Los que hemos dedicado
toda nuestra vida académica, a mucha honra y satisfacción, a explicar los
saberes inútiles, hemos tenido que aguantar durante años la preguntita de
marras que tarde o temprano se le ocurría a uno de esos escolares entre cuyas
virtudes no se encontraban la brillantez y el entendimiento despierto: “¿y esto
para qué sirve?”. Una pregunta cuya sorna se hacía más frecuente y virulenta, y
por ello más hiriente, en asignaturas como el latín y el griego, lenguas que además
sufrían el apelativo de “muertas”. De este vilipendio saben mucho mis queridos
amigos Juan Cienfuegos y Paco Antonio García Romero, excelentes profesores de
ambas disciplinas y hombres cuya dedicación a ellas es digna de todo encomio.
Incluso en alguna que otra ocasión, otro de esos alumnos aventajados en el arte
de la ignorancia y la vacuidad intelectual, me ha llegado a insinuar que la
Literatura es una materia más propia del género femenino, por lo que no la
aprobaba no fuera a ser que se viera menoscabada su masculinidad, que aquel
mastuerzo solo localizaba en su entrepierna, sin entender siquiera que ser
hombre es mucho más que nacer con unos atributos. Pues bien, y como todos
necesitamos a veces un cañonazo de autoestima, no he encontrado en los últimos
tiempos mejor medicina, respuesta más acertada a la preguntita antes citada que
el libro titulado “La utilidad de lo inútil” del profesor Nuccio Ordine
(editorial Acantilado), al que subtitula “manifiesto” porque no deja de ser una
excelente defensa de los estudios a los que se han dedicado los humanistas que
a lo largo de los siglos desde que el hombre tiene conciencia de su capacidad
intelectual, y que han ocupado su vida en el desarrollo de las artes, en todos
esos conocimientos que no tienen al dinero o a la utilidad práctica como único
objetivo y propósito. Saberes que han engrandecido al ser humano porque una
pintura, una escultura o un poema, por
poner solo tres ejemplos, no pueden cifrarse en dinero porque su valor es
incalculable. Muchos de ellos, de los que Ordine va repasando sus opiniones,
sus pensamientos sobre este asunto, desprecian el dinero por corromper lo que
más acerca al hombre a Dios: su poder de crear la belleza. No falta tampoco la
crítica, bastante dura, a la universidad convertida esta en una empresa, los
estudiantes en clientes y los profesores en simples burócratas. Termina Ordine
su libro con la reimpresión del artículo titulado “la utilidad de los
conocimientos inútiles” que publicara en 1939 el profesor Abraham Flexner, en
el que se da cuenta de cómo la inutilidad de investigar por investigar ha
llevado al hombre a descubrir e inventar cosas tan útiles que ahora seríamos
incapaces de vivir sin ellas. Reproduzco un fragmento del dramaturgo Ionesco
recogido en el libro: “Mirad las personas que corren
afanosas por las calles. No miran ni a derecha ni a izquierda, con gesto
preocupado, los ojos fijos en el suelo como los perros. Se lanzan hacia
adelante, sin mirar ante sí, pues recorren maquinalmente el trayecto, conocido
de antemano. En todas las grandes ciudades del mundo es lo mismo. El hombre
moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la
necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil; no comprende tampoco que,
en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la
utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un
país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots,
un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe, un país sin
espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio.”
Pregunta contestada. José López Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 9 de febrero de 2019
KONDO
La que
muchos consideran gurú del orden, la nipona Marie Kondo, levantaba ampollas
recientemente en el mundo de la cultura con su
rotunda afirmación de que en una casa no debe haber más de treinta
libros. Por supuesto no se hizo esperar la reacción de miles de personas que en
los medios de comunicación convencionales, pero también y sobre todo en las
redes sociales opinaban sobre el tema. Lo cierto es que tras la rotunda
afirmación de la Kondo se esconde una tendencia actual que es la de ir barriendo
visualmente al libro físico del espacio doméstico, condenándolos al exterminio o
como mucho al último rincón de la casa. Si hasta hace relativamente poco era
algo lógico, además de estar bien visto, dejar espacio en nuestros domicilios
para los libros, ahora con el creciente protagonismo de las nuevas tecnologías
en nuestras vidas, parece ir imponiéndose la idea contraria: si todo lo podemos
tener al alcance de un click o almacenar en un artilugio electrónico ¿para qué
entonces destinar en nuestros cada vez más exiguos domicilios, espacios para almacenar libros? Y en esta dicotomía
nada novedosa se ha colado el oportunismo de Marie Kondo, disfrazándolo de
lógica, orden y pulcritud. Escribía Francisco Bejarano que “toda la literatura
universal que nadie debería dejar de leer cabe en una covacha. Y sin embargo,
aquí está uno revisando su biblioteca, quitando polvo y telarañas, estornudando
con la casa patas arriba y encima sufriendo cuando se encuentra un ejemplar
herido.” (‘Manual del lector y escritor modernos’. Renacimiento,1999). Y es que
pese a que sean muy pocos los libros esenciales al igual que pocos también los
que al cabo del año recordamos con agrado haber leído, los que disfrutamos y
