LECTORES SIN REMEDIO

Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.

viernes, 18 de marzo de 2016

ALCALDES, CONCEJALES Y "DON FASTIDIO"

En 1912, cuando el sistema caciquil español comenzaba a tambalearse, y un sindicato de tres letras se desnudaba integralmente preparándose para vivir su particular luna de miel con el régimen primorriverista, la alcaldía jerezana la ocupaba el sanluqueño Julio González Hontoria, el del Parque. Hablaba francés e inglés, pero no acababa de entender por qué su carrera política tuvo que coincidir con la aparición del semanario satírico “Don Fastidio”,  “el más radical de la región, dispuesto siempre a fastidiar a todo el mundo”. Lo ha tratado ya Antonio Mariscal el 28 de septiembre en este mismo medio, comentando que no dejaba títere con cabeza cuando de los miembros de la Corporación Municipal se trataba. En eso precisamente queremos abundar en estas líneas, en la campaña de acoso contra los munícipes con críticas que, si las trasladáramos a un periódico actual, colapsarían los juzgados de lo contencioso más de lo que ya lo están. Se trataba, según el semanario, de políticos caciquiles, que incluían todos los colores, pues de cacique tildaba incluso al republicano asidonense Moreno Mendoza, fundador del periódico “La Unión Obrera” en 1899 alcalde de Jerez en los primeros meses de la II República. Las portadas eran ilustradas, siempre protagonizadas por algún concejal o el propio alcalde. A todos juntos los llamaba la “menagerie”, o colección de animales salvajes. El domingo de resurrección los jerezanos se desayunaron con un alcalde caricaturizado y ridiculizado en la portada del “Don Fastidio” (en la ilustración), con toga romana y aspecto de no haber bebido precisamente agua mineral; varios números más tarde la viñeta lo presenta como un Don Juan cortejando a una doña Inés disfrazada de Moreno Mendoza, en el patio del ayuntamiento al fondo del cual se lee el cartel “Depositaría”. Otro día lo dibujan arrojándose al estanque de Tempul en busca de un paquete de mil pesetas, parece que en esto las cosas no han cambiado mucho, aunque ahora los paquetes sean más grandes. Llegado el mes de agosto, el alcalde se prepara para buscar otras latitudes donde el aire sea más fresco, y el periodista no desaprovecha la ocasión: “… ¿dónde encontrarás más frescos que en Jerez de la Frontera?”.  Cómo y hasta dónde estaría ya don Julio, que a la vuelta de sus vacaciones estivales se planta, e impide que la litografía de Hurtado estampara las caricaturas de portada del fastidioso semanario, previa denuncia ante el Juzgado. El 1 de septiembre el periódico abre así: “Don Fastidio procesado: otro atropello del alcalde”.  Pero el juez de guardia hubo de talante chistoso, porque a la semana siguiente las corrosivas viñetas volvían a la portada, y algunos números más tarde aparecen “los microbios municipales”, donde químico observa un tubo de ensayo que custodia un alcalde en miniatura, comentando: “Me parece que entre el microbio Juliano y el Moreno, existen muchas afinidades, y lo peor es que, si se ponen de acuerdo acabarán de reventar al pueblo”. En fin, cierto que declinaba ya el régimen de la Restauración, y que otras fuerzas políticas llamaban a la puerta de la Historia, pero no deja de sorprender la soltura y el desparpajo de cierta prensa cuando apenas estaba amaneciendo el siglo XX. NATALIO BENITEZ RAGEL.

¡AL LADRÓN!

