viernes, 1 de febrero de 2019

TARDE


El pasado verano experimenté una sensación nueva (¡ya a mis años!) con respecto a la lectura (¡no se den tan pronto a la imaginación!). Cuando acabé tres novelas, las tres excepcionales, “El azar y viceversa” de Felipe Benítez Reyes, “Galíndez”, de Manuel Vázquez Montalbán, y “El día del juicio”, de Salvatore Satta, noté que quizá había llegado tarde a estas tres obras. De inmediato me consolé con el socorrido refrán: “más vale tarde que nunca”. Y ya más en frío me fui dando cuenta de que con otros libros y autores quizá había llegado demasiado temprano. Un ejemplo, “El Mercurio” de José María Guelbenzu fue una novela que leí demasiado pronto para mis capacidades lectoras; no entendí nada. Mucho más tarde, me reconcilié con el autor, aunque de forma más liviana, con la lectura de la segunda entrega que tiene como protagonista a la jueza De Marco, “La muerte viene de lejos”. No soy lector de novedades, a menos que haya una recomendación muy viva y fiable por medio, e incluso en este caso suelo enfriar la primera excitación por unos meses, para que el libro se oxigene un poco, y al final lo que suele pasar: se terminan por meter otros libros hasta llegar a olvidar los recomendados. La verdad es que de “El azar y viceversa” apenas han pasado dos años desde su primera edición (2016), unos ocho desde la publicación por Anagrama de “El día del juicio” (2010), pero la de “Galíndez” data de ¡1990! Y hasta hace unos meses no he podido disfrutar de sus lecturas. Y lo peor de toda esta reflexión no es el darte cuenta de la tardanza con que he llegado a estas novelas, sino de la cantidad de libros a los que ya empiezo a llegar también tarde, y más agobiante aún, a los que no podré ya leer. Parafraseando a Borges en un poema muy a propósito de lo que estoy escribiendo, diría: “este otoño he cumplido sesenta y dos años, la muerte me desgasta incesante”.  Menos mal que, según información digna de todo crédito, por ahí arriba (o por abajo), hay una biblioteca que regenta un tal Jorge de Burgos ¡Y no se rían!. José López Romero.


No hay comentarios: