La que
muchos consideran gurú del orden, la nipona Marie Kondo, levantaba ampollas
recientemente en el mundo de la cultura con su
rotunda afirmación de que en una casa no debe haber más de treinta
libros. Por supuesto no se hizo esperar la reacción de miles de personas que en
los medios de comunicación convencionales, pero también y sobre todo en las
redes sociales opinaban sobre el tema. Lo cierto es que tras la rotunda
afirmación de la Kondo se esconde una tendencia actual que es la de ir barriendo
visualmente al libro físico del espacio doméstico, condenándolos al exterminio o
como mucho al último rincón de la casa. Si hasta hace relativamente poco era
algo lógico, además de estar bien visto, dejar espacio en nuestros domicilios
para los libros, ahora con el creciente protagonismo de las nuevas tecnologías
en nuestras vidas, parece ir imponiéndose la idea contraria: si todo lo podemos
tener al alcance de un click o almacenar en un artilugio electrónico ¿para qué
entonces destinar en nuestros cada vez más exiguos domicilios, espacios para almacenar libros? Y en esta dicotomía
nada novedosa se ha colado el oportunismo de Marie Kondo, disfrazándolo de
lógica, orden y pulcritud. Escribía Francisco Bejarano que “toda la literatura
universal que nadie debería dejar de leer cabe en una covacha. Y sin embargo,
aquí está uno revisando su biblioteca, quitando polvo y telarañas, estornudando
con la casa patas arriba y encima sufriendo cuando se encuentra un ejemplar
herido.” (‘Manual del lector y escritor modernos’. Renacimiento,1999). Y es que
pese a que sean muy pocos los libros esenciales al igual que pocos también los
que al cabo del año recordamos con agrado haber leído, los que disfrutamos y
sufrimos con esa pasión que es la lectura –y no les digo ya los que se
confiesan bibliófilos, bibliómanos o
coleccionistas- seguiremos conservando
físicamente esos libros con los que hemos topado en algún momento y nos han dejado
una huella –literaria o emocional, ¿qué más da?- en nuestras vidas. Y esto es imposible que lo
puedan eliminar ni nuevas tecnologías,
modas o los oportunismos de gurús efímeros. Ramón Clavijo Provencio
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