viernes, 29 de enero de 2016

EL LIBRO VIGILADO

Estoy inmerso desde hace semanas en la investigación de uno de los periodos más oscuros y desconocidos de la historia contemporánea local, como fue la posguerra. La  investigación gira en torno al mundo del libro o, mejor dicho, sobre lo que me he atrevido a definir como la guerra del libro. Requisas de libros, destrucciones, represalias sobre particulares, libreros, medios de comunicación, lo que de alguna manera hace comparable hasta cierto punto el mencionado periodo -en lo que respecta al mundo del libro- con el vivido en  nuestra ciudad a finales del siglo XVIII, cuando las autoridades trataban con más empeño que fortuna de controlar los impresos que difundían las ideas revolucionarias que venían de la vecina Francia. En algún manuscrito  de la época que se conserva en la Biblioteca Municipal de Jerez, se nos habla de registros  en casas de particulares –entre ellas la de miembros de la Sociedad jerezana de Amigos del País- en busca de  libros prohibidos. Ello llevó a muchos ilustrados a proteger sus bibliotecas  con argucias dignas de las mejores novelas de intrigas. Y no era para menos, pues tanto en la posguerra como en el periodo que se iniciaba tras la revolución francesa, los castigos a los poseedores de material impreso no autorizado eran suficientemente duros como para no sopesar el peligro. Se equivocan si piensan que en estos tiempos donde las nuevas tecnologías aplicadas a la información el ocio y la cultura se imponen, el libro es un actor secundario y  no tan temido como en épocas pasadas. Continuas son las noticias que nos demuestran lo contrario, algunas tan llamativas como la desaparición de varios libreros en Hong Kong,  misterio tras el que parece estaría la larga sombra de las autoridades de Pekín. O la quema de libros ucranianos  en Crimea por pro rusos. El almacenamiento de medio millón de libros en unos depósitos dependientes de la generalitat valenciana - sin desembalar e intocados durante años- fruto del desprecio hacia sus contenidos, sería un último capítulo que nos  demuestra que aún hoy el libro tradicional es objeto de recelo y represalias, como insustituible símbolo de la libertad de ideas en aquellos lugares donde estas se ponen en cuestión. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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