Tenía en un lugar destacado de su librería esa célebre plaquita que excomulgaba a todo aquel se atreviera a enajenar alguno de sus libros, pero con él no iba la sentencia, porque desde hacía ya algunos años consignaba en una libretita las compras y las sustracciones que iba cometiendo especialmente en ciertas librerías, en las que sabía que el control era más relajado por exceso de confianza de los encargados. Al revisar hacía unos meses la libreta, se sorprendió de que en los últimos años la columna de los robos duplicaba a la de compras, pero encontró de inmediato el motivo: el ritmo de lectura era muy superior a su capacidad económica; su dedicación lectora no iba en consonancia con la cantidad de euros que podía permitirse para comprar libros; que una novela costase 25 euros le parecía una barbaridad. El libro en la espalda, debajo del jersey, sujetado por la cinturilla del pantalón, era su lugar preferido en invierno, época del año que por la cantidad de prendas de abrigo aprovechaba para aprovisionarse, ya que en verano era más difícil la sustracción. Pero a veces corría demasiados riesgos, de los que después se arrepentía: el libro debajo de la carpeta o dentro de esta… Hasta que un día, en unos grandes almacenes, sitio de su preferencia, un dependiente tuvo la ocurrencia de contarle los libros que llevaba en la mano al entrar y contárselos de nuevo al salir, y vio que el número había aumentado en dos unidades sin pasar por caja; se le acercó y le conminó a que lo acompañara a los despachos. El juicio fue rápido: lo condenaron a un año de cárcel que debía cumplir en un centro penitenciario de la provincia; mientras lo metían en el furgón, por la otra puerta del juzgado salían y se metían en sus lujosos coches algunos consejeros de las cajas de ahorro que tanto dinero nos han costado a todos los españoles. En la cárcel, pronto entró a trabajar en la biblioteca, donde colgada estaba la plaquita que excomulgaba a todo el que se atreviera a enajenar algún libro. Mientras, él seguía apuntando en su libretita, en la que una columna cada vez se hacía más larga. José López Romero.

sábado, 12 de marzo de 2016

LECTURA SOBRE "LOS AÑOS DEL MIEDO"

Los estudios históricos sobre el periodo conocido en nuestro país como posguerra, y del que su periodo más virulento –por la penuria económica, y represión que padeció la población- es denominado primer franquismo (1939/53), han sido escasos hasta el momento. Por un lado, el necesario distanciamiento que debe mantenerse con respecto al periodo objeto de estudio y, por otro, la larga duración del régimen franquista, explicarían de alguna manera esa carencia. Afortunadamente desde hace pocos años comienzan a aparecer trabajos que van recomponiendo aquella etapa y que seguramente,  con esos otros estudios que sabemos están en pleno proceso de elaboración, finalmente nos logren dar una imagen completa y objetiva de la misma. Nos referimos a libros como  Los años del miedo de Eslava Galán, Los años de Plomo de Fernando Hernández o Madrid en la posguerra de Pedro Montoliú, entre otros. En el caso de Jerez, los estudios sobre la posguerra prácticamente son inexistentes, salvo si mencionamos la visión general y breve de la misma que dio el profesor Diego Caro Cancela en el tercer volumen del indispensable libro Historia de Jerez de la Frontera (servicio de publicaciones Diputación Provincial). Es cierto que otros historiadores han escarbado aspectos colaterales de este periodo, sobre todo el cultural o urbanístico,  o repasando la represión ejercida sobre ciertos personajes como Roma Rubíes, Miciano o Teófilo Azabal, entre otros muchos, pero es muy poco todavía para tener una visión objetiva y de conjunto. Este todavía escaso material aportado por la investigación histórica, contrasta con la atención que a aquellos años ha prestado desde siempre la literatura. Y es que esos años han ejercido un poder casi hipnótico sobre escritores de muy distinto perfil que han ido dibujando literariamente una época sobre la  que los historiadores hace muy poco han empezado a hurgar. Desde aquellos novelones de José María Gironella, pasando luego por  La Colmena de Cela –del que por cierto se cumple este año el centenario de su nacimiento, y entre otros actos se prepara una edición completa de dicho libro, incorporándole lo que en su día la censura eliminó-, siguiendo por el indispensable Tiempo de silencio de Luis Martín Santos y, para terminar, con la nueva hornada de escritores como Martínez de Pisón –magnífica su La mala reputación-, Almudena Grandes o  los ya desaparecidos Alberto Méndez o Chirbes. En el caso de Jerez también aquí volvemos a toparnos casi con un desierto, pero con unas muy honrosas excepciones como las que representarían la novela  La gran borrachera del sevillano Manuel Halcón, que dibuja un Jerez  que no gustó al entonces alcalde de la ciudad Tomás García Figueras, o Arcadia Feliz del desconocido escritor jerezano Manuel Moreno Barranco, inédita durante décadas y publicada en 2003. Pero mención aparte merece la excepcional y valiente Dos días de septiembre de Caballero Bonald, la novela que mejor logra atrapar la esencia de lo que fue  nuestra ciudad en  una etapa oscura y aún en penumbras como es la posguerra española. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO


