jueves, 10 de diciembre de 2009

RAZA


Hace unos meses di una conferencia en un pueblo cercano a Jerez. Me habían invitado para la semana cultural que organizaba una noble institución, y yo había decidido que mi intervención versaría sobre el amor udrí en el “Collar de la paloma” y sus influencias neoplatónicas; dicho de otra manera, una plasta de considerables proporciones. Llegado el día, allí estaban mis familiares (los más directos, pobrecillos); algunos amigos (cada vez menos; los voy perdiendo a medida que doy conferencias) y un grupo de personas que llenaban a medias el regio salón que nos acogía. Después de la elogiosa presentación de otro amigo que me llevé para la ocasión (de éstos ya sólo me quedan tres o cuatro), empecé mi disertación; pero cuando llevaba un cuarto de hora más o menos, mi otro yo, ése en el que nos desdoblamos cuando se atiende a una conversación pero realmente se está pensando en otra cosa, empezó a fijarse en el variopinto y heterogéneo público, ¿qué motivo u oscura perversión los habría traído hasta allí? Me dio por pensar. Y empecé a distribuirlos por grupos. Uno lo formaban los miembros de la institución que me invitaba, gente educada y de bien, dispuesta a sufrir en silencio mi disertación; otro, lo compondrían esas personas que van a los actos culturales como el que va a la plaza de abastos sólo para mirar la fruta y el pescado sin pretensión alguna de comprar, porque estaba claro que el título de la conferencia en absoluto, a menos que las mentes calenturientas de algunos pensaran que detrás del amor udrí se escondían escenas de porno sado-masoquista; y un último grupo, quizá el más numeroso, lo formaban personas cuyo rictus facial apenas sufrió modificación en aquella hora larga que duró mi intervención. Sólo algunos, muy pocos, mostraron un cierto nerviosismo, manifestado en leve carraspeo, cuando yo enarbolaba la resma de folios que me quedaba por leer. ¿Quiénes son, me preguntaba, estas gentes que, para sorpresa y hasta admiración de conferenciantes, son capaces de tragarse los más variados actos culturales, a cual más peñazo, sin mover un músculo de su cara? La respuesta no puede ser otra: son replicantes culturales, una raza de humanoides que deambula y vegeta por la cultura local, aunque sin la belleza y plasticidad de los que aparecían en “Blade Runner”. José López Romero.

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