Uno de los rasgos que
caracterizan al género narrativo –los manuales al uso lo registran- es la
localización espacial de la trama. Unos escritores prefieren un lugar inventado
por ellos (la “Comala” de Juan Rulfo en su “Pedro Páramo”, p. ej.); otros, en
cambio, una ciudad “de carne y hueso” (la Barcelona de E. Mendoza o González
Ledesma; el Madrid de Galdós; o el Tánger de Ángel Vázquez y su “Vida perra de
Juanita Narboni”). Y hasta tal punto el espacio se convierte en un protagonista
más del relato que de un tiempo a esta parte se ha puesto de moda introducirse
en el entramado urbano de una ciudad a través de novelas donde, aparte de la
trama, el autor dedica interés y pasajes a describir calles, plazas, lugares
emblemáticos o populares de la ciudad donde transcurre la acción. Nada nuevo,
pues, casi desde los orígenes del género. Pero lo que sí es novedad es
incorporar como un atractivo más de la narración elementos que proyecten la
utilidad, vigencia o interés de esta, más allá de sus mayores o menores virtudes literarias. Y así
han ido apareciendo a lo largo de los últimos años itinerarios urbanos ofertados a vecinos y turistas a la sombra del éxito de novelas
ambientadas en esta o aquella ciudad. Un caso paradigmático es el de la ciudad
de Barcelona –ya desde Don Quijote podemos ir recomponiendo su entramado urbano-,
pero a la que solo muy recientemente con novelas como la “Catedral del mar” o “La
sombra del viento” entre otras, se acercan visitantes con la intención de
recorrer los escenarios urbanos que se dibujan en las mismas. Sí, son un número nada desdeñable de visitantes los que
se acercan a esta y otras ciudades con el mapa
que se dibuja de ellas en sus novelas
preferidas, metido en la cabeza – recordemos el Cádiz de “El Asedio” de Arturo
Pérez Reverte o “La Maniobra de la tortuga” de Benito Olmo; títulos a los que añadiríamos
el relato “Los otros de sí mismo” incluido en “El pacto y otras novelas cortas”
de Sebastián Rubiales, a cuyo término al lector le entran unas ganas
irrefrenables de pasear por el gaditano barrio de La Viña-. Son novelas donde
se hace fácil trasladar al presente los itinerarios en ellas recogidos del
pasado y recorrerlos con cierta fruición fetichista, convirtiéndose así estos
libros también en un potente instrumento de conocimiento urbano, en torno al
cual se publicitan itinerarios, se publican mapas o se escenifican en
escenarios naturales pasajes de tal o cual novela.
En esta corriente que hemos descrito se puede enmarcar también nuestra
novela "la ciudad que no sueña". Al igual que otras obras
ambientadas en la ciudad de Jerez, más allá de la trama los personajes reales y
ficticios que en ella aparecen y se relacionan, se mueven en unos escenarios que aún –más o menos
trasformados- son fácilmente identificables. Escenarios que nos trasladan ni
más ni menos a la ciudad de Jerez de aquellos
difíciles años de la posguerra o, llamados por el común “años del hambre”. Un Jerez
casi olvidado, quizás porque la memoria trata de olvidar los momentos crueles y
duros de nuestro pasado, pero que esta novela trata de recomponer. Monumentos
emblemáticos, plazas, lugares de
reunión, bares, calles más o menos principales
por las que aun paseamos hoy, pero que conocemos con otros nombres,
edificios en los que entramos y salimos pero que tuvieron, o no, otros
cometidos. Descubrir la ciudad a través de una novela también es posible y en La ciudad que no sueña, a través de sus
páginas, encontraremos itinerarios intraurbanos que nos ayudarán hoy a visualizar
el Jerez de aquellos aciagos años cuarenta del pasado siglo, y recorrerlos
junto a sus protagonistas. Ramón
Clavijo Provencio y José López Romero
No hay comentarios:
Publicar un comentario