domingo, 16 de agosto de 2009

Pregunta capciosa


En la novela de Heinrich Böll “Y no dijo ni una palabra”, la protagonista, Käte, le pregunta a su esposo por qué se casó con ella, y él, ante pregunta tan capciosa (y me acuerdo ahora de un magnífico chiste), no tiene por respuesta otra que: ““Por el desayuno. Buscaba alguien con quien desayunar toda la vida…”. Y aunque no está mal para salir airoso de situación tan embarazosa (¿quién me puede negar a estas alturas la infinita capacidad de unión de un café compartido todas las mañanas?), otras posibles respuestas se me vienen ahora a la cabeza, quizá no más emotivas que el desayuno, pero sí más prácticas. “Para leer esos libros que yo no puedo leer” o “para que leas y me des una opinión de libros que yo ya he leído”, le respondería a mi mujer ahora que no me oye (afortunadamente a ella no se le ocurre hacer esas preguntas que sólo encontramos en las novelas). Sinceramente, debo confesar que muchas veces le he dado a mi mujer libros para leer que yo he comprado porque me interesaban a mí, no a ella. Y su opinión me ha condicionado tanto que más de una vez no he podido empezar siquiera su lectura. Pero otras veces, no sé si adrede, sus encendidos elogios me han llevado a la tortura de libros que no le desearía a mi peor enemigo. Y cuando me deja las mañanas de los domingos leyendo en la cama esos tormentos insufribles, y le oigo desde la cocina “cariño, el café”, advierto en su voz cierto tono de venganza que, siguiendo con la sinceridad, me preocupa. ¿Cuál es el último libro que le he dejado?. José López Romero.

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