LECTORES SIN REMEDIO

Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.

viernes, 31 de mayo de 2024

MAESTROS (I.M. FRANCISCO RICO)

Cuando ya ha pasado el tiempo suficiente para aplicar el refrán, siempre sabio, “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, nunca está de más volver a recordar la figura del eminente filólogo don Francisco Rico Manrique, fallecido el pasado 27 de abril, aunque a él sin duda le hubiera gustado haber muerto cuatro días antes. ¡Qué son noventa y seis horas, después de ochenta y dos años, comparadas con la gloria de la efeméride compartida! Los que tuvimos la suerte de iniciar los estudios de Filología Hispánica como especialidad (de esto hace ya más tiempo del que quisiera acordarme), teníamos por maestros a don Ramón Menéndez Pidal y sus estudios medievales, a don Dámaso Alonso con su ‘Poesía Española’, a don Américo Castro y sus estudios cervantinos y al catedrático por aquellos años de la Universidad de Sevilla don Francisco López Estrada. Fue un poco más tarde cuando a estos grandes de los estudios filológicos se fueron uniendo nombres como Emilio Orozco Díaz, Antonio Prieto, Fernando Lázaro Carreter, Mª Rosa Lida de Malkiel, Juan Antonio Maravall y Francisco Rico, junto con otros muchos a los que ahora llamamos maestros y que en aquel tiempo fueron nuestros padres y madres cuyos estudios sobre los grandes clásicos del Siglo de Oro guiaron los nuestros. Pero para llegar a ellos hay que reconocerles el mérito a profesores de la Hispalense como Rogelio Reyes Cano, Pedro Piñero o Jacobo Cortines que nos acercaron a los trabajos e investigaciones no solo de las eminentes figuras españolas citadas, sino también de los grandes hispanistas extranjeros: S. Gilman y sus estudios sobre ‘La Celestina’, E. L. Rivers sobre Garcilaso o Jean Canavaggio sobre Cervantes, por citar solo unos ejemplos. Y es precisamente a Cervantes y su ‘Quijote’ a los que Rico, fumador impenitente e impertinente, dedicó las mejores y más profundas páginas de su labor investigadora; sin olvidar las dedicadas al ‘Lazarillo’, el otro clásico que debe a Rico ediciones definitivas (Cátedra y Biblioteca Clásica de la RAE). La edición que a su cuidado publicó primero la editorial Crítica y más tarde la RAE del ‘Quijote’, junto con estudios como el conjunto de artículos que reunió bajo el título ‘Tiempos del Quijote’ (Acantilado, 2012), pueden considerarse, además de otros trabajos, la aportación más destacada a los estudios quijotescos de este filólogo catalán que nunca se cansó de reivindicar la relación Cervantes-Quijote-Barcelona como “una historia de amores felices”, como así lo define el propio Rico al comienzo de su artículo “La barretina de Sancho, o Don Quijote en Barcelona”, incluido en su libro ya citado ‘Tiempos del Quijote’, para terminar con estas palabras que bien podrían ser una lección para los convulsos tiempos que ahora corren: “Es que en Barcelona don Quijote ha sido siempre de casa y el ‘Quijote’ puede muy bien ser el libro más “nacional” de Cataluña”. José López Romero.   

