Los primeros pasos por
este nuevo mundo que a la fuerza nos ha
traído el COVID-19, son especialmente duros. Más para unos que para otros, qué
duda cabe, porque la tragedia sin careta también planea por este año cero, como
ha sido siempre en la transición del ocaso
al renacimiento. En estos días de confinamiento lo que más tenemos es tiempo.
Tiempo. ¿Quién lo iba a decir cuando tan solo unas semanas atrás era el bien
preciado, y todo se desarrollaba a un ritmo frenético del que no éramos capaces
de escapar? Entonces añorábamos la lentitud, perseguíamos migajas de esta como
un tesoro, y ahora tenemos todo el tiempo del mundo, pero rodeados de silencio
y tragedia, camino de un mundo que tendrá un nuevo rostro, lo que no deja de
ser inquietante. En estos días de transiciones no buscadas me topo con la recomendación de un amigo,
porque ahora tenemos tiempo también para
atender a nuestros amigos, aunque sea en la lejanía, apoyado en las nuevas tecnologías
que hasta hace poco criticábamos. Y este amigo lector empedernido como yo, me
recomienda no un libro que mereciera la pena leer en la etapa del
confinamiento, sino una serie televisiva
–ya sabemos que hoy las series televisivas son los nuevos dioses del
entretenimiento-, aunque inspirada en un libro del gran escritor ya
desaparecido Rafael Chirbes, ‘Crematorio’ (2005). Y resulta que a este lector
que le impactó hace años aquel libro, duro y crítico, pero a la vez de lenguaje deslumbrante, que también hablaba
de alguna manera del ocaso de otro mundo, de fracasos, tragedias y
liberaciones, le ha parecido un gran regalo esta serie. Una serie olvidada del
año 2012, en la que he invertido sin remordimientos mi tiempo, como ya lo
hiciera con el libro de un Chirbes que
hace años se fue y se ahorró todo esto. Gracias, amigo Juan Carlos, por el
regalo. Ramón Clavijo Provencio
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