sufrimos con esa pasión que es la lectura –y no les digo ya los que se
confiesan bibliófilos, bibliómanos o
coleccionistas- seguiremos conservando
físicamente esos libros con los que hemos topado en algún momento y nos han dejado
una huella –literaria o emocional, ¿qué más da?- en nuestras vidas. Y esto es imposible que lo
puedan eliminar ni nuevas tecnologías,
modas o los oportunismos de gurús efímeros. Ramón Clavijo Provencio
viernes, 1 de febrero de 2019
EFÍMERA
Hubo una época donde la información contenida en
la prensa diaria apenas trascendía más
allá de la fecha del calendario en la que se publicaba. Por ello era común
hasta bien avanzada la mitad del siglo pasado, que los ejemplares una vez leídos
y perdida aparentemente su utilidad, se destruyeran. Ello explicaría que no hayan
llegado a nuestros días muchas y valiosas colecciones de periódicos y revistas,
pese a que junto a la actualidad del día incluyeran artículos, relatos, o
abundante material gráfico. Es decir todo un valioso material hoy día para la
investigación, y que ha obligado a los centros bibliotecarios y de
documentación que conservan algunas de
estas colecciones, a custodiarlas celosamente no solo por su fragilidad sino
también por su rareza, siendo una de sus prioridades proceder a su
digitalización (cuando los siempre escasos presupuestos lo permiten). Al igual
que la prensa diaria, durante el siglo XIX y gran parte del siguiente se
publicaban folletos y revistas efímeras por muy diversos motivos, en la mayoría
de las ocasiones ligados a las fiestas locales. En Jerez destacarían “Solera
Jerezana”, “Guión”, “Gran Feria de Jerez”, entre un listado interminable. En
ellas junto a la información de ese calendario festivo, y si somos curiosos,
encontraremos firmas destacadas de literatos, historiadores, publicistas,
poetas, bibliófilos, como Pemán, Pérez Solero, Hipólito Sancho, Fernando Bruner
Prieto entre otros muchos. A mí siempre me ha atraído hurgar en estas
colecciones, pues no es raro encontrarse en ellas algún poema de sorprendente
calidad o alguna narración corta que, como diría mi amigo Atanasio, “se deja leer”. Hace poco hurgando en una
colección de folletos encontré un curioso texto bajo el título de “Anécdotas y
Chismorreos”, donde el autor escondido bajo las siglas J.M. dejaba, entre otras
anécdotas, unas pinceladas gruesas sobre D. Gabriel de Soto y Lavaggi (cuñado
de D. Manuel María González Ángel): “D. Gabriel era un solterón muy mujeriego,
con queridas y constantes trajines en los diversos puntos donde vivía o por los
que viajaba. El motivo de su muerte fue una enfermedad en el pene que le
originó grandes dolores, por lo que fue operado en Jerez por el doctor D.
Francisco Revueltas Carrillo y Montel.
Se dice que en la operación estuvo presente D. P.N.G., y cuenta este que estaba
tan nervioso y preocupado el paciente en
los momentos previos a la operación, por su futuro sin ese importante miembro de su anatomía, que el doctor le intentó tranquilizar con
estas palabras “No se preocupe Ud., que le dejaré útil para un blanqueo”. En
otra ocasión daré cuenta de otra
historia impagable, la de “Perico rata”,
que era el fijador municipal de edictos y avisos, y que nos dejó para la
posteridad otro nombre olvidado: A. Rodriguez-Pascual y Vega. Ramón Clavijo
Provencio
TARDE
El pasado verano
experimenté una sensación nueva (¡ya a mis años!) con respecto a la lectura
(¡no se den tan pronto a la imaginación!). Cuando acabé tres novelas, las tres
excepcionales, “El azar y viceversa” de Felipe Benítez Reyes, “Galíndez”, de Manuel
Vázquez Montalbán, y “El día del juicio”, de Salvatore Satta, noté que quizá
había llegado tarde a estas tres obras. De inmediato me consolé con el
socorrido refrán: “más vale tarde que nunca”. Y ya más en frío me fui dando
cuenta de que con otros libros y autores quizá había llegado demasiado
temprano. Un ejemplo, “El Mercurio” de José María Guelbenzu fue una novela que
leí demasiado pronto para mis capacidades lectoras; no entendí nada. Mucho más
tarde, me reconcilié con el autor, aunque de forma más liviana, con la lectura
de la segunda entrega que tiene como protagonista a la jueza De Marco, “La
muerte viene de lejos”. No soy lector de novedades, a menos que haya una
recomendación muy viva y fiable por medio, e incluso en este caso suelo enfriar
la primera excitación por unos meses, para que el libro se oxigene un poco, y
al final lo que suele pasar: se terminan por meter otros libros hasta llegar a
olvidar los recomendados. La verdad es que de “El azar y viceversa” apenas han
pasado dos años desde su primera edición (2016), unos ocho desde la publicación
por Anagrama de “El día del juicio” (2010), pero la de “Galíndez” data de
¡1990! Y hasta hace unos meses no he podido disfrutar de sus lecturas. Y lo
peor de toda esta reflexión no es el darte cuenta de la tardanza con que he
llegado a estas novelas, sino de la cantidad de libros a los que ya empiezo a
llegar también tarde, y más agobiante aún, a los que no podré ya leer.
Parafraseando a Borges en un poema muy a propósito de lo que estoy escribiendo,
diría: “este otoño he cumplido sesenta y dos años, la muerte me desgasta
incesante”. Menos mal que, según
información digna de todo crédito, por ahí arriba (o por abajo), hay una
biblioteca que regenta un tal Jorge de Burgos ¡Y no se rían!. José López Romero.
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