miércoles, 7 de abril de 2010

EDUCACIÓN


Si hace unas semanas comentaba en esta misma página la influencia que podría tener sobre la juventud la imagen de Messi o de Cristiano Ronaldo, por ejemplo, con un libro en las manos o apareciendo en cualquier programa de T.V. para recomendar un libro, el otro día buscando en Internet “tíos buenorros” (no me pregunten el porqué de esa búsqueda, pero todo tiene una explicación y, por supuesto, no es lo que parece), me encuentro con una imagen que realmente me impactó: al borde de una piscina y en los paños propios del lugar, sentado en una silla de playa y muy concentrado en la lectura de un libro del que no he logrado ver el título, me encuentro a El Fari. Como lo están leyendo. El éxito popular de que gozó este cantante durante algunos años, lo llevó a convertirse al mismo tiempo en objetivo de algunas burlas; unas, malintencionadas, y otras, que no dejaban de ser las típicas bromas que se gastan con personajes que en un momento adquieren cierto protagonismo social. Las malintencionadas, las que no tienen otro interés que menoscabar fama y honor por el simple placer de la maldad, son la expresión de ese gen tan español de la envidia que está grabado a sangre y fuego en nuestro ADN y que no entiende ni de nivel cultural ni de estado social. En este sentido y por seguir con algunos ejemplos, las famosas disputas entre los grandes escritores de nuestro siglo XVII, sobre todo entre Góngora y Quevedo, sobrepasaron con creces los límites que dictaba la urbanidad para enfangarse en los terrenos más abyectos de lo personal; no de otra manera se condujeron el insigne gaditano Adolfo de Castro y el no menos insigne Bartolomé José Gallardo, personas de una talla intelectual fuera de toda duda, en torno a la polémica de ‘El Buscapié’, opúsculo atribuido a Cervantes, disputa que encendió los círculos filológicos decimonónicos y a la que volveremos algún día con más tiempo y espacio. Por eso y de acuerdo con estos ejemplos, no comparto la opinión de Pérez Reverte cuando califica al pueblo español de inculto, que se regodea en su propia ignorancia. En mi opinión, y quizá hoy más que nunca, es la mala educación, la falta de respeto hacia los demás, la ordinariez y la zafiedad las señas de nuestra identidad. Y en este caso El Fari, al margen de gustos musicales, fue una persona a quien nunca le escuché criticar a nadie, que siempre tenía una palabra de admiración para sus compañeros de profesión, una persona de educación exquisita, y por ello es un ejemplo que todos debemos seguir, con su libro en las manos incluido. José López Romero.

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