MODESTIA

“Yo confieso que para mí perdieron el crédito y la estimación los libros, después que vi que se vendían y apreciaban los míos”, llegó a decir en cierta ocasión Diego de Torres Villarroel (1694-1770), en un aparente ataque de sinceridad tan admirable como sorprendente e inusitado en un mundo, el de las letras, donde la modestia y el reconocimiento de errores son excepciones a la regla de la presunción y la soberbia. ¿Sinceridad? ¿Modestia? El que fuera escritor polifacético, catedrático de Matemáticas de la Universidad de Salamanca, famoso en su tiempo por aquellos Almanaques o profecías que fueron éxito de ventas, aquel Torres Villarroel que murió en unas dependencias privadas que la Duquesa de Alba, su mecenas, le había cedido en su palacio de Monterrey de Salamanca, podía permitirse el lujo de ese supuesto ataque de sinceridad porque disfrutó en vida del aplauso popular y también de la enemistad de muchos colegas, pero sobre todo del escándalo y la polémica. Por eso, no es de extrañar una frase que llama la atención más por su segunda parte (el menosprecio por sus libros) que por la primera: la desestimación de todos los demás. Una ocurrencia más feliz cuanto más desmesurada. Porque si aplicáramos esta máxima, haría ya décadas que hubiésemos abandonado la lectura, pues libros hemos leído que son una ofensa a la palabra “libro”, y no digamos a la Literatura. Pero no hace falta remontarse tan lejos en el tiempo, basta con consultar esas listas de libros más vendidos para darle la razón a Torres Villarroel; más de un “superventas” puede hacer perder la fe al más recalcitrante lector. Pero en la frase del gran Piscator de Salamanca se esconde algo más profundo y desalentador: no es el crédito y la estimación en los libros lo que pierde Torres Villarroel, sino la confianza y hasta el respeto hacia esos lectores, ese vulgo tan vilipendiado por Lope, que compran y aprecian sus obras. ¡Falsa modestia!. José López Romero. 