CASQUERÍA Y NOVELA NEGRA

Decía recientemente Benjamín Prado (que por cierto acaba de publicar ‘El anillo del general’, la séptima entrega de su exitosa serie de novela policíaca protagonizada por Juan Urbano) que “estoy cansado de escritores nórdicos a los que les sobra casquería y les falta sutileza. A mí me gusta que la novela negra sea literatura”. Totalmente de acuerdo con este escritor, aunque pienso que ese virus de la casquería ya no sólo se circunscribe al gélido norte, sino que se extiende como una mancha, poniendo en cuestión lo que de literatura podemos encontrar en muchas de las novedades que bajo el calificativo de novela negra o policíaca nos llegan, y de los que en la misma provincia de Cádiz tenemos ejemplos recientes. Miren ustedes, a mí la casquería, poca y en contadas ocasiones. No desprecio probar unos buenos callos o unos riñones al jerez, que incluso en determinados momentos y circunstancias pueden ser manjares muy apetecibles, pero mi itinerario gastronómico diario se aleja mucho de dar protagonismo a la casquería. La novela policíaca, y luego su derivada como novela negra, gracias a excelentes escritores y escritoras ha dejado una huella imborrable a lo largo de la historia de la literatura, pero de pronto, inesperadamente un día nos llegaron del Norte la truculencia y “la falta de sutileza” como decía Prado, y lejos de ser una moda pasajera en dicho género literario, como pensamos algunos, llegaron para quedarse. Hoy proliferan en nuestro país los autores y autoras que han hecho de la casquería su firma reconocible y lo que es peor les “mola” jactarse de ello, pese a que sus libros sean un manifiesto desprecio a la buena literatura donde la trama desaparece bajo una capa de sexo, violencia y absurdo. Afortunadamente esos libros donde la casquería es el único reclamo pasan al olvido en un suspiro, mientras la buena literatura policíaca o su variante negra (donde siempre hubo sexo y violencia, pero con un sentido dentro de la trama general) sigue aportando títulos, que si bien en menor número que “la ola de casquería”, estos sí permanecen en la memoria de los buenos lectores. Esa es su mayor victoria. Ramón Clavijo Provencio.  

viernes, 17 de mayo de 2024

ROBOS, LIBROS Y FASTOS

En estos últimos meses han sido noticia varios intentos de robo en bibliotecas de instituciones de la provincia. Así, si la víspera de la última Nochebuena nos desayunábamos con un intento de robo en el edificio del Casino Gaditano  de la capital, y donde un individuo o varios accedieron a los pisos superiores donde se encuentra la biblioteca con un fondo bibliográfico de incalculable valor, en febrero de este año otro desconocido accedía ilícitamente a la sede de Biblioteca Municipal Central de Jerez desde un edificio abandonado. En ambos sucesos no hubo finalmente que lamentar pérdidas en el patrimonio allí custodiado, aunque se ponía en evidencia la falta de inversiones en la seguridad de estos edificios. Pero pese a la aparatosidad de los hechos mencionados, y que pueden ser combatidos con eficacia instalando sistemas de seguridad apropiados como circuitos de video vigilancia o arcos antihurto entre otros, hay una necesidad acuciante de arbitrar otras medidas para preservar más eficazmente el patrimonio conservado en muchos centros culturales. Por ejemplo: lograr una mayor sofisticación en los protocolos de seguridad que regulan el acceso a los fondos patrimoniales (aplicables tanto al personal encargado de su custodia como a los usuarios que solicitan su consulta, por más que estas compliquen la accesibilidad de esos investigadores y estudiosos). Esto último es imprescindible, pues aparte de los intentos de robos perpetrados por personas de escasa formación (que la mayoría de las veces lo último que tienen intención de robar son libros pero dejan  un reguero de destrozos en las zonas asaltadas), hay otro tipo de robos  contra los que es más difícil luchar y donde los implicados sí cuentan con preparación y medios. Robos como el perpetrado la pasada década en la Biblioteca Municipal José Celestino Mutis de Cádiz, de la que se sustrajeron a lo largo de varios años centenares de libros muy valiosos, algunos de los cuales tiempo después de recuperarían al ser detenidos los implicados. Ya Donna León en su novela ‘Muerte entre líneas’ (basada en el robo en 2012 de cientos de libros de la biblioteca Girolamini de Nápoles) prestaba atención a una lacra que parece generalizarse en los últimos años y que afecta a todo tipo de centros bibliotecarios, como se puso en evidencia con el robo en la Biblioteca Nacional de un ‘Sidereus Nuncius’ de Galileo (en la imagen). Por todo ello,  cuando la ciudad de Cádiz  lanza su candidatura para “Capital mundial del libro” (UNESCO) y  Jerez lleva varios años promocionándose para  “Capital de la cultura” 2031, no está de más recordar que el patrimonio bibliográfico y documental sigue siendo una de nuestras asignaturas pendientes, y que exigiría inversiones relevantes (y no sólo en seguridad, también en restauración, digitalización y conservación) más allá de las que  se destinen a la preparación de las candidaturas de los mencionados fastos. Ramón Clavijo Provencio.

