que parece
estaría la larga sombra de las autoridades de Pekín. O la quema de libros
ucranianos en Crimea por pro rusos. El
almacenamiento de medio millón de libros en unos depósitos dependientes de la
generalitat valenciana - sin desembalar e intocados durante años- fruto del
desprecio hacia sus contenidos, sería un último capítulo que nos demuestra que aún hoy el libro tradicional es
objeto de recelo y represalias, como insustituible símbolo de la libertad de
ideas en aquellos lugares donde estas se ponen en cuestión. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
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