El otro día acudí a una
entidad bancaria a pedir un préstamo. Me gusta más esta palabra que “crédito”
porque así no me olvido de que los bancos no son más que al fin y al cabo unos
prestamistas. Y cuando llegó el siempre espinoso y desagradable asunto de las
garantías, saqué de una maleta que llevaba unos cuantos libros, lo más granado
y selecto de mi biblioteca: clásicos en ediciones rigurosas, primeras ediciones
de poetas contemporáneos, y hasta alguna novela del siglo pasado ya agotada. Mientras
los iba poniendo encima de la mesa, noté que el cliente de la mesa de al lado
(es lo bueno que tienen ahora las sucursales, que al no disponer de despachos,
la privacidad es más bien escasa, por lo que los clientes pueden consolarse y
resignarse en su paupérrima situación financiera), me observaba con cierta
expectación (seguro que ya estaba intentando recordar los libros que tenía en
su casa). El empleado, aunque con la misma amabilidad que durante toda la
conversación había mantenido, me preguntó por lo que estaba haciendo. “No
saque, por favor, más libros, caballero”, me dijo en un tono tan cortés como
sorprendido, aunque percibí un matiz de incomodidad. La verdad es que le estaba
llenando la mesa. “¿Y esto?”, me preguntó cuando di por finalizado mi trabajo.
“Desde el siglo XII, caballero –le expuse- los libros eran considerados objetos
comerciales y los prestamistas los aceptaban como garantía subsidiaria, como
así lo afirma el gran Alberto Manguel en ‘Una historia de la lectura’ y
recuerda Jorge Carrión en su libro ‘Librerías’. Así pues, yo vengo a pedir un
préstamo y le pongo encima de la mesa (literal) mis libros más valiosos. Fíjese
en este ‘Quijote’ de Crítica, o en estas ediciones de la RAE de las obras
cervantinas. Mire, mire esta bella edición de las poesías completas de Antonio
Colinas…”. “Pare, pare usted, caballero. Usted mismo lo ha dicho, los libros
valían algo en el siglo XII, pero me temo que poco o nada valen ahora”. Y tal
como los saqué, los fui metiendo en la maleta (el cliente de al lado me echó
una mirada triste pero solidaria, se notaba su decepción). Y salí de aquella
casa de préstamos sin un euro pero aliviado y contento. José López Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
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