MI PADRE ESPAÑOL

Ricardo Dudda publicó el pasado año en la editorial Libros del Asteroide ‘Mi padre alemán’, título que tomo prestado y modificado para este artículo. En su texto, Dudda más que una biografía de su padre, Gernot, un publicista de renombre en España a finales del siglo pasado, repasa la historia familiar partiendo de su abuelo, Richard, del que descubre a través de los documentos que conserva la familia que formó parte de la policía nazi. Pero lo que le interesa a Dudda con su libro no son los antecedentes más o menos oscuros de sus antepasados, sino el desarraigo que supone para toda una familia nacer en un país que ya no existe, con una nacionalidad que puede cambiar según cambian las fronteras y con una lengua que vas olvidando a medida que vas emigrando de un sitio en otro. Es otra de las terribles consecuencias de una guerra. Esos efectos “colaterales” que provocó, como cualquier otro conflicto bélico, la II Guerra Mundial y de los que nada se dice en los manuales, sólo en libros como el escrito por Ricardo Dudda. Gernot  nació en 1940 en una pequeña ciudad alemana que después de la guerra pasó a ser polaca. Tuvo que pasar de la zona rusa de la Alemania ocupada a la Alemania Federal, y a sus ochenta y tres años vive en una casa frente al mar Mediterráneo, en la playa del Hoyo (Murcia), después de una vida dedicada a la publicidad. Sin haber sufrido una guerra ni sus consecuencias más inmediatas, quizá todos en cierto momento de la vida le debamos un libro a nuestros padres y abuelos, a nuestra familia. Los que nacimos en un seno familiar modesto, gente trabajadora, que intentaba que la generación siguiente mejorara las condiciones de vida de la anterior, sabemos de los sacrificios que tuvieron que hacer nuestros padres para ello. No tuvieron necesidad de emigrar, como muchos lo hicieron precisamente a la tierra de promisión que era para los trabajadores españoles Alemania, pero padecieron aquellos “años del hambre” que no olvidaron jamás y la larga travesía por la España en gris oscuro. La España del pluriempleo, de las letras con vencimiento a fin de mes y de las cuotas al Ocaso. Cada país ha tenido en la historia del peor siglo para Humanidad, el XX, su infierno. Este primer tercio del XXI no se presenta mejor. José López Romero. 

