miércoles, 25 de noviembre de 2009

FIERABRÁS


La actual crisis económica de la que desafortunadamente nuestro país como saben, a diferencia del resto de Europa, va a salir el último, nos trae situaciones cotidianas harto curiosas, cuando no penosas, situaciones que nos dibujan de forma más realista que esos informes macroeconómicos o los datos estadísticos a los que tan aficionados son los políticos cuando tratan de llevarnos al huerto, la realidad, la dureza con la que algunos sufren más que otros sus embates. En el paisaje cultural de una pequeña ciudad como esta, también parece que la crisis es la causa de la proliferación de ciertas escenas cotidianas, y aunque, como en todo, también la cultura soporta leyendas urbanas como aquella de que cuando el hambre apretaba algunos poetas habían escrito sus mejores obras, no es precisamente una leyenda urbana el que algunas instituciones culturales, por ejemplo las bibliotecas públicas, se conviertan en lugares de irresistible atractivo, algunos dicen que parecen ejercer cierto poder balsámico, para muchas personas en épocas de penuria. Hace unos días se comentaba en cierta Biblioteca Pública, como un señor de cierta edad había preguntado por la sala de prensa, a la que se encaminó una vez se le hubo indicado el lugar. Al poco tiempo salía un tanto contrariado, y educadamente dejaba caer un comentario al ordenanza de la puerta, “se estaba muy agradable, pero me habían dicho que también daban un cafetito con el periódico”. Hoy, más que ayer, pasean por las galerías de la biblioteca más solitarios que nunca, gentes que jamás estuvieron aquí y sobre las que los bibliotecarios, recelosos, tratan de descifrar qué hacen dando vueltas y vueltas, pero sin coger un libro o un periódico. Yo creo que buscan compañía, solo que quizás tarden en encontrarla pues los observo cómo miran con asombro y mucha timidez, mientras van cayendo las horas, las estanterías repletas de libros de todas y cada una de las salas, sin atreverse a coger ninguno. Quizás llevaban demasiado tiempo de espaldas al libro, y ahora cuando el mundo parece darles la espalda a ellos buscan tímidamente uno que los acompañe, quizás así luego lleguen otros hasta que los alcancen tiempos mejores. “Manué” es un caso aparte. Llega puntualmente todas las mañanas y sale a la hora de cierre. Pide desde hace meses el mismo libro y ha confesado a un usuario del centro, el único que ha logrado cruzar alguna frase con él, que busca en este la fórmula del auténtico bálsamo de fierabrás (ya saben aquel que es capaz de curar todas las dolencias del cuerpo humano) pues, según él, no es correcta la que aparece en el capitulo XVII del Quijote. Lo más curioso de lo que les he narrado hasta ahora es que “Manué”, desde que pide el libro hasta que lo devuelve al bibliotecario, no parece pasar de la primera página del mismo. Dichosa crisis. Ramón Clavijo Provencio

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