Los mapas antiguos hablan, no como los libros, pero si
están hechos con rigor científico son capaces de transmitir mucho sobre la zona
que representan. En el último tercio de siglo XVIII un geógrafo madrileño,
Tomás López de Vargas Machuca (1730-1802), levantó una serie cartográfica que
incluía los antiguos reinos de Córdoba, Jaén, Granada y Sevilla (abarcando
también este último Cádiz, Huelva y
parte de Málaga). Miembro de las reales academias de la Historia, de la de
Bellas Letras de Sevilla, de las sociedades bascongada (sic) y asturiana de
Amigos del País, y geógrafo de los dominios de Su Majestad, los mapas de López
son auténticas joyas cartográficas. Es significativo, en un tiempo en que la
tecnología no había llegado a este campo, la exactitud y el detalle que
atesoran estos materiales: márgenes graduados, relieve expresado por
sombreados, red hidrográfica, profundidad expresada en las costas, red de
comunicaciones, núcleos de población diferenciados… El mapa del “Reyno de Sevilla”,
de 1767, está dedicado al Duque de Arcos, Antonio Ponce de León Spínola.
Detalla los cortijos, las ventas, los molinos, los lugares fortificados,
conventos, monasterios, ermitas… Plegado en cuatro hojas, mide setenta y siete
por setenta y un centímetros, y el título, el autor y el año van enmarcados en
una bonita cartela con cornucopia. En la
Biblioteca Central de Jerez conservamos los de Jaén, Sevilla y Córdoba,
procedentes, como tantos otros materiales, del Legado Soto Molina. Además,
hemos encontrado otros ejemplares catalogados en la Biblioteca de Andalucía en
Granada y en la Sede Recoletos de la Biblioteca Nacional. Pero no son las
únicas piezas interesantes de este tipo que custodia nuestra Biblioteca. Como
la imagen que ilustra este artículo, de 1901. Se trata de un dibujo en
proyección cónica de la serie “Provincias de España: colección de cartas
corográficas”, dirigida por el ingeniero militar Benito Chias y Carbó. Solo
hemos reproducido una parte del mapa, en el que se aprecia la comarca jerezana.
Exhaustivo como los anteriores, detalla el relieve por sombreado, señalando
arzobispados, obispados, estaciones telegráficas, caminos, canales, y por
supuesto ferrocarriles, como se observa nítidamente en la línea que se dirige
hacia Lebrija para unir Cádiz con la capital del país. El escudo de la
provincia adorna la pieza. Solo lo hemos encontrado catalogado en la mencionada
Biblioteca de Andalucía, y es raro que no lo conserve la Nacional, máxime
cuando esta serie cartográfica fue declarada texto de enseñanza por el
Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1904. Pero también nos
obsequió don José de Soto con otra serie de curiosos materiales cartográficos
del XIX: un plano del término municipal de Jerez de 1897 salido de la
litografía de Hurtado, uno de Madrid de
1877 donde la plaza de las Ventas queda casi en las afueras, y alguno que otro
más que conforman una interesante sección de cartografía en nuestra Biblioteca
Municipal. NATALIO BENÍTEZ RAGEL.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
viernes, 26 de mayo de 2017
VERGÜENZA
En la magnífica escena
final de ‘Una lectora poco común’, Alan Bennett recrea una fiesta que la reina
de Inglaterra, Isabel II, protagonista de esta novela corta, celebra por su
octogésimo cumpleaños; fiesta a la que ha invitado a un buen nutrido grupo de
políticos. Y haciendo gala de ese humor inglés, tan característico de Bennett,
y seguramente que también de la reina, esta reduce a unos simples pero finos e
irónico datos estadísticos su ya longevo reinado: “En
más de cincuenta años hemos visto desfilar, y no digo hemos despedido —(risas)—
a nueve primeros ministros, seis arzobispos de Canterbury, ocho presidentes de
los Comunes y, aunque quizá no la consideren una estadística comparable, a
cincuenta y tres perros corgi”. Y más adelante, cuando se centra la reina en
esa afición, casi obsesión que en los últimos tiempos le ha entrado por la
lectura, pregunta al su atento auditorio si alguien ha leído a Proust, solo
cuenta la S.M. unas cuantas manos que se alzan sobre las conspicuas cabezas
sobre las que recae el poder político de toda la nación: “ocho, nueve… diez”.
No sin antes alguien preguntar “¿Quién?” al oír el apellido del célebre
escritor de la magdalena. Un joven miembro del gabinete, lector de Proust, al
ver que su primer ministro no tiene su brazo levantado, cree más conveniente no
alzar el suyo “pues no le haría ningún bien”. Aunque Bennett ridiculice a este
joven político por su miedo a caer en desgracia y arruinar así una prometedora
carrera de cargos y prebendas (¡cuántos paniaguados no se atreven ni a levantar
ni un solo dedo de sus manos por no molestar al político del que depende su
vida y su hacienda!), la actitud del joven nos lleva también a considerar la
vergüenza que pueden sentir muchos lectores en determinados círculos o situaciones
en los que leer es poco menos que una actividad reprobable e incluso indigna.
Hablar de libros puede convertirse en un acto vergonzante, toda una provocación
a los ojos, tras de los cuales solo hay un cacho carne. José López Romero.
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