viernes, 3 de mayo de 2024

DISCURSOS

El otro día un buen amigo me regaló un libro. Lo abrí con la ilusión de un niño y leí el título: ‘Discurso sobre el hijo-de-puta’ (ed. Pepitas de calabaza, Logroño, 2014). Miré a mi amigo intentando descubrir las intenciones de aquel regalo, pero no observé en su rostro el más mínimo atisbo de maldad; muy al contrario, al notar mi recelo me dijo: “como te gustó tanto ‘Las leyes fundamentales de la estupidez humana’ de Carlo M. Cipolla, supuse que este discurso te interesaría. Es más -siguió con su convencimiento- si alguien escribiese ‘La fauna del Congreso de los Diputados’, no dudes de que te lo regalaría y así tendrías el triángulo equilátero”. Me convenció. Y me dispuse a leer el discurso escrito por el autor portugués Alberto Pimenta (Oporto, 1937), un autor polifacético, heterodoxo y experimental que, a la manera de Cipolla y sus estúpidos, señala nada más comenzar el discurso que hijos-de-puta hay por todos lados, aunque esa es una afirmación evidente a poco que echemos un vistazo a nuestro alrededor o simplemente nos pongamos a ver los informativos de la tele. Si hacemos nuestra la premisa de ambos escritores de que en todo grupo humano (¿?) hay un número de estúpidos y otro de hijos-de-puta, e incluso alguno que reúne ambas condiciones, ya podríamos empezar a repartir los roles que a cada uno le corresponden. En su interesante discurso Pimenta distribuye al hijo-de-puta en dos grupos: los especialistas en hacer, es decir, los que ejercen activamente, y los especialistas en no dejar hacer, es decir, los que ejercen molestando al prójimo y poniendo toda clase de obstáculos. O dicho de la manera literal en que lo describe el autor portugués: “El hijo-de-puta integral, el que lo es por disposición y por ocupación, el que puede realizar sin limitaciones su vocación de hijo-de-puta, ya sabemos que ni quiere vivir ni dejar vivir” (p. 75). Otro de los rasgos definidores de este espécimen es el ansia por trepar: “El hijo-de-puta no quiere salir del puesto que ocupa (a no ser para ocupar un puesto relativamente con mayor plusvalía), ni quiere que los demás salgan del puesto que ocupan (a no ser para ocupar un puesto relativamente con menor plusvalía) (pp. 52-53). Otras dos características de este cada vez más numeroso grupo es la envidia y el ansia de poder y dominio: “El hijo-de-puta vive preocupado, roído por la envidia; el deseo del hijo-de-puta es que nadie llegue a estar nunca en medio de lo nuevo, de lo bello, de lo agradable, porque eso da satisfacción a quien allí está… El hijo-de-puta acepta que los demás hagan, pero solo lo que él quiere que se haga.” (pp. 82-83). Y así, página a página Pimenta va desgranando y desvelando la idiosincrasia del hijo-de-puta, por la que cada lector identificará a alguien cercano a él o, lo que sería más grave, a él mismo; o, sobre todo, a algunos que aparecen todos los días en los informativos. Aunque estos últimos si además son estúpidos, ni se darán cuenta de que también son hijos-de-puta. Nota final: tengo entendido que Puigdemont ha publicado un libro con sus discursos. No era un triángulo, sino un cuadrado. José López Romero. 

  

HASTA LAS CORONILLAS

Cuando lean ustedes estas líneas habremos dejado atrás las conmemoraciones en torno al Día Internacional del libro, para dejar paso a la ciudad efímera que se levanta todos los años en el González Hontoria. Sin embargo, y volviendo sobre los libros, no deja de sorprenderme que en una ciudad mediana y abarcable como es aún Jerez, de un tiempo a esta parte -no sólo cuando llega esa efeméride que mencionábamos antes- se hagan visibles escritores y escritoras de los que no tenemos ni la más mínima noticia y a los que se da protagonismo en espacios públicos y privados. La presentación de un libro siempre ha sido algo singular, casi mágico. Hasta hace bien poco, en el escritor o escritora todos reconocíamos a un apasionado lector antes que nada, que finalmente decidía dar ese nuevo paso que el que más o el que menos también ambicionaba pero que solo unos pocos lograrían: publicar. Pero la percepción que tengo de lo que sucede ahora es muy desalentadora. No puede ser que haya docenas de presentaciones de nuevos libros en ciudades pequeñas como la nuestra y, salvo excepciones – benditas excepciones- no tengamos ninguna referencia previa de quiénes son sus autores con los que, por cierto, nunca hemos coincidido en los pasillos y galerías de librerías o bibliotecas. ¿De dónde salen? ¿Me estaré perdiendo algo? Intrigado decidí asistir a alguna presentación que otra de la que no tenía ni idea de quién era su protagonista. Quería comprobar de dónde surgían estos “lectores” en la sombra, a los que presuponía que tras ese aprendizaje imprescindible, esa especie de cursus honorum de la lectura, daban el trascendental paso a la escritura. Pero lo que me encontré, pese a lo previsible, no dejó de incomodarme: autores en los que la lectura no parecía ocupar un papel relevante en sus vidas, y que apenas lograban explicarse sobre el contenido de aquello que presentaban. ¿Kafkiano?, sin duda. Pero yo prefiero recordar aquellas palabras -aunque estas tuvieran otras motivaciones- de Pablo Neruda recogidas en ‘Confieso que he vivido’: “Cuánto libro….cuánto librito… Quién es capaz de leerlos...Ya no se puede más, nos tienen hasta las coronillas…”  Ramón Clavijo Provencio.

