sábado, 9 de febrero de 2019

KONDO


La que muchos consideran gurú del orden, la nipona Marie Kondo, levantaba ampollas recientemente en el mundo de la cultura con su  rotunda afirmación de que en una casa no debe haber más de treinta libros. Por supuesto no se hizo esperar la reacción de miles de personas que en los medios de comunicación convencionales, pero también y sobre todo en las redes sociales opinaban sobre el tema. Lo cierto es que tras la rotunda afirmación de la Kondo se esconde una tendencia actual que es la de ir barriendo visualmente al libro físico del espacio doméstico, condenándolos al exterminio o como mucho al último rincón de la casa. Si hasta hace relativamente poco era algo lógico, además de estar bien visto, dejar espacio en nuestros domicilios para los libros, ahora con el creciente protagonismo de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, parece ir imponiéndose la idea contraria: si todo lo podemos tener al alcance de un click o almacenar en un artilugio electrónico ¿para qué entonces destinar en nuestros cada vez más exiguos domicilios, espacios  para almacenar libros? Y en esta dicotomía nada novedosa se ha colado el oportunismo de Marie Kondo, disfrazándolo de lógica, orden y pulcritud. Escribía Francisco Bejarano que “toda la literatura universal que nadie debería dejar de leer cabe en una covacha. Y sin embargo, aquí está uno revisando su biblioteca, quitando polvo y telarañas, estornudando con la casa patas arriba y encima sufriendo cuando se encuentra un ejemplar herido.” (‘Manual del lector y escritor modernos’. Renacimiento,1999). Y es que pese a que sean muy pocos los libros esenciales al igual que pocos también los que al cabo del año recordamos con agrado haber leído, los que disfrutamos y sufrimos con esa pasión que es la lectura –y no les digo ya los que se confiesan  bibliófilos, bibliómanos o coleccionistas-  seguiremos conservando físicamente esos libros con los que hemos topado en algún momento y nos han dejado una huella –literaria o emocional, ¿qué más da?-  en nuestras vidas. Y esto es imposible que lo puedan eliminar ni  nuevas tecnologías, modas o los oportunismos de gurús efímeros. Ramón Clavijo Provencio



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