viernes, 15 de marzo de 2019

LA VIDA, LA OTRA


Quizá la viera anunciada en una revista, o en un escaparate o alguien, algún amigo (¿con mala intención?, ya sospechaba de todo) se la recomendara, lo cierto es que se compró aquella novela y a medida que iba leyéndola más se sorprendía del enorme parecido con su vida. La protagonista tenía un marido que se dedicaba a la misma profesión que el suyo, y dos hijos, un niño y una niña, que estaban en la misma edad escolar y practicaban los mismos deportes que los suyos; incluso estaba segura de que había escenas que ella había vivido. Su vida diaria parecía un calco de la protagonista de la ficción. Más de una vez, durante la lectura, se había asomado a la ventana para ver si alguien la espiaba desde otra ventana próxima, como aquella película de Hitchcock. Buscó en Internet a su autor y nada parecía que tuvieran en común, ni siquiera una amistad compartida que le sirviera de fuente de información; ¡imposible!, se decía, más cuando se describían escenas de una intimidad difícilmente conocida por alguien ajeno. Recordó que ya algunos escritores habían tenido problemas con amigos y familiares por basar sus relatos en ellos; sin ir más lejos James Salter perdió a unos amigos porque estos se vieron muy retratados, casi desnudos en su novela ‘Años luz’, y que el mismísimo Vargas Llosa tuvo problemas con su primera mujer, Julia Urquidi, que además era su tía, porque esta se vio demasiado reflejada en la protagonista de ‘La tía Julia y el escribidor’, por lo que incluso respondió al escritor con un libro titulado ‘Lo que Varguitas no dijo’. Un día al saber que el autor acudiría a la firma de ejemplares en una librería céntrica, se acercó hasta allí y cuando le tocó el turno, le espetó: “Te maldigo porque solo me has hecho vivir la vida real, pero no mis sueños, y esto es lo que debe hacer también la literatura, hacerle soñar al lector, hacerle vivir su vida, pero también la otra”. José López Romero.

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