  

De la Cruz Vieja a la plaza del Banco pasando por La Moderna: un paseo en pos de la historia del libro (II)


Salimos del Palacio Bertemati en el Arroyo y su gran Biblioteca ligada a Juan Díaz de la Guerra, para conocer un pasaje relevante de la historia de dicha biblioteca en otro lugar cercano a este, por lo que nos adentraremos por la calle José Luis Diez para llegar a la plaza de la Asunción. Allí, en el edificio renacentista que preside la mencionada plaza fue trasladada la biblioteca de aquel obispo cuando, durante el Sexenio Democrático, se pone en practica una nueva desamortización eclesiástica, la de 1868. Se pretendía que aquellos libros sirvieran de base a la primera biblioteca popular de la ciudad, hoy municipal, que se inauguraba en dicho lugar un 23 de abril de 1873 aunque su apertura al público no se produjera realmente hasta 1876. Sobre la desconocida historia de abrir al público la biblioteca de la antigua Colegial y los intentos de que se cediera a la Biblioteca Popular de la ciudad el historiador José García Cabrera publicó en la Revista de Historia de Jerez el interesante artículo “La biblioteca de la Colegial de Jerez: una reconstrucción de su historia a través de los fracasados proyectos para convertirla en Biblioteca Pública (1837-1876)”; también podemos acercarnos al reciente libro “¡Dejadnos leer!. La Biblioteca Municipal de Jerez en la historia de la lectura pública en España.”. Finalmente los libros de Juan Díaz serian devueltos al Cabildo eclesiástico, mientras la biblioteca Popular, ya como biblioteca Municipal, iniciaba en esa su primera sede de la plaza de la Asunción, un largo recorrido lleno de vicisitudes que llegaría hasta el año 1985, año en el que se produciría su traslado a una segunda sede en la plaza del Banco, donde hasta hoy sigue. Por tanto es obligado en este recorrido dirigir nuestros pasos a esa coqueta plaza, y que por cierto debe su nombre a las numerosas entidades bancarias que allí se situaron entre ellas el Banco de España. Que duda cabe que en ese edificio cuya autoría se debe al arquitecto José de Astiz, está depositada a día de hoy la más relevante colección bibliográfica patrimonial de Jerez y ello justificaría que se ofertara, como hacen otras bibliotecas patrimoniales españolas, un circuito interior de visitas a la ciudadanía (cosa que ya he sugerido en alguna otra ocasión), y que sin interferir el servicio público, llevará a los visitantes por sus colecciones más relevantes mientras se informa sobre los momentos más significativos de su historia. Pero este itinerario debe seguir y ya que estamos en la plaza del Banco ¿ por qué no orientar nuestros pasos hacía “la Moderna”? Este emblemático bar de Jerez desde hace años se ha convertido en un informal centro de reuniones y tertulias improvisadas de muchos personajes relacionados con la cultura y con el mundo del libro en particular, heredero en cierta manera de esas tertulias literarias de las que ya tenemos referencias en el siglo XVIII y que en su día estudiaron José Cebrián o Antonio Mariscal en algunos de su libros. No sería este mal lugar para terminar nuestro paseo, o para iniciar otro hacía esas otras bibliotecas menos conocidas pero cuya importancia esta fuera de toda discusión, y que nos hablan de los gustos y la vida literaria de este país a finales del XIX y comienzos del XX como la conservada en el Casino Jerezano, la del IES padre Luis Coloma con impresos de los siglos XVI a XIX, o la del mencionado escritor (de propiedad privada), en la que se conservan piezas bibliográficas y documentales de gran valor patrimonial, como la correspondencia que el autor de “Jeromín” o “Pequeñeces” mantuvo con escritores y escritoras de la convulsa época que le tocó vivir. Por cierto esos años de entre siglos, no lo podemos olvidar tampoco, floreció en la ciudad una importante industria tipográfica, al abrigo de la cual proliferaron las pequeñas imprentas y librerías que bien serían merecedoras de un nuevo paseo. Ramón Clavijo Provencio.