Hace unas semanas mi
compañero Ramón recordaba no sin cierta melancolía a aquellos encuadernadores,
a los que bibliófilos o simples aficionados al libro podían llevar lo que para
ellos eran las joyas de su biblioteca particular con el fin de restaurar una ya
envejecida y mal conservada encuadernación. Aquel oficio por falta de trabajo,
terminó cayendo en la rutinaria labor de los fascículos y hoy están en
alarmante proceso de extinción. Solo quedan los pocos que mantienen el espíritu
de aquel viejo menester. De la misma manera, las librerías de viejo han ido
también desapareciendo, aunque en las grandes ciudades aún quedan excelentes
ejemplos de las que le describió Rilke a su mujer Clara: “A veces paso delante
de tiendecillas en la rue de Seine, por ejemplo: anticuarios o libreros de
viejo, o vendedores de grabados, con sus escaparates bien repletos. Nunca entra
nadie y, al parece, no hacen negocio; pero si se curiosea en el interior, están
leyendo despreocupados (a pesar de no ser ricos). No se inquietan por el día de
mañana, ni se angustian por las ganancias…” (Wiesenthal, p. 570). Las librerías
de viejo siempre han venido acompañadas en nuestra imaginación por efecto de la
literatura (¿o es la pura realidad?) de un librero abichado y giboso, como el
Zarastustra de ‘Luces de bohemia’, o el desarrapado y ajeno al mundo que le
rodea Mendel, el de los libros, que con tanta maestría nos describió Stefan
Zweig. Más distantes de estas figuras se nos quedan el William Buggage y su
“ayudamante” Muriel Tottle, de la novelita ‘El librero’ de Roal Dahl. En
cualquier caso, para los que tenemos a los libros por un bien más apreciado que
su propia lectura, entrar en una de estas librerías de viejo que encontramos a
veces casualmente en nuestro pasear por una ciudad a la que hemos viajado por
simple turismo, es siempre un placer que despierta nuestros más entrañables
sentidos: el olor del papel, el tacto de la vieja encuadernación, la vista de
tantos libros amontonados sin orden y el silencio reverencial que domina el
establecimiento. Lugares así quedan ya fuera del tiempo. José López
Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario