viernes, 17 de febrero de 2023

JEREZ Y LA LECTURA VIGILADA DURANTE LA POSGUERRA

 

Tras la Guerra Civil el libro vivió una verdadera ofensiva de las nuevas autoridades para controlarlo. Es muy significativa la frase que escribe el presidente del Instituto Nacional del Libro, el jerezano Julián Pemartín, en la Revista Bibliográfica Hispánica (1942): “Tenemos que esgrimir el arma del libro en todas direcciones y contra toda clase de enemigos”. Y esa política se intentó llevar a rajatabla, sobre todo en el primer periodo de la posguerra. Pero el control que las autoridades ejercieron férreamente sobre la radio, la prensa, el teatro o el cine, jamás dio los mismos resultados con el mundo del libro. ¿Por qué? Quizás por lo que afirma Gabriel Andrés cuando escribe: “En el entorno del libro, el Régimen encontró mayores dificultades de las esperadas para imponerse sobre la voluntad de una multitud de sujetos, protagonistas del mundo editorial, no siempre fáciles de gobernar: autores, editores, impresores, libreros, bibliotecarios, traductores, ilustradores y, finalmente, los lectores que parecían mostrarse pertinaz y calladamente insumisos ante las prácticas totalitarias anunciadas en el ámbito de la lectura” (‘La batalla del libro en el primer franquismo’. Huerga y Fierro, 2012). Lo cierto es que durante años las requisas y quemas de libros en ciudades españolas siguieron siendo una realidad (‘La persecución del libro 1936-1951’. Ana Martínez Rus, 2014) y esta situación solo comenzaría a cambiar tras la 2GM. En Jerez aunque las intervenciones y requisas, ya documentadas, de las milicias sobre los fondos bibliográficos privados van disminuyendo tras la Guerra Civil, la censura con sus múltiples caras está muy presente en la realidad diaria hasta bien entrada la década de los cincuenta. En las bibliotecas públicas también la consulta de determinados libros era algo impensable, pero hay que decir que junto a centros donde el control sobre el material bibliográfico fue muy estricto, en otros  la normativa se aplicó de una manera más laxa. En la Biblioteca Municipal de Jerez, con una elevada afluencia de usuarios que osciló entre los 32 y 40 mil anuales a lo largo de la década de los 40, aún se puede identificar en los ficheros manuales ya en desuso pero que aún se conservan, cómo numerosas fichas tienen una señal a lápiz. La interpretación de esas señales era advertir al funcionario de que si un usuario solicitaba un libro registrado en una de esas fichas marcadas, se debía inmediatamente consultar con la dirección de la Biblioteca para solicitar autorización sobre si se permitía su consulta. Lo curioso es que libros de autores como Dashiell Hammett o Flaubert entre otros muchos, cuya obra era desautorizada por las autoridades de la época, fueran de libre acceso en la Biblioteca de Jerez y sus fichas aparecen inmaculadas y sin señal alguna. Sin duda todo un intento -con sus sonoros fallos- de lectura vigilada.  RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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