sábado, 5 de marzo de 2016

MUJERES

“Father, tú que sabes algo de esto, en tres minutos profundízame en el tema “mujer y literatura”. Treinta años de estudio definidos en “algo de esto”, una tesis doctoral y varios artículos publicados en revistas especializadas reducidos a “tres minutos”. Mi hija sin duda tiene una tan natural como admirable capacidad para la concreción, la reducción y el menosprecio. “Venga. No te enrolles. Tres minutitos, que es el tiempo máximo en que un hijo puede aguantar a su padre”. Demoledor. Pues precisamente hace poco me topaba (mi hija: “¿me quéee?”) con el discurso XVI del Teatro Crítico Universal  (1726) de fray Benito Jerónimo Feijoo (mi hija: “¿de quiéeen?”), el gran ilustrado, en el que aborda la defensa de la mujer; es decir, una pieza más que añadir a esa corriente que se pierde en la noche de los tiempos literarios, que es el profeminismo; corriente que nace en oposición a su contraria: la misoginia. Porque si en la época medieval ya contamos con buenos ejemplos de ambas corrientes, no menores en número y en calidad nos encontramos en los siglos siguientes, hasta desembocar en este discurso de Feijoo, que algunos tanto han destacado y ensalzado (“¿Ensal quéee?”) quizá por el papel y la trascendencia en la vida social que empezaba a desempeñar la mujer en un siglo, el XVIII, en el que se incorporan definitivamente a la vida y a las actividades hasta ese momento reservadas a los hombres, en consonancia con ese  espíritu reformador que caracteriza a este siglo. La línea argumentativa del discurso de Feijoo apenas dista de los diálogos o tratados renacentistas que abordan el mismo asunto: exposición-defensa de las mujeres en algún aspecto (valentía, discreción, prudencia, etc.) en comparación o igualdad con los hombres, con la cita de autoridades y la aportación ilustrativa y aleccionadora de ejemplos célebres, mujeres famosas por el aspecto tratado. Nada, por tanto, novedoso en cuanto a la estructura nos presenta el texto de Feijoo, pero sí, en cambio, en la intención,  porque Feijoo con su defensa de la igualdad de entendimiento y otros valores y virtudes, como también defectos, entre hombres y mujeres, renueva y extiende al marco social una polémica que antes había reducido su campo de actuación solo a la literatura; y como ejemplo de ello véase el magnífico y emotivo prólogo A quien leyere, todo un manifiesto a favor de la igualdad de sexos que adquiere en estos atribulados tiempos una asombrosa actualidad, que la novelista María de Zayas antepone a sus Novelas amorosas y exemplares de 1637. Hoy en día si una literatura antifeminista es obviamente impensable, de la misma manera el profeminismo no tiene sentido si sigue siendo solo literatura. Feijoo en esto nos enseña el camino: la reforma de la sociedad, a través de la educación. “¡Tiempo! –grita mi hija- Ya han pasado los tres minutitos y estoy exhausta. Hasta el mes que viene no me toca otra vez. No sé si podré con ello”. Lo dicho: demoledor. José López Romero.

CERVANTES Y LOS OTROS

Es este un año cargado de aniversarios  entre los que destaca el  cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes. Pero sin discutir la relevancia de la anterior fecha, en el calendario de este año no podemos  dejar de pasar de largo otras efemérides de otros destacados escritores. Es el caso del norteamericano Jack London –centenario de su muerte- uno de los nombres que sin duda todo lector que se precie de serlo, mencionará como uno de los “culpables” de inculcarle  esta pasión hoy tan poco valorada. Otro nombre es el de Camilo José Cela del que se cumplirá en este caso el centenario de su nacimiento. Excesivo, provocador e  innovador es uno de los mejores  referentes de nuestra literatura en el siglo XX, y pese a la polémica que rodeó siempre su figura, las pasiones y animadversiones que por igual provocaba, nadie puede discutir la vigencia de algunos de sus libros por distintos motivos,  como el de Viaje a la Alcarria  joya de la literatura viajera -pese a narrarse en él un modesto viaje de apenas unos días por unas de las regiones, entonces, menos conocida de la geografía penínsular-, o  La colmena, de la que se prepara una edición conmemorativa por parte de la RAE, donde se incluirían esos textos censurados en su momento en la versión oficial, y ahora rescatados. Pero, volviendo al principio, la conmemoración cervantina  llega cargada de polémica, y no es esto una novedad –lo fue en 1905 y 2005- por acusaciones a la administración de lentitud y desidia a la hora de preparar los actos de homenaje. Pero si repasan las declaraciones de José María Lassalle, secretario de estado de Cultura, realizadas el día que presentaba la programación prevista, se convencerán que es una polémica artificial. El país se llena de actos y proyectos de homenaje a Cervantes y su obra - también en Jerez- con una programación oficial que  incluye 229 actividades entre ellas una que quedará como legado del 2016: la digitalización de los fondos cervantinos atesorados en las instituciones culturales del país. (Ver: 400cervantes.es. RAMON CLAVIJO